LA PRIMAVERA LA SAVIA ALTERA

Rutas por los rincones en flor de Barcelona

Sobrelleva el confinamiento comarcal en estos oasis urbanos. Un ‘tour’ por vergeles callejeros inesperados

gaieta

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Albert Fernández

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Hoy no vamos al parque. Tampoco saldremos lejos de excursión, que la cosa está complicada. Simplemente vamos a aguzar los sentidos como Lobezno para rastrear floraciones alucinantes, frondes fabulosos y espesuras vegetales inesperadas.

En cuanto abril asalta nuestro calendario, la naturaleza responde con exuberancia a las horas de luz. El despliegue vegetal redobla su intensidad y podemos olvidar el cemento gracias a los vergeles urbanos que afloran por nuestras calles. Si al ver a Gladiator pasando la mano sobre el trigo te sobreviene antes la gustera de imaginar ese tacto que la vergüencita por lo cursi de la escena, si subes constantemente fotos de florecillas a tu Instagram, o imaginas un vaivén de sombras de árboles al escuchar los tonos relajantes de tu 'app' de meditación, esta ruta te hará echar raíces.

La flor de mi secreto

El milagro de Sarrià

Un gato callejero te saluda con un maullido ronco mientras caminas distraídamente por detrás del Mercat de Sarrià. Se gira con gesto zalamero para adentrarse en la estrecha callejuela por donde asomaba. Le sigues. En unos segundos te encuentras con un paraíso en miniatura. En la plaza de Sant Gaietà el 'Stendhalazo' es instantáneo. Solo puedes contener el aliento y pasear la mirada estupefacta por el desfile de tiestos, jarrones y muros por donde brotan enredaderas, titilan hojas y centellean infinidad de flores en un gran espectáculo secreto.

Esta placita escondida en los intersticios de Sarrià se mantiene esplendorosa gracias al trato íntimo de sus vecinos, que cuidan con esmero su repertorio vegetal. Los habitantes de las 10 casitas bajas que rodean la plaza se refieren a este pequeño oasis como "el 'raconet''. Sus baldosas rojas no admiten terrazas de bar ni bancos. Apenas queda sitio entre el fantástico despliegue de ficus, margaritas, geranios, ciclámenes, rosales y limoneros. Pasado el pasmo inicial, entra cierta agitación: no sabes desde dónde tirar las fotos. En realidad, lo único que te apetece es hacer un pacto mudo con el lugar y quedarte ahí en silencio, mientras el gato se frota por las macetas.


Corredores verdes

Pasillos con fragancia

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El pasaje de Tubella es un paseo con aires de Notting Hill: jardines frondosos y casitas con deje británico. / Albert Fernández

A priori, nadie se atrevería a comparar Les Corts con Notting Hill. Pero ese supuesto se desvanece cuando te adentras en el sorprendente pasaje de Tubella. Este encantador rincón situado entre las calles de Novell y Evarist Arnús nos recibe con un armonioso escenario de fachadas de colores rematadas por frondosos jardines delanteros. Pueden verse melenas de enebro, estilizadas copas de boj y cascadas de musgo trepador invadiendo los balcones. Ojo, porque esta pequeña urbanización de aires 'brit' no solo tiene 'lookazo', también guarda historia. Originariamente se construyeron 22 casas en 1925, destinadas a empleados británicos de la industria textil de Barcelona.

Atravesar pasajes en flor es una experiencia tan particular como recomendable. En nuestra ciudad abundan: puedes tararear 'In bloom', de Nirvana, mientras te deleitas con las frondosas paredes del pasaje de Mallofré, alucinar con la voluptuosa vegetación del pasaje de Güell en la Bonanova o admirar los tonos vivos del pasaje de Méndez Vigo.


Postureo macetero

La casa de las flores

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Lugar de peregrinaje para 'instagramers: la casa de las plantas en Allada Vermell, donde suele haber unas 60 macetas. / María D’Oultremont

Si tienes ganas de cerrarle la boca a ese cuñado que tanto farda de cómo le luce su poto en el salón, y de paso quieres impresionar a la familia con una visita turística alejada de tópicos modernistas, no lo dudes: busca en el móvil la dirección Allada Vermell, 12. Allí encontrarás una de las fachadas sin trazas de Gaudí más fotografiadas de Barcelona. En la puerta de esta casa del Born se desparrama un extraordinario jardín improvisado que campa a sus anchas a lo largo de más de 60 macetas. Parte del encanto tiene que ver con la sencillez de su origen. Sus propietarios, Inés y Lucky, empezaron a acumular plantas hace 10 años, muchas de ellas encontradas en la calle. La cosa alcanzó tal exuberancia vegetal que se bautizó el lugar como "la casa de las plantas". Hoy en día es sitio de peregrinación habitual de 'instagramers' e 'influencers', que se agolpan a sus puertas para clavar el mejor selfi primaveral. El filtro de flores cuqui ya viene por defecto.

