Casas de campo en el asfalto
Ruta por las mejores masías de Barcelona
Regresamos al pasado rural de la urbe visitando aquellos edificios que todavía hoy nos revelan la herencia de la historia
Albert Fernández
Antes todo esto era campo. Tantas veces has escuchado, medio en broma, la dichosa frase. Y tan pocas veces has logrado imaginar aquella Barcelona de piedra, cuando la ciudad era todavía una villa en expansión y los terrenos se medían a palmos.
Atravesamos la urbe para recordar el esplendor de aquellos viejos caserones, hoy convertidos en centros cívicos, escuelas y restaurantes. Las antiguas masías nos devuelven al pulso rural y los vértices del pasado. Este es un paseo por el tiempo que desemboca en atardeceres con olor a leña, el tacto de la tierra arada y los ecos de un ladrido lejano.
1. La Masia de Can Planes
Más que un 'Mas'
Si decimos La Masia, todos sabemos a qué nos referimos. La que fue residencia de los jóvenes de las categorías inferiores del Barça hasta 2011 sigue siendo propiedad del club, aunque desde hace años no aloja a las promesas del equipo. La Masia de Can Planes (Maternitat, s/n), antiguamente conocida como Can Freixes, fue construida en 1702, tal como podemos leer en su portal. Fue una casa de labranza ligada al pasado agrícola de la parroquia de Les Corts. En 1950, el último heredero de los Planes de Les Corts, Francesc Planes Buera, firmó la venta a la entidad deportiva por unos seis millones de pesetas. Nada comparado con lo que se paga ahora por las estrellas del club.
2. Can Fargues
Jardín en sombra
Ahora convertida en una escuela municipal de música arropada por un jardín romántico, Can Fargues (avenida de Frederic Rahola, 2-8) sigue en pie gracias al empeño de sus vecinos. Sus orígenal torre de defensa se amplió hasta albergar una masía a final del siglo XI. Más tarde se transformó en una casa residencial, de ahí que su actividad agrícola diera paso a jardines y arboledas. Aún hoy se puede disfrutar de la sombra de sus arcos de ramas, culminada con el canto de los pájaros y el pequeño estanque rodeado de bancos de madera. La construcción también conserva buena parte de su estructura y apariencia original. Desde 2009 pasó a manos municipales, y solo la reivindicación vecinal logró evitar su derribo para dar lugar a la escuela de música. No se me ocurre mejor lugar donde aprender.
El barrio lo domina desde su gran atalaya el Casal Mas Guinardó (plaza de Salvador Riera, 2), un antigua y poderosa masía de perspectivas panorámicas, sede de multitud de leyendas e historias de bandoleros.
3. Can Cortada
Magia medieval
Desde Horta, ascender por la calle de Campoamor hasta el restaurante Can Cortada (avenida del Estatut de Catalunya, s/n) supone ya un fascinante paseo entre antiguas fincas y chalets con jardín, rebosantes de ornamentos clásicos, esgrafiados geométricos y apabullantes frontones. Para cuando llegas a esta antigua masía, el espectáculo está servido en todos los sentidos. La boca se va abriendo en 'crescendo' mientras te acercas a su hermosa fachada, decorada con hiedra y flores siempre a conjunto con la estación del año. En los terrenos donde ahora encontramos un fabuloso restaurante, antiguamente había una villa romana a partir de la cual los señores de Horta levantaron una torre de defensa medieval. Durante el siglo XV se convirtió en una masía agrícola que abastecía los mercados próximos.
Sus actuales habitantes también parecen de otra época: en la puerta, Fermín te recibe como si te conociera, y desata cual juglar sus relatos sobre el caserón; dentro, el director, Christian Abelaira, eleva todavía más la magia del lugar con su humor y energía. A la mesa, el encanto de la casa se multiplica con los manjares en forma de carne a la brasa, arroces y pescado que sirven desde 1994.
Muy cerca de aquí, Can Travi Nou (Jorge Manrique, s/n) es otra gran masía catalana convertida en restaurante rústico. Su cubierta de buganvilla le confiere un especial encanto. Naturaleza silvestre, torneos feudales y bodas celtas: en estas masías, todavía puedes vivirlo.
