Conde del asalto

Vuelve Copito de Nieve

La idea parece que en breve llegará a pleno municipal: una posible escultura animatrónica del gorila albino

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Miqui Otero

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Poco después de que Copito de Nieve falleciera, con la ciudad aún consternada, mi queridísima Julia Otero le preguntaba a Joan Clos sobre quién podría tomar «el relevo carismático» de un icono tan insustituible como el único gorila albino del mundo. El entonces alcalde, un tipo que siempre me ha generado una especie de ternura hija de la perplejidad por su talento para meter la pata en las ocasiones más solemnes, contestó: «Lo que se aprecia más es que tenemos diez gorilas en el Ayuntamiento de Barcelona». 

Quizás aquello fue una involuntaria confesión sobre qué equipo consistorial había ideado algo como el Fòrum, quizás sólo fue un inocente lapsus, quizás fue un ajuste de cuentas con el propio Copito: dice la leyenda que cuando Porcioles, el alcalde franquista, lo recibió por primera vez en sede municipal el 1 de noviembre de 1966, el animal defecó en el Ayuntamiento. Ha llovido, incluso nevado, desde su fallecimiento, pero todo sigue igual. O parecido. 

Un millón de euros

Esta semana se vuelve a hablar de él. Escuchaba el otro día en Rac 1 la noticia de que prospera un proyecto para homenajear su figura. Eduardo Bare, propietario de un restaurante y activista 'floquetinero', comenzó a recoger firmas a través de change.org para que se emprendiera alguna iniciativa. El símbolo de la ciudad de tantas décadas no tenía ni calles ni estatuas. El azar quiso que la idea llegara a oídos del copropietario de Aquí Houston, una empresa tecnológica con sede en Barcelona. Y la idea parece que en breve llegará a pleno municipal: una posible escultura animatrónica, un monumento 2.0 de unos 3 metros de altura, que costaría un millón de euros.

Sin saber si la cosa sería un espanto o un prodigio, apoyo desde esta humilde tribuna que no se olvide al personaje, a poco ya del vigésimo aniversario de su muerte. Barcelona sin Copito, como sin Messi, perdió a un ser único en su especie, de los que dan relieve, carácter y proyección. Para bien y para mal.

Un mito-suvenir

No hablo desde la nostalgia infantil, aunque dibujara a Copito en mi pupitre un millón de veces (se dice que, preguntados por la mascota olímpica que querrían para el 92, el 90% de los niños lo eligió a él). Ni tampoco desde la empatía adolescente: ver a aquel rey, al que todo se le concedía, mirar con rabia punk y tristeza folk, hacer calvos, lanzar sus propias heces a los barrotes ante la mirada arrobada de los turistas (en una ciudad que se consagraba a ese sector) siempre me encantó. Hablo más allá de la memoria personal. Tener presente a Copito es no amnesiar cómo la burguesía catalana hizo mucho dinero sin pagar aranceles explotando la colonia española en la que él nació (ahora Guinea Ecuatorial), cuando andaba por allí hasta Fèlix Millet tocando el saxo en un combo llamado Banana Boys. Es plantear la pertinencia de hacer de un animal cautivo un reclamo. Es no olvidar la piedra de toque (aquella portada de 'National Geographic') de la imparable (y mal gestionada) globalización barcelonesa. Es reflexionar sobre el artista y el ser único, que por ser único se siente solo, por muy rodeado de gente que viva. Es, por otro lado, rescatar una ciudad en la que queríamos, y habíamos visto en persona, a nuestro icono

Aún ahora, cuando voy al zoo, lo busco más allá de los peluches que se venden en la tienda, el mito convertido en suvenir, y me pregunto: ¿qué pensaría Copito de su ciudad?

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