Templo del ritmo

Salvadiscos: el nuevo santuario del vinilo de Barcelona

Es el nuevo lugar de culto para melómanos en la ciudad. Una comunidad ‘audiófila’ rebosante de buen ambiente, sonidos celestiales y djs de proximidad. Son más de 2.000 socios

SALVADISCOS

SALVADISCOS / Zowy Voeten

Albert Fernández

Albert Fernández

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La música te abduce según cruzas la puerta, pero es como si viniera de mucho antes. En Salvadiscos (plaza de Santa Madrona, 4) los vinilos giran siempre en su infinita danza concéntrica, desbordando el ambiente con buenas vibras y síncopas perfectas. Aquí ese ritual atávico y circular tiene un mantra: «Compramos, vendemos y salvamos discos de vinilo». Esta asociación cultural sin ánimo de lucro se creó en 2021 con la idea de estimular iniciativas relacionadas con la música y la cultura

Tras los saludos, la cabeza se bambolea entre melodías dub y bajos seductores. De camino a la barra, el cuerpo se afloja y cede al ritmo. David sirve vermuts mientras recapitula entusiasmado la aún breve historia del local. Son ya más de 2.000 socios, dice. Por 10 euros formas parte de esta comunidad 'audiófila' todo el año. Hay días en que se alargan las colas para entrar.

El tipo recostado junto a la máquina pinball te dedica una sonrisa resacosa, pero tu mirada se pierde entre la infinidad de cubetas con discos. La colección puede abrumar un poco de primeras, así que con el primer sorbo te tomas un tiempo admirando los detalles. El flotador con el nombre del local destaca entre las cajas de frutas que cobijan perlas de jazz, hip hop, funk y mil estilos más. Los muebles son finos y retro a más no poder. Flipantes las mesitas y sofás setenteros de aires Kubrick, ese mostrador como mesa de dj, el banco de madera que emerge de la luna del local, y el pequeño reservado con fondo de pared verde.

También son todo elegancia los carteles de cada sesión, emulando la funda de un disco en destacados colores. El de hoy, especialmente marciano, promueve los ritmos sutiles que nos suministra Elena, alias Me No Pause. Desde su colectivo L’Electra organizan una vez al mes las Sesiones Vermutantes, nueve horas de música desde el mediodía hasta la noche. Beats contagiosos y tardeo con tapeo. De hecho, Salvadiscos sostiene una programación diaria de martes a domingo. Su agenda incluye conciertos, charlas, proyecciones, shows audiovisuales, radio en streaming, y talleres de producción musical y técnica de dj. Aquí se significan por la alta cultura musical. Su parroquia es gente entendida, pero también llegan neófitos. En esta comunidad, cualquier socio está invitado a ponerse detrás de los platos, por amateur que sea. 

El colectivo L’Electra organiza una vez al mes las Sesiones Vermutantes, nueve horas de música desde el mediodía hasta la noche.

El colectivo L’Electra organiza una vez al mes las Sesiones Vermutantes, nueve horas de música desde el mediodía hasta la noche. / Zowy Voeten

Esos dos chicos con pinta de nerd se arrastran por el suelo, inspeccionando minuciosamente cada disco. La gustera electro-suave te abstrae y te embobas contemplando las carátulas gloriosas de álbumes imponentes que decoran las paredes: 'Jazzmatazz', el 'Screamadelica' de Primal Scream, e incluso 'Joe Le Taxi' de Vanessa Paradis. Definitivamente, hay que deslizar los dedos por esas cubetas.

Los surcos del azar

Salvadiscos nace de las correrías por mercadillos de sus miembros fundadores, Jordi Ribe y Salva. Acumularon tantos vinilos que tuvieron que alquilar un local. Al poner música, su tiendita underground rebosaba gente todo el día, un poco como los habituales del estanco de Harvey Keitel en 'Smoke'. De ahí la idea de montar una asociación cultural donde la gente pudiera tomar algo y las actividades se multiplicaran en sesiones con djs kilómetro 0. El edificio familiar de Salva en la plaza de Santa Madrona se convirtió en el templo para esa diáspora gloriosa de tardes y noches de jazz, boogie, reggae, soul, e incluso electrónica experimental.

Afuera un perrito derrapa entusiasmado con su pelota en sintonía con el escaparate del baile que puede verse por el gran ventanal. La tarde se cierra mientras los beats por minuto determinan cada latido. El ambiente es alegre y vaporoso. Los adictos al groove se dejan llevar, sacudiéndose absortos frente a la cabina, en una gustera melómana infinita. El disco sigue girando. 

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