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Dr. Martens: las jefas de la calle

Legendarias en las subculturas urbanas, estas botas han regresado con fuerza en las protestas (e Instagram)

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Núria Marrón

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Cada icono tiene ese momento de advenimiento en el que deja de ser una cosa 'a secas'. Y la epifanía de las Dr. Martens ocurrió en 1966 cuando Pete Townshend, líder de The Who, salió a escena con las botas de los obreros porque a aquellas alturas de la década ya estaba harto de "vestir como un árbol de Navidad". A mediados de los 70, no había tribu urbana en Londres que no las calzara, y ahora están regresando con fuerza y un puñado de paradojas muy contemporáneas. La casa, propiedad de un fondo de inversión desde el 2013, ha crecido el 30%  en el último año –a precios nada populares–, al tiempo que las adoptaban las nuevas generaciones contestatarias y la plutocracia de Instagram, que ha intuido que conjuntan  con el 'momentum' de protestas y la proclamada vuelta de los 90, cuando irrumpieron en tromba junto al grunge, los pantalones roídos y el asco vital. 

De hecho, las jefas de la calle ya tuvieron un origen esquinado. Klaus Märtens, doctor en la Wehrmacht en la segunda guerra mundial, se rompió un pie esquiando y, como las botas militares eran un dolor, proyectó unas con cuero flexible y suelas con amortiguación de aire. Las primeras pieles, por cierto, las sacó del pillaje que siguió al conflicto, y el caucho, de los desechos de los aeródromos de la Luftwaffe. Para 1959, el negocio había progresado y el fabricante inglés R. Griggs Group compró la patente, 'britanizó' el nombre, añadió la costura amarilla y comercializó las suelas como Air Wair.

Las primeras botas costaban dos libras

Las primeras botas costaban dos libras Las primeras, de rojo cereza y con ocho agujeros, salieron a la venta en 1960 y, por dos libras, calzaron a los trabajadores. Así que cuando hace  50 años los skinheads quisieron escupir sobre los hippies y la clase media, se raparon el pelo y se enfundaron las botas de albañiles y carteros. Como la gripe, las Dr. Martens se propagaron entre modspunks y cuanto grupo oliera a calle y contraorden. Sus usuarios más temidos eran la facción violenta de los skins, que se jactaban de bautizarlas "pateando a alguien". Sin embargo, la tribu era tan heterogénea que en los  80 desarrolló códigos propios de identificación: los cordones blancos los llevaban los supremacistas; los rojos, los neonazis, y los amarillos, los antirracistas.

Luego, el grunge las llevó al 'mainstream' y el tardocapitalismo las ha subido a la pasarela. Las últimas noticias de las botas, reforzadas con suelas gruesas y modelos veganos, es que buscan comprador. A favor tienen sus cuentas de resultados y la proeza de haber mantenido su pedigrí callejero durante 50 años.