Conde del asalto

Adiós, adiós, monstruos

El mejor retrato de lo que pasó, si es que pasó o si es que ya ha pasado, ha resultado ser un musical infantil

Onbarcelona 'Bye Bye, monstre'

Onbarcelona 'Bye Bye, monstre'

Miqui Otero

Miqui Otero

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Padecimos diarios de confinamiento, hemos sufrido una tormenta de dietarios pandémicos y la promesa de novelas instantáneas covid, pero finalmente el mejor retrato de lo que pasó, si es que pasó o si es que ya ha pasado, ha resultado ser un musical infantil. 

En realidad, no me extraña, así de raro fue todo. En los musicales, alguien está atándose los zapatos, sacando pasta en un cajero o introduciendo la pistola de gasolina en el coche cuando, de repente, todo cambia de color y se pone, sin venir a cuento, a bailar y a hablar de corazones encogidos, campos de amapolas y deseos de vivir más allá del arcoíris. Y la pandemia fue exactamente eso, pero justo al revés: andábamos viviendo con nuestro jijijaja, brindando en bares, cerrando tratos y oliendo flores cuando, de repente, nos quedamos congelados. Un gran signo de pausa. Y a casa, previo paso por el supermercado para comprar papel de váter. Algo tan aparentemente delirante que nos resultaría inverosímil hasta leído en un cuento infantil.

"El monstruo"

De hecho, el musical del que os hablo surge de un cuento infantil. Titulado 'Bye Bye, monstre', explica la vida de una familia tradicional (padre enfermero, madre informática, preadolescente guayón y nena ultralista) atravesando los días de confinamiento. 

Hay licencias poéticas, claro. El covid no es esa cosa invisible, o ese emoji de pelotita verde, sino un garabato de color rojo que muta de tamaño. Y no se llama SARS-COV-2 ni coronavirus ni covid-19, sino «el monstruo». Como la niña protagonista escucha que no afecta a los animales, se pone gorritos de peluche de ardillas, ratones y gatos. 

Pero los conflictos son los mismos. Ella no puede celebrar su cumpleaños. Los abuelos (aquí, científicos) tienen problemas para desconectarse de las videollamadas. El padre llega a casa rendido. El adolescente cree que todo esto es un invento e intenta huir de casa para quedar con sus colegas. Y la madre, que teletrabaja, explota, llora en un espectáculo de miedo y risa, porque (sencillamente) no puede más. Ah, y la lavadora, la nevera y la Minipimer hablan. 

Más normal que la normalidad

El cuento se ha convertido en un musical, al que fui el otro día en el Teatre Poliorama con mi niño, que hace meses empezó a decir que la gente se quedaba dormida por culpa del «virus» y que una noche había dormido con los ojos abiertos por si venía. 

La música es de Dàmaris Gelabert, que en casa ha desbancado (yo ya me he rendido) a Aretha Franklin, y eso es sinónimo de que los pequeños gocen. Y, pese a ser un 'show' cotidiano y fantasioso, cómico y de terror amable, atrapa muchas de las cosas que vivimos juntos. Puede parecer raro que una Minipimer hable, pero más raro era limpiar los tomates con Fairy (o la gente que defendía beber lejía). Y todo se resolverá (la familia podrá decirle adiós al monstruo) gracias a un secreto mecanismo que pasa por un lápiz y la libreta donde la niña escribe su diario. Y muchos, pese a no acabar con él, aprendimos a convivir con la idea del virus gracias a lo que escribimos y, sobre todo, leímos. 

Después de salir del teatro y de comer en un bar abarrotado con las bocas al descubierto, pasamos por la plaza del Macba donde una coral cantaba en un escenario al aire libre con mascarillas en la boca. Y seguí pensando que el garabato rojo del monstruo y el cuaderno mágico y la Minipimer eran mucho más normales que la normalidad.

Suscríbete para seguir leyendo