Conde del asalto

Todos somos enanos del Cosmos

Las proyecciones a cúpula completa del Planetario te hacen sentir que somos pequeños y que por tanto nuestros problemas deberían serlo también

tierra

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Miqui Otero

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Cada vez que nos ponemos estupendos, que pensamos que la última polémica es decisiva o que nuestros argumentos son los únicos, también cada vez que afrontamos algún tipo de cabreo o de tristeza aparentemente letal, deberíamos subir a algún sitio para contemplar todo desde arriba.

No me refiero a subirnos a una silla. Tampoco a una montaña, aunque, desde luego, desde mi más tierna infancia he escalado (es un decir) la de Montjuic para ver la ciudad desde alguno de sus miradores: la visión de los humanos a tamaño click de Playmobil y las casas dados de arena de playa y los coches Micromachines de juguete ayuda a relativizar lo que nos sucede allá abajo. Pero me refiero a más arriba. Verdaderamente arriba. Desde el espacio exterior.

Todo es relativo

La primera foto de la Tierra desde el espacio exterior se tomó el 24 de octubre de 1946, gracias a una cámara de 35 milímetros incrustada en un Cohete V2. Que pudiéramos ver por primera vez la curvatura de nuestro planeta gracias a una tecnología desarrolada por un nazi (fue Wernher von Braun el que desarrrolló esos cohetes, incluso tuvo la indencencia de decir en su día que no habían alcanzado la Luna, pero sí Londres) no deja de demostrar que, a cierta altura, todo es relativo.

Más emocionante aún fue la que se tomó justo en la Nochebuena de un año absolutamente crucial: 1968. Mientras el ser humano se peleaba por sus derechos civiles aquí abajo, el Apolo 8 tomaba una preciosa fotografía de la Tierra desde la órbita de la Luna. La fotografía se tituló Earthrise y llegó extrañamente a tiempo. Consoló a Caetano Veloso, en la cárcel por temas políticos, y disparó la imaginación de muchos otros, como Carl Sagan. De hecho, el divulgador nos bautizó como 'Un punto azul pálido' cuando vio otra fotografía, tomada el 14 de febrero de 1990, que mostraba nuestro enorme mundo como una mota de polvo color pitufo: “Mira ese punto. Eso es aquí. Eso es nuestro hogar. Eso somos nosotros. En él, todos los que amas, todos los que conoces, todos de los que alguna vez escuchaste, cada ser humano que ha existido, vivió su vida. La suma de todas nuestras alegrías y sufrimientos, miles de religiones seguras de sí mismas, ideologías y doctrinas económias (…) La Tierra es un escenario muy pequeño en la vasta arena cósmica”.

El Planetario

Como por el momento no tengo la pasta de millonarios que están conquistando el espacio como Elon Musk o Jeff Bezos (por suerte soy menos cretino que ellos y sí tengo mejor pelo), me tengo que conformar con una excursión más discreta que, sin embargo, me funciona desde que soy un enano: si no puedo ir al cosmos, voy a Cosmocaixa.

Además, estos días el museo acoge una excepcional exposición sobre Nikola Tesla, que repasa sus inventos y sus delirios. Aprender sobre una figura clave en la historia de la electricidad justo ahora que la factura de la luz se disparará todavía más es extrañamente poético. 

Pero hay cosas que jamás cambian, te sientas como te sientas y esté el mundo como esté el mundo: una es el sentido rotatorio y de traslación de la tierra y el otro es el Planetario de Barcelona. Fui el otro día y atrapé la sensación de la primera vez: esas proyecciones a cúpula completa que te hacen sentir que otros viajes son posibles y que somos (gracias al cielo) pequeños y que por tanto nuestros problemas deberían serlo también. Disfruté tanto de Cazadores de planetas, más infantil, como de Postales de otros mundos, más contemplativa y adulta. Un viaje al pasado y al futuro y a algún lugar lejos de nuestras rabietas y preocupaciones.

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