QUEDADAS PANDÉMICAS

Rutas para pasear por Barcelona en tiempos de restricciones

Sin bares ni restaurantes, nos queda echar a andar cual 'hobbit' en una novela de Tolkien. Todo un ejercicio de descubrimiento. Aquí van dos paseos por parajes fascinantes y valles del botellón

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Albert Fernández

Albert Fernández

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A día de hoy, es poco aconsejable plantarse ante el paisaje de circunstancias. Si nos paramos a contemplar el horizonte como aquel explorador del cuadro de Caspar David Friedrich, nos asomaremos a un mar de nieblas que enloquecería al último artista del romanticismo. Sin bares, con toques de queda, bolsillos temblando, virus bailando y lo que te rondaré, pandemia, aquí ya no hay mucho que ver. ¿Qué nos queda? Echar a andar cual 'hobbit' en una novela de Tolkien. Cuando caminas se rompen las cadenas de la costumbre, el alma se aligera y el mundo se vuelve un lienzo en marcha. Especialmente si dejas de mirar el móvil. Te invitamos a probar un par de rutas que mezclan puntos conocidos con desvíos freak, ideadas sobre la marcha en algunas tardes de desescalada. 

Del Turó Park a la carretera de les Aigües

Bordear el eutrófico estanque del Turó Park y cruzar la campa que le sucede, hasta alcanzar una de las salidas al norte del parque, se antoja como un buen punto de partida para esta distraída ruta. La idea es iniciar la marcha con un deambular ligero, cuesta arriba, por la zona de Sant Gervasi, donde todo son amplias aceras, casas acomodadas, jardines lustrosos y garajes privados. Si todo va bien, al cabo de un tiempo inconcreto envidiando a los ricos habremos rebasado distraídamente el paseo de la Bonanova primero, y la Ronda de Dalt después. Aquí llega el tramo más empinado del recorrido. A partir de la encrucijada que se teje por la calle de Santpedor alcanzamos la carretera de les Aigües. Este paseo por la sierra de Collserola dirección Penitents pone la ciudad a nuestros pies, elevando el significado del término «distancia social». Eso sí, mientras te entregas a reflexiones vaporosas a partir de la perspectiva, tendrás que saber esquivar una horda de corredores sudorosos y bicicletas encabritadas a las que les trae sin cuidado embestirte en la cima del mundo.

El paseo dura lo que cada uno elija, pues con frecuencia aparece un desvío de vuelta. Yo juego siempre a seguir hasta dar con la última casa del sendero, porque eso me permite pasar del tapiz de pinos a un estupendo descenso entre cactus. La bajada desemboca en el barrio de Vallcarca. Podemos encantarnos con las casas antiguas de República Argentina Bolívar mientras pactamos de qué va a ser la pizza hoy. 

De Poble Sec a Montjuïc

Esta es un ruta de chandaleo ligero, asequible a cualquiera. Consiste en dejar Poble Sec a las espaldas y llegar a Montjuïc por algún caminillo desacostumbrado. Ascendemos en perpendicular desde el paseo de l’Exposició, bien por las encantadoras escaleras que afloran en Creu dels Molers, bien por la rampa final de la calle de Margarit, una curva de adoquines rematada por muros de piedra y arbolitos. 

Podemos distraernos un momento en esa misteriosa callejuela de pueblo llamada pasaje Antic València. De subida, pronto encontramos la confluencia con la calle de Julià. Es el momento 'Elige tu propia aventura' del recorrido: si sigues recto, encuentras las escaleras que te llevan al mirador del Bar Marcelino y puntos habituales del circuito de Montjuïc. Si giras a la derecha, puedes contemplar las vistas desde Blasco de Garay, para después serpentear admirando las casas de curiosas calles cul-de-sac, como Cariteo.

Al final de Julià damos con un diminuto huerto urbano ladeado por escaleras, que descienden hasta la desembocadura freak de nuestro vagabundeo: una explanada abandonada da paso al pasaje Martras. Si te aventuras a subir por esa peculiar callecita, de repente te encontrarás ni más ni menos que en las gradas del Teatre Grec. ¡Tachán! Un leve aplauso te recibe en la meta. No es otra cosa que el tintineo cómplice de latas y litronas. En los oscuros atardeceres de otoño, el talento escénico da paso al arte del botellón. 

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