CONDE DEL ASALTO
Fuego en la ciudad violenta
En su nuevo libro, Jordi Corominas pasea por lo oscuro del pasado de Barcelona para dar luz a cuestiones del presente
Miqui Otero
Escritor
Entre la periférica 'Ciutat podrida' a la que cantaban La Banda Trapera del Río y 'La millor botiga del món' que promulgaba un gobierno municipal, entre los cascotes de la Rosa de Foc en las Ramblas y los gritos de 'Els carrers seran sempre nostres' a la altura del edificio de La Caixa en la Diagonal, entre la Barcelona poderosa (porque ella tiene poder) y la de las catanas y los bolardos, pasea un tipo con una botella de Font Vella de un litro.
Lleva, también, un traje de dos piezas. Las solapas de la americana son el telón abierto para alguna camiseta pop, protagonizada por Roberto Bolaño o por Naranjito. Se empeña en señalar esos indios con penacho en los frisos de ese edificio de las Ramblas, esa bomba incrustada 'a posteriori' en una fachada de Sant Andreu y ese Starbucks donde tiempo atrás había un banco ultramarino. Es decir, se empeña en hacer lo que pocos hacen: leer una ciudad. Leerla mientras la camina.
Pisando la hemeroteca y cada rincón de la ciudad
El tipo que pisa esas calles es Jordi Corominas. Lo conocerán por sus libros, sus programas de tele y sus rutas guiadas. Y su labor es importante, porque tiene la manía de documentar de forma crítica la historia de una ciudad a menudo empecinada en 'amnesiar' su pasado. Y de hacerlo pisando la hemeroteca pero también cada rincón de Barcelona.
Ahora ha publicado el libro 'La ciudad violenta. Un paseo por la historia criminal y revolucionaria de Barcelona' (Península). Un enfoque útil, porque la violencia es un sarpullido y un sarpullido puede ser un síntoma.
Las primeras bullangas de 1835
Corominas se pasea aquí por lo oscuro para dar luz a cuestiones del presente. Se remonta a las primeras bullangas de 1835, brotes de violencia de los que Josep Pla dijo que tenían la función de liberar espacio ocupado por conventos. Pasa por la bomba del Liceu de 1893, para luego narrar la Semana Trágica de 1909 o los logros de la huelga de La Canadiense en 1919. Analiza con profundidad ese "Chicago 'avant la lettre'" que fue el pistolerismo de la patronal contra el anarquismo, pero no descansa hasta llegar a la precariedad posfranquista o al 'procés'.
Para cada momento histórico elige algún crimen, ya sea el de Enriqueta Martí ('la vampira del Raval', en 1912) o el del Maremagnum en 2003. Y esto es lo valioso, porque mientras el amarillismo explota y azuza el fuego como si se generara espontáneamente, el historiador analiza la cultura y las condiciones socioeconómicas para averiguar la causa del incendio. Para entendernos, ante la imagen de la Barcelona en llamas de la Semana Trágica, él apunta que el conde de Güell era accionista en las minas del Rif donde arrancó el conflicto. Donde otros ven vampiras, él ve a una mujer del lumpen proletariado usada como cabeza de turco por las élites para estigmatizar a toda una clase social.
Uno puede, como yo, comprar todo libro sobre su ciudad (del análisis sobre el pistolerismo de Jaume Passarell a la 'Guía secreta de Barcelona' de Carandell o a la 'Sonata a la Rambla' de Sempronio) o puede limitarse a leer esta obra tan minuciosa como ambiciosa.
Corominas, además, parece haber hablado con Nicomedes Méndez, el verdugo titular de la Audiencia de Barcelona. O con Ramón Clemente García, ese mozo de carbonería que bailó a lo loco con una momia frente al Palau Moja, residencia del marqués de Comillas. Pero no es difícil encontrarlo tomando algo en esos bares gallegos traspasados a familias chinas. Pregúntenle por la ciudad y denle la enhorabuena por esta obra.
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