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Brotes internos

Claustros vegetales

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'Citrus aurantium' en el Jardí dels Tarongers. / Jordi Otix

A veces para dar con un paréntesis verde hace falta adentrarse en algún patio o galería interior, rincones alejados de las miradas donde la luz incide sutilmente sobre una colección de plantas en subterfugio. Tras la piedra podemos dar con tesoros como el vergel interior del Museu Frederic Marès (plaza de Sant Iu, 5), los nobles 'Citrus aurantium' que crecen en el Jardí dels Tarongers (Elisabets, 8), y entregarnos a la meditación en el claustro del Monasterio de Santa Anna (Santa Anna, 29). Resulta excepcional leer algún poema de Walt Whitman caña en mano en el jardín interior del Centre Cívic Can Deu (plaza de la Concòrdia, 13), o soñar despierto en la terraza interior del bar de La Central del Raval (Elisabets, 6). Tampoco olvidemos esos limbos floreados que nos ofrecen los interiores de manzana que encontramos en barrios como Sants y Sant Antoni. Son todo un respiro.


Ritos de primavera

Paraíso perdido

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Pasaje de Maluquer, un paraíso verde en Sant Gervasi. / María D’Oultremont

Para el paseante distraído, salvar la ruidosa corriente de tráfico de Sant Gervasi y girar la esquina que lleva al paraíso verde del pasaje de Maluquer es toda una revelación. En realidad esta calle poco tiene de pasaje, salvo la sensación de tránsito y otredad que nos ofrece. Se trata de un reino salvaje donde la flora parece querer borrar cualquier rastro de civilización. Árboles gigantes y enredaderas desaforadas ocultan los edificios, las tipuanas tiñen el asfalto de amarillo con su floración, y los cipreses crecen más allá de donde alcanza la vista. Los pájaros celebran con cánticos la conquista vegetal de los cielos. Ante semejante epifanía natural, el ser humano trastabilla. La cabeza se va. Te colocas. Un episodio psicodélico que solo podría elevarse más si viéramos a la Cosa del Pantano emerger entre el verdor, extraer un tubérculo de su musgosa caja torácica y ofrecernos un bocado de la engrosada raíz.


Jardines desconocidos

Vegetación a resguardo

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Apuesta por la biodiversidad en el eje verde frente a la Fábrica de Ca l'Alier. / Albert Fernández

Cuando las aceras nos ofrecen un refugio entre setos, hay que ceder a la tentación. Conocer los jardines de la ciudad es vital. Con la pandemia, pasó desapercibida la inauguración de los fabulosos Jardines del Doctor Pla i Armengol (avenida de la Mare de Déu de Montserrat, 132), que rehabilitan una antigua finca privada de estilo novecentista, expandiendo la mirada gracias a campas, pérgolas, caminitos y miradores por los que palpitan algarrobos, olivos y madroños. También resulta fascinante la apuesta por la biodiversidad en el eje verde frente a la Fábrica de Ca l’Alier (Pere IV, 362), y en Les Corts acaban de plantar el que se adivina como un generoso jardín, en el entorno de las Cristalerías Planell con la calle de Numància. Si es importante atender a los nuevos brotes, también conviene visitar jardines pequeños, como los de Enric Sagnier (Sant Elies, 18) o los del Mestre Balcells (Sant Salvador, 73), donde destaca una fabulosa palmera canaria. Si te gusta ir a lo grande, es obligado asomarse al Jardín Botánico (Doctor Font i Quer, 2), gran muestrario de la flora mediterránea. Y en los Jardines de Mossèn Cinto Verdaguer (avenida de Miramar, 30) se te queda cara de Ent contemplando el 'Gink-go biloba', una especie considerada fósil viviente por su antigüedad evolutiva. Así da gusto meterse en jardines.


Explosiones de verde

Coronas de flores

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Un clásico primaveral: las lavanderas de Horta. / Albert Fernández

Viviendo en una jungla de cristal, a veces el verde nos asalta por sorpresa. Fascina encontrar rincones conquistados por ramas y hojas tan peculiares como esa pérgola hecha de vegetación que cubre calzada y aceras en la confluencia de las calles de Espronceda y Marroc. Parece como si el mismísimo Groot estuviera extendiendo sus leñosos brazos para protegernos con su sombra. Igual de flipante es dar con el esplendor en la hiedra: contempla la tupida invasión verde que cubre la casa del pasaje de Fontanelles con la calle de Anglí. Al final, tanto da que nos dejemos seducir por los aires de cortijo andaluz de las clásicas lavanderas de Horta, admiremos las jardineras asilvestradas que salpican de frondes y flores el paseo de Gràcia, o caminemos distraídos entre las agradables tipuanas de Josep Tarradellas. Lo importante es darse cuenta de que, por mucho que apriete el asfalto, brota vida en cada charco.

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