Conde del asalto

Quedamos para bailar en julio

El Cruïlla se plantea como el lugar donde volver a bailar: reunirá en una sola noche a Rubén Blades y a Juan Luis Guerra

Blades

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Miqui Otero

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Durante muchos meses, compramos los billetes de conciertos como quien compra billetes de lotería: rezando, con más o menos fe, para que tocaran. Se suspendían muy a menudo. O, como aquella pareja que decide «darse un tiempo», se aplazaban. Una y otra vez. Y otra. Hasta ahora.

Cuando llegó la pandemia, lo primero en lo que me fijé fue en todos esos carteles que anunciaban conciertos que jamás se celebrarían. Recuerdo cuando pensábamos que quizás a los que eran tres meses iríamos fijo. Se suele decir que somos más guapos en el pasado. Puede ser, pero también más ingenuos.

Pronto asumimos que no cantaríamos, en época de distància-mans-mascareta, 'I wanna hold your hand' en aquel concierto de Paul McCartney previsto. Ese, entre muchos otros. Pero lo curioso vino después, cuando había pasado la fecha de esos bolos y los anuncios seguían ahí, como un recordatorio de nuestras renuncias. Escribí un texto en este diario sobre el tema: «Los pósteres siguieron ahí, tapizando paredes y pirulís y persianas bajadas. Incluso cuando por fin se admitió que la gran mayoría de ellos no se celebrarían, ahí permanecieron durante la cuarentena y la desescalada, como insectos jurásicos en una lágrima de ámbar, para que, por fin quietos, pudiéramos analizarlos».

Luego empezamos a ir a algún concierto en los que no se permitía bailar. Pero digamos que no era fácil hacer eso tan entusiasta del amante de la música: ver el anuncio de un concierto y comprar la entrada meses antes. Tampoco eran un buen regalo de cumple o reyes, porque la pandemia podía recrudecerse y ese presente navideño quedar en pasado. «Vale por algún tipo de concierto flipante que se celebrará en algún momento del siglo XXI si es que el planeta sigue rodando», daban ganas de escribir en un vale-regalo.

En todo esto pensaba cuando he saltado de euforia al ver el cartel del Cruïlla que se ha anunciado esta semana. Al margen de amigos que admiro mucho y a los que me encantará ver, de Joe Crepúsculo a ToteKing, me ha gustado que se planteara como el lugar donde volver no a ver, sino a bailar. Y que para ello hayan logrado reunir en una sola noche (revuelo de tambores y legiones de trompetas) a Rubén Blades y a Juan Luis Guerra. Todo ello a principios de julio. ¡Compren ya la entrada!

Pesadilla cultural

Esa noche es lo más parecido a un sueño para despertar de una pesadilla cultural. Si tuviera que mandar al espacio exterior un curso acelerado sobre el baile como terapia y liberación política, mandaría 'Siembra' y 'Bachata rosa'. Ni siquiera sé cómo demonios el ser humano se besaba y se cimbreaba antes de la invención de esas dos obras maestras. Novelas de pocos minutos que son como insectos que se cuelan por dentro de la ropa para que el pueblo no las vea, sino que las viva. 

Llevo lustros queriendo ver a Blades con orquesta y también unos dos años largos (que pronto serán tres) maldiciendo mi nombre por no haber asistido a aquel memorable recital que dio a principios de verano del 2017 en el Poble Espanyol, cuando la gente aún bailaba sin saber que podría dejar de hacerlo (como quien baila descalzo en casa y golpea con una uña la pata de la mesa).

Después de todos esos meses de cifras de hospitalizaciones, este anuncio me recuerda a esa línea de diálogo en la película Johnny Guitar: «Será mejor que sigas bailando, Dancing Kid. Vivirás más años».

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