Conde del asalto

Ganas caninas de ir al Verdi

Es imposible huir de 'La patrulla canina' si tienes hijos de menos de 5 años. Como el héroe de la tragedia: cuanto más huyes de tu destino, más te estampas contra él

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Miqui Otero

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Ganas de pedir un té con una nube de leche. Ganas de que haga frío para ponerme un jersey con cuello de cisne. Ganas de que se me escarole el pelo para parecer realmente despeinado. Ganas de pagar con las penúltimas monedas y de tomar la calle con las 'Meditaciones' de Marco Aurelio o 'La náusea' de Sartre bajo la axila. Ganas de liarme un cigarro, pero no ahora, sino cuando aún nadie fumaba tabaco de liar. Ganas de llegar en el último momento y pagar la entrada con las últimas monedas. Ganas de coger los folios de la entrada donde te explican qué ha dicho la crítica de tal película. Ganas de que haya alguien con ganas de hablar de la última de Kaurismaki. Ganas de arrellanarme en la Sala 1 de este cine legendario y, al ver las enormes cortinas color calabaza que cubren la enormísima pantalla minutos antes de la acción, ganas de soltar bien alto: “¡Qué grande es el cine!”. Ganas de averiguar el teléfono fijo de Garci para llamar a las dos de la madrugada y gritar “¡Qué grande es el cine!”. Y luego colgar. Ganas, muchas ganas, las que tenía, después de dos años sin hacerlo, después de toda una pandemia sin pisarlo, de volver al cine Verdi

Se descorren las cortinas y me dispongo a ver una película más profunda que la última de Terrence Malick. Es entonces cuando aparece en la gigantesca pantalla una insignia donde leo: 'La patrulla canina: La película'

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Es imposible huir de 'La patrulla canina' si tienes hijos de menos de cinco años. Como el héroe de la tragedia: cuanto más huyes de tu destino, más te estampas contra él. Marshall, Chase, Zuma, Skye, Rocky y Rubble acudirán. Si te prometes no ponerle más esa serie, encontrarás la cara de los cachorros en la tapa del Danonino, cubriendo el huevo de chocolate, en el anuncio de la farmacia.

La serie plantea la existencia de una especie de emprendedor de start-ups, pero de unos 11 años (autoexplotación infantil) que ha reunido a una especie de banda paramilitar o de seguridad privada para proteger Bahía Aventura. Cada perrete tiene su comportamiento esterotipado (el patoso, el hipermotivado, el comilón… la chica, porque solo hay una con ocasionales cameos de otra) por lo que el mensaje que se deriva es que poco puedes evolucionar. He leído últimamente artículos en los principales diarios de la prensa internacional hablando de su mensaje ultraneoliberal, de cómo hiperexcitan a los niños, de cómo refuerzan prejuicios de género. Todos escritos por padres y madres como yo. 

La primera película

Pero aquí estamos, butaca con butaca. Y casi puedo escuchar el corazón de mi hijo, que parece una estampida de potros desbocados por la emoción. Más que mirar la pantalla, miro la cara del niño mirando la pantalla. Y pienso que es la primera película que ve en el cine y que no la voy a elegir yo. Y, oye, hasta me parecen monos esos disfraces y hasta río (exageradamente) con los chistes, cuando Rubble se pone el peluquín de aquel reportero. O con ese gag metaliterario, cuando Ryder dice que consiguió montarse este lujoso Centro de Mando vendiendo 'merchandising' de los cachorros a los padres: “Se venden como rosquillas”, dice, enseñando una camiseta de 'La patrulla' (muy parecida a la de mi hijo). Y el mocoso ríe con la boca llena de dientes de leche y palomitas, casi hasta las lágrimas. Y entonces, no querría estar en ninguna otra película. Y mucho menos en ningún otro sitio.