Conde del asalto

Carta a La Bodega d'en Rafel

Querido Rafel, tu bar es Parlamento alternativo, familia de repuesto, nudo de vida, templo de Sant Antoni, punto de encuentro entre generaciones en una ciudad que segrega por clase y edad

Bodega d'en rafel

Bodega d'en rafel / Ferran Sendra

Miqui Otero

Miqui Otero

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Querido Rafel, te escribo esta carta porque estás a punto de traspasar la bodega que lleva tu nombre, después de décadas dirigiéndola con camisa de cuadros, delantal negro y mano de hierro en guante de seda.

Sé que no tengo que meterla en un sobre y mandarla por correo, porque alguien aparecerá en el bar enarbolando el periódico para mostrártela. En todos estos años no he ido ni una sola vez sin que se enterara toda mi familia: hay una red de afectos y espías.

Uno suele recordar la primera vez que va a un sitio más que la última. En mi caso, es al revés. Es probable que la primera fuera con mi padre, cuando yo aún no sabía escribir ni mi nombre y cuando juraba que siempre bebería Trinaranjus, los cromos en el bolsillo y la vista en esos azulejos con dibujos de trabajos medievales.

Fuera, el barril y el cristal de la entrada

Sí recuerdo bien la última, hace un par de días. Fuera, el barril y el cristal de la entrada. Ahí, clásicos de siempre: esa foto de una manifestante en cuya camiseta se lee 'Las putas insistimos que los políticos no son hijos nuestros'. Y una nueva, recién colgada con celo: 'El dia 31 les tapes seran gratuïtes per liquidació de la Bodega Rafel'. Cuando he llegado no había sitio, así que has colocado una mesa en la acera, sobre la que has posado un quinto fresco como el pico de un pingüino. "Eso es mentira, ¿eh?", me has dicho. Y he caído en que era el día de los Inocentes. Ojalá el traspaso también fuera una inocentada.

He pensado en cómo has gestionado esta bodega que no solo lleva tu nombre, sino que eres tú. Has seguido el consejo que Polonio le da a Laertes en Hamlet: "A todos presta tus oídos; tu voz, a pocos. Escucha el juicio de todos y guárdate el tuyo". Así te has ganado la confianza de todos.

Siempre es carnaval en la bodega

Digo que fui por primera vez sin saber ni escribir y es curioso cómo he escrito mil veces sobre tu local. Lo he hecho, por ejemplo, en novelas. Novelas que tú siempre has colocado detrás de la barra, a la vista, rodeadas de licores cobrizos, una casa museo. En una de ellas, digo: "Siempre es carnaval en la bodega. Siempre una filarmónica de cucharillas de café, el parloteo azogado de la tragaperras, la traca de chistes. Es imposible discernir a camareros y clientes, todo es bochinche de gritos y de personas que entran y salen de la barra, un baile coregrafiado desde la calma por Manel (te cambié el nombre) y su mujer".

Porque hay muchas estrellas en el Rafel. Allí bebían músicos y escritores. Pero los protagonistas son los artistas sin arte. Uno de ellos era un tipo con bigote recortado de galán de preguerra, pelo hacia atrás, corbata y chupa de cuero. Afirmaba que había sido campeón de pimpón de Catalunya, que había revendido entradas en el antiguo campo del Barça, que venía de familia de artistas de circo. "¿Hay algún concurso de belleza en la zona?", decía. "¡Porque todos mis votos irían para usted!", le soltaba a tu esposa. Y luego exponía que él no tenía sed, que no quería vino: "Lo que yo tengo es hambre". ¿Y qué podría hacer? "Abandone a su marido y venga a cenar conmigo". Recuerdo cuando, tan afrancesado, me dijo: "Si el 'timbaler' del Bruc en vez del tambor se hubiera tocado los cojones, nos iría mucho mejor". Y también que falleció cruzando la calle tras el último trago.

Del primer café a la última copa

Aquí se observa el ciclo mismo de la vida, del primer café a la última copa. Pocos bares acumulan tantas capas geológicas de biografía barcelonesa: del claqué de las fichas de dominó de los yayos a los brindis de los jóvenes modernos.

Tu bar es Parlamento alternativo, familia de repuesto, nudo de vida, templo de Sant Antoni, punto de encuentro entre generaciones en una ciudad que segrega por clase y edad. Escribo, y miro el mundo, mejor gracias a tu bodega. La deuda (y no hablo de las rondas impagadas) es eterna e insaldable.  

Gracias.

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