Conde del asalto

¿Vendéis discos?

Es hora de desmitificar la caricatura del dueño o trabajador de las tiendas de vinilos

Tienda de vinilos Disco 100

Tienda de vinilos Disco 100 / FERRAN SENDRA

Miqui Otero

Miqui Otero

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No soy el entomólogo y cazador de lepidópteros que asistirá a la eclosión de la crisálida y el primer vuelo de la mariposa. Ni el ornitólogo que asistirá ojiplático al polluelo que rompe el cascarón de un cabezazo antes del primer pío. Ni el veterinario que acompaña el primer trote patizambo del cervatillo. Ni siquiera el profesor de guardería que verá la primera vez de aquel gesto (la primera voltereta) o de aquel otro (el primer patadón en los genitales) del niño o la niña. Incluso me perdí hace un par de días el encendido de la estrella de la Sagrada Família (si siguen así, acabarán poniendo un McAuto, un casino de Las Vegas, un chalé adosado de Torrevieja). Ni he asistido ni asistiré a todos esos primeros milagros, pero sí a otro muy concreto: la primera vez que alguien compra un vinilo en una tienda de discos.

La escena arranca siempre parecido: alguien entra, sortea cubetas repletas de plástico negro y recorre el pasillo de paredes tapizadas con portadas multicolores de doce pulgadas y, alcanzado el mostrador, pregunta: ¿vendéis discos? 

Templos de vinilos

En la ficción, siempre se ha caracterizado al dueño o trabajador de la tienda como el estirado que no tolera este tipo de situaciones. Sucede en 'Alta fidelidad', la novela de Nick Hornby y la película de Stephen Frears, que siempre ha sido una biblia de los adictos a los discos y sus templos, si bien el otro día la vi definida (y me reconocí, con cierto sonrojo) como “el 'Amelie' de los tíos”. Sucede en 'Telegraph Avenue', la novela de Michael Chabon y también en 'Empire Records', la peli de culto de los noventa. Y, sin embargo, es hora de desmitificar esa caricatura. 

Sucedió hace un par de días, en El Genio Equivocado, la tienda de discos que la discográfica del mismo nombre abrió hace tiempo en Grácia (y que es mejor cada semana que pasa, con nuevas incorporaciones de segunda mano). Yo andaba borrando mis huellas dactilares en el frenético juego dedo medio-índice para buscar alguna sorpresa, cuando entró la chica. Quería comprar un disco. No sé si me podrías recomendar “algún autor”. Lejos del suspiro paternalista, se le preguntó presupuesto y algún tipo de orientación de gustos del destinatario del regalo. Inquietante. El presupuesto eran 15 euros. Quizás sería gracioso regalarle uno de Raphael

Regalos para neo-tocadiscos

Estábamos ante la habitual primera compra para un amigo al que se le ha regalado el típico neo-tocadiscos con entrada de USB. El álbum que se regala como se compran las pilas para que el niño estrene juguete. Donde otros verían mofa, allí, en una tienda eminentemente indie y selecta, se le seleccionó un recopilatorio de los Gipsy Kings con portada repleta de palmeras y se le empezaron a nombrar posibles cantantes exitosos de los noventa. Se le trató como el veterinario al cervatillo o el ornitólogo al gaviotín. 

Entiendo perfectamente esa desorientación al entrar en una tienda de discos. En cualquier comercio de algo con lo que no estás familiarizado. A mí, por ejemplo, me sucede lo mismo en las ferreterías (me querría llevar todo, pero no sabría para qué sirve nada, más allá que para la autolesión). Cuando se impulsó el proyecto de Círculo de Lectores en España, ésa era una de las preocupaciones: animar a los españoles a que se familiarizaran con qué era un libro, por qué molaba, para que luego pudieran entrar en las librerías sin miedo y, lo más importante, sin vergüenza.

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