Conde del asalto

El artículo de Miqui Otero: Vernos las caras en Sant Jordi

Si no te emocionas es que tienes la piel de Olivetti y el corazón de aluminio. Este año no habrá mascarillas ni restricciones

sant jordi

sant jordi / Jordi Cotrina

Miqui Otero

Miqui Otero

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

El pelo convertido en un seto neurótico, el puente de las gafas torcidas pinzando una mascarilla pocha que no logra ocultar la sonrisa, las lunas empañadísimas por el aire capturado dentro de la tela quirúrgica, una camiseta negra donde se lee El Cantante. Y, aun así, impúdicamente eufórico. «¡Esto es la fiesta que no hemos tenido estos meses!», le suelta con cadencia beoda al micrófono de TV3, la alcachofa enfundada en un condón de tela transparente. No contento con ello, añade: «Es como por fin conocer en persona a toda esa gente que te ha estado leyendo a solas, en su sofá, sin poder salir de casa». Le falta gritar: «¡Hola mamá!» para acabar de quedar como un macaco.

Podría decir que el protagonista de ese corte del 'Telenotícies' del pasado 23 de abril es un amigo. Pero, claro, el amigo soy yo. Suelo ser prudente, incluso alérgico a la solemnidad, pero estaba borracho de primavera, en ese momento. Las habíamos pasado canutas todos y era la primera vez que nos veíamos las caras (o casi, aún ocultas tras las mascarillas). Uno escribe solo y sabe que le leen también a solas. Pero es una soledad elegida, no como la de la pandemia. Así que ese Sant Jordi era una celebración de la idea de reencuentro. Una fiesta. Un baile de máscaras. Un baile de mascarillas. Podría decirlo con palabras más sobrias, pero también aún más cursis.

Emojis en los márgenes

Yo sabía que mi última novela iba muy bien. E incluso intuía por qué, pese a pensar que quizás no lo merecía. De todos modos, los comentarios en redes no son nada comparado a las personas. Es como ver un animal en un atlas o en una selva.

Recuerdo a muchos, pero sobre todo a una pareja en concreto. Eran enfermeros y me contaron que habían leído la novela mientras hacían guardias interminables en el hospital. Cada uno subrayaba sus frases favoritas con su bolígrafo, cada uno de un color diferente. Firmé ese ejemplar y vi los emojis que se dejaban (en azul o en rojo) en el margen. Si no te emocionas con algo así es que tienes la piel de Olivetti y el corazón de aluminio. 

Digo que intuía ya entonces por qué podría haber ido tan bien esa novela larga y ancha. Y ahora lo sé con cifras en la mano. La consultora GFK publicó las cifras. Durante toda la semana de Sant Jordi, y en España, se vendieron más de 3 millones de libros, un 32,8% más que en 2019. Solo aquí, un millón de ejemplares frente a las 4,2 millones de rosas (y eso que el precio de los primeros baja y el de las segundas se dispara más que la factura de la luz). Esas cifras se dividen en ficción, infantil y juvenil, no ficción, cómics y otros. Pues bien, la novela había crecido un 43% respecto a su cifra de dos años atrás. Una demostración más de hasta qué punto necesitamos la ficción, sus mundos retocados o inventados, cuando la realidad nos falla, cuando nos cuesta seguirla, atraparla y tolerarla.

Al volver de la maratón de firmas, vi el 'Telenotícies' y le tiré una fotografía a la tele. El plano que os describía en el primer párrafo. Os juro que no es vanidad. Os estoy enseñando un momento feliz, como quien enseña, a riesgo de ser más pesado que un traje de piedra, una foto de la mejor anécdota de sus vacaciones. 

Este año seguramente ni siquiera habrá mascarillas. Tampoco restricciones. Nos veremos las caras, incluso sin bozal quirúrgico. Espero que con las mismas ganas de encontrarnos. De comprar libros. De necesitarlos. Incluso de leerlos.

Suscríbete para seguir leyendo