Conde del Asalto
El móvil del concierto
Los espectadores parecen Scorsese, como si les hubieran encargado la película oficial de la gira. Algun grupo ha soltado: "Os decimos lo mismo que a nuestras parejas sexuales: 'Stop filming'"
Hagamos un sano ejercicio práctico. Si estás en casa, o en un bar, leyendo esta página, hazte con una cerveza o un refresco. Ahora coge el vaso con la mano izquierda, mientras con la derecha buscas el teléfono en el bolsillo. Sostén en alto la consumición en una mano y el móvil en la otra. ¿Estamos? ¿Listos? Bien, ahora intenta aplaudir.
Si es difícil aplaudir en esas condiciones probablemente también lo será disfrutar de un concierto. Y, a pesar de ello, esa suele ser la postura en la que muchos intentan hacerlo.
Hace unos días, Devendra Banhart ofrecía un recital en una <strong>sala Razzmatazz</strong> abarrotada. Muchos de los asistentes presenciaban sus canciones, folk delicado con trazas de bossanova o disco, en esa postura. El volumen era más bien discreto, a lo que ellos, móvil en mano, respondían quejándose a gritos. «¡No se oye!», se quejaban, apuntándolo con teléfonos que parecían ballestas. El cantante bromeó varias veces, se hizo el sueco muy bien a pesar de ser un estadounidense con raíces venezolanas, hasta que se cansó: «No me griten a mí que no se oye. Deberían girarse y gritárselo a la persona que está gritando a su lado que no se oye. Si no se escucha, es precisamente por ellos».
El público a partir de ese momento le hizo caso. Es lo que diferencia a una estrella del pop de alguien como este cronista: yo me enfrento así a una multitud y acabo empalado en la farola del puente de Marina por todo este pelotón de linchamiento beodo.
No era la primera vez que un músico se enfrentaba a cómo se viven los bolos ahora. Jack White, por ejemplo, en su última gira usó la tecnología Yondr Pouch: obligaba a los asistentes a dejar su teléfono en una funda de neopreno a la entrada. Adele, durante un concierto en el Staples Center, le dijo a un espontáneo: «'Hello', te estoy hablando aquí, en la vida real». Los tímidos She & Him hicieron lo mismo con una promesa: «Hemos preparado algo bonito. Disfrútalo en 3D y no en esa pantalla».
Jeff Tweedy, el cantante de Wilco, fue más allá todavía. Paró el concierto e impuso un minuto de silencio a todo un estadio: así, en teoría, se crearía un clima casi religioso en el que tomarían conciencia de lo especial que era estar ahí, juntos, escuchando y respirando. Pero si alguien supo formular el deseo del músico de que lo escuchen fueron los músicos humorísticos The Flight of the Conchords: «Os decimos lo mismo que a nuestras parejas sexuales: 'Stop filming'».
Justicia poética
El de Barcelona siempre ha sido un público de conciertos demasiado comedido. Un concierto de punk se podía parecer aquí más a una ópera en el Liceu que al mismo concierto de punk en cualquier otro lugar. Esa solía ser la queja. Ahora, algunos están igual de callados, pero encima parecen Martin Scorsese, como si les hubieran encargado la película oficial de la gira. Y otros ya no están callados como antes, pero si hablan es para quejarse, para charlotear con el de al lado o para grabar un 'story'.
Creo que el músico se debe ganar el respeto con sus canciones y no con discursos o sermones. Y, sin embargo, cuando se hace con gracia, como en los casos previos, hay algo de justicia poética. Al fin y al cabo, en ocasiones, y especialmente en el concierto de un grupo favorito, todos pensamos como Gonzalo Suárez cuando dijo: «Echo de menos la época en la que solo el asesino tenía móvil».
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