4. Can Castelló
Paz soleada
Los jardines en leve rampa ascendente llevan a través de una espiral de verdor hasta las puertas del Centre Cívic Can Castelló (Castelló, 1). Situada en Sarrià-Sant Gervasi, esta antigua masía burguesa construida a finales del siglo XVI se remodeló en el siglo XX, dándole la estética modernista y saneada que presenta hoy en día. En su entorno se respira armonía. Los jubilados, algunos de ellos del 'casal de gent gran' que acoge el mismo edificio, se pierden en pensamientos al sol. Algunos se entretienen leyendo en los bancos de ese jardín de 'pittosporums' y palmeras que se desparrama por el muro inferior de la finca. Este pequeño refugio del ruido tiene como mejor testimonio de su pasado el techo de la sala noble, con ornamentación de madera. Antiguamente la masía se conocía como Can Galvany hasta que, como consecuencia del matrimonio de Rosa Galvany con Gabriel Castelló, pasó a llamarse Can Castelló. Cosas de antes.
5. Can Canet de la Riera
Élites solariegas
Difícilmente podrás disfrutar de las vistas completas de esta obra incluida en el Patrimonio Arquitectónico de Catalunya, a menos que tengas el bolsillo desahogado, porte atlético y prestancia en las vestiduras. A la entrada del Reial Club de Tennis Barcelona-1899 (Bosch i Gimpera, 5-13) te recibirá un señor de camisa blanca desde su cabina sobre los escalones. Te aclarará que a partir de ese punto el paso es exclusivo para socios y te tocará dar media vuelta. Habrá que conformarse con los atisbos lejanos de lo que fue Can Canet de la Riera, masía solariega que acogió un gran campesinado. Los últimos habitantes fueron la familia Llobatera. Su planta rectangular acoge una galería presidida por una gran balaustrada. Pero eso te lo imaginas, porque desde la acera solo aciertas a distinguir el gran arco dovelado de su portal.
6. Can Trilla
Misterio y derrumbe
No todas las visitas a masías tienen que descubrir estampas esplendorosas. La Antigua Masía de Can Trilla (Gran de Gràcia, 177) está protegida como bien cultural de interés local, pero presenta un aspecto más bien ruinoso y abandonado. Aún así, si te acercas a los confines de Gràcia a contemplar las dos plantas rectangulares de su sencilla arquitectura, en parte resguardada por una valla que esconde el pasaje donde se encuentra la entrada principal, sentirás una ternura que atraviesa fronteras del tiempo. Los balcones con soportes de hierro forjado de la casa principal, orientada al mar, con los porticones de madera de la planta baja que habitaban los masoveros, y ese reloj de sol esgrafiado componen un conjunto admirable. Antiguamente, la casa poseía una gran extensión de tierras de cultivo, entre secano y regadío. Aún se conserva la escuchimizada capilla barroca anexa a la construcción.
Otra antigua gloria que presenta hoy en día un aspecto lastimoso es Can Miralletes (Sant Antoni Maria Claret, 310), cuya reforma se está alargando más de lo esperado. Al menos, mientras convierten la antigua casa donde desayunaban los arrieros en un nuevo espacio infantil, podemos seguir disfrutando de su jardín mediterráneo, recreación del pasado agrícola del Camp de l'Arpa.
7. Can Raspall
Ética y estética
Como pasa en el centro de medicina estética que ahora acoge, la masía de Can Raspall (paseo de Manuel Girona, 37) ha conocido varios 'liftings' y modificaciones. En los años 20, Antoni Biada llevó a cabo una reforma que adosa un cuerpo de edificio a la derecha y un porche a la izquierda, modificando al mismo tiempo la fachada y rodeando la casa de jardines, estatuas y otros elementos decorativos. Si apelamos a sus orígenes del siglo XVII, tenemos que apelar a una masía basilical esgrafiada con motivos clásicos, donde destacan dos balcones con ventanales góticos y una buhardilla iluminada por una galería de arcos. Con todo, hay que decir que el tiempo le ha sentado de fábula.
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