Conde del asalto

Un lunes cualquiera

Existe un neologismo que solo se da en determinadas regiones: 'luernes'

terraza

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Miqui Otero

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A menudo pienso que un lunes en Madrid equivale a una Nochevieja en Barcelona.

Esta semana estas líneas no podrán ir sobre nuestra ciudad, porque felices motivos de trabajo me han llevado a pasar varios días, y sobre todo una noche, en la otra. 

El día, después de pasar por la exquisita Librería Grant, debía arrancar con una caña. Una caña, allí, siempre hace honor al cliché de bien tirada, así que no es una caña, sino una copa de néctar de los dioses, de ambrosía dorada, con enorme tupé canoso de espuma. La plaza bullía con un ambiente deslumbrante, aunque se podía deber al Día del Orgullo. En la terraza, lo mejor no era ni siquiera la caña, sino cómo se negociaba en la mesa contigua: "Quiero una caña fría como el corazón de un inglés", pedía el cliente. Y, después de dos minutos, le era entregada con la réplica del camarero pensada al vuelo y en la mejor tradición del teatro de Jardiel Poncela: "Aquí la tiene: fresca como el culo de un pingüino". 

Luego comimos chuletón de tomate (qué bonita nomenclatura) en el restaurante favorito, donde te sirven manjares mientras suena 'Camarera de mi amor'. En Celso y Manolo todo es antiguo y es nuevo, que es como deberían ser todas las novelas y todos los bares. 

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Salimos de allí pitando (llegábamos tarde) y silbando, vistiendo nuestras mascarillas: es curioso cómo, a pesar de su abolición en espacios abiertos, la gran mayoría la seguimos portándola, aunque sea a modo de pendiente, pulsera de antebrazo o tapapapadas. Como si fuera un recordatorio de la pandemia. O un complemento de una moda reciente.

Profecías autocumplidas

La cosa, sin embargo, era la noche. Parecía de cajón que una noche de lunes podría ser plácida. Que habría sitio en las terrazas y quizás solo algún bar cerrado. El caso es que estaban todas llenas. No estamos hablando de convertir el jueves en 'juernes', sino de un neologismo que solo se da en determinadas regiones y que podría llegar a bautizarse como 'luernes'. Un amigo, barcelonés afincado allí desde hace ya muchos años, dice que es “el síndrome de no tener dinar de diumenge”. Esto es, como no hay lazos familiares de la gente que va allí a estudiar o trabajar, como no hay la obligación de la comida familiar o de la visita de rigor, se sale más; se relaja y se pierde un poco el protocolo de la semana.

Hay algo de profecía autocumplida en las ciudades. Siempre imagino que en Nueva York, la ciudad que nunca duerme, la gente quizás se quiere ir a dormir, pero que no lo hace porque está, precisamente, en la ciudad que nunca duerme. Así, vives Nueva York a través de las películas que has visto, como vives Barcelona a través de sus novelas, de modo que con tu comportamiento afianzas el carácter de la ciudad, que nació, en realidad, de las ficciones. 

En Madrid, por ejemplo, la gente mezcla en la misma mesa a amigos de grupos distintos porque dice la ciudad que eso está bien visto, así que se hace. Y se sale el lunes, porque en Madrid se dice que se sale el lunes. 

Puedes, de hecho, vivir un lunes con la certeza de que es un viernes. Acabar comprando pitillos sueltos en un bazar chino, remontando calles armado con un hatillo de cervezas Mahou templadas, decir que la última es la penúltima. Hay alguna enseñanza ahí que ahora mismo se me escapa. Podría ser la resaca. Pero seguro que acabo sacando esa moraleja. Quizás, que las ciudades son, en realidad, más allá de su historia, lo que quieran que sea los que las pisan y que lo mismo sucede con nuestro tiempo.

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