Viaje exprés a Japón
Samurai Experience: aprende a manejar katanas en Barcelona
Saca el samurái que llevas dentro. Esta es una Samurai Experience. Te visten como a un guerrero japonés y te enseñan a manejar katanas
Ana Sánchez
Periodista
En vez de “¿cómo estás?”, a ella le preguntan “¿que has hecho qué?”. No sabe cocinar, pero sí tirar hachas. Si le haces una pregunta retórica, lo más probable es que la responda. Autora de ‘Barcelona increíble’ (Ediciones B).
Ana Sánchez
Da la sensación de que en cualquier momento te van a poner a dar cera y pulir cera. «No nos iría mal para las maderas», te sonríen. Cruzas una puerta de Consell de Cent y entras de golpe en una casa japonesa de aire zen. Hay mesas a ras de suelo, biombos de papel, se intuye algún té humeante, hasta suenan pajaritos. Ireneu y Oriol te reciben con ropa samurái, te miran a lo señor Miyagi, con cara de estar a punto de darte alguna lección. Y, sí, en breve se te pondrá la misma pose de alarmismo que en una mesa de tertulianos.
Esta es una Samurai Experience (Consell de Cent, 605). Al fondo, a la derecha, tienen dos dojos con cuatro katanas afiladas. En dos, tres horas saldrás con los andares chulescos de Uma Thurman tras las dos pelis de Kill Bill. Aquí te visten como a un guerrero japonés y te enseñan a cortar con katana.
Ellos saben manejar katanas, palos, cuchillos, arcos, dice Ireneu como quien enumera la lista de la compra. Ireneu Rodríguez lleva en las artes marciales desde los 3 años, calcula. «Fue culpa mía que nos metiésemos en este fregao», confesará después su hermano Maurici, otro de los ideólogos, 38 años en dojos. Aún hay una cuarta socia: Sophie Steffen. Ella maneja katanas desde hace 11. «Yo de pequeño era, sigo siendo, un tío muy patoso», sigue recordando él. Sus padres lo apuntaron a artes marciales con 5 años. Ahora, añade, van a entrenar cada año con maestros de Japón.
«Esto salió de un mal día en el trabajo», recuerda Maurici. «Revisando webs de tendencias japonesas, apareció una actividad no tan desarrollada como esta, y fue el típico mail que mandas un día quemado del mundo. ‘Mira, Ire, mira qué hacen los japoneses’». «Y le dimos muchas vueltas», añade Ireneu. Más de 150 pruebas. Empezaron en 2019. Abrieron semanas antes de la pandemia.
«¿Todo esto tenían que hacer para matar a alguien?», dice un samurái en prácticas al intentar ponerse los pantalones. Hoy hay una docena de guerreros neófitos, colegas de trabajo fuera del dojo, a punto de poner a prueba su compañerismo con katanas. Descubrirás, ya tarde, que entre espadas salen más piques que en un gobierno de coalición.
«Es el traje que llevaban debajo de la armadura», explica Ireneu. Y enseña a enfundarse el keikogi (la ropa de entrenar) con paciencia zen. Tardas más en ajustarte la hakama (así se llama este pantalón) que en buscar una serie en Netflix. «Estos no podían decir ‘5 minutos y bajo’», se ríe otra principiante.
«¿Qué es un samurái?», pregunta Ireneu. «¿Alguien que mata?», respondes por intuición peliculera. Él niega con la cabeza: «Significa: ‘La persona que sirve’». Y te habla de honor como si estuviera en El último samurái. «Una de las pocas cosas ciertas de la película –se ríe– es que los samuráis eran del tamaño de Tom Cruise».
"¡Kiiiiaaaa!"
Entras en el dojo, meditas unos minutos y te dan una espada de madera: el bokken. Lo coges con la veteranía que da haberte criado viendo a Íñigo Montoya. «Mano derecha arriba –te corrige Ireneu–, mano izquierda debajo». Y enseña un corte básico: en diagonal de arriba abajo. Parece fácil. Ahora con grito, incita. «¡¡¡Kiiiiaaaaa!!!». Funciona bien –desvela– «la saturación auditiva». Sí, al verle acercarse gritando saldría pitando hasta Popeye.
Tú empiezas como el niño del anuncio ochentero de Wipp Express. «¡Quiero mi kimono, kia!». Acabas gritando con más emoción que el ex de «Estefaníaaaaa» en 'La isla de las tentaciones'. El dojo se llena de gritos. Como una tarde cualquiera en' Sálvame'.
Unos minutos de práctica y pasas a la katana de verdad. «Ay, ay, ay». Ahora es cuando se empiezan a ver caras de alarmismo. Ireneu y Oriol reparten protecciones para las piernas. «Ayudan a que la gente se mentalice de que no es un juego», justificarán luego. Funciona. Empuñas la katana con el mismo cuidado que si fuera un arma nuclear. Te ponen delante un churro de gomaespuma. Un intento, dos, cinco. Ahí sigue erguido con solo unos rasguños. No, no es fácil cortar a lo samurái.
Ahora te dan a probar con una esterilla de bambú. Es lo que se usa en las competiciones de corte en Japón. Tameshigiri, se llama este arte. Fiu. El bambú se tambalea y vuelve a su sitio como si nada. Acaba siendo una lección budista. «Te adaptas a la vida y vuelves a tu camino», comparan. ¿El secreto? «Entrenar», se encogen de hombros. «No hay secretos, no hay caminos cortos». Es un tema de voluntad, dicen. De paciencia. «Y de aceptación del fracaso».
En segundos, pasarás del formato Kill Bill al del Chino Cudeiro. Se enfundan las katanas y se reparten espadas acolchadas y cascos. Toca lucha de equipos en plan Humor amarillo. Terminarás sudando y con agujetas a lo Ferreras de tanto mover los brazos.
La experiencia acaba en el chill out a ras de suelo, entre té, dulces y cervezas japonesas. Y la sensación de haber ganado la batalla. «Al fin –resopla una principiante– he cumplido mi sueño de sentirme como Kung Fu panda».
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