CONDE DEL ASALTO

La moreneta de Tarantino

La última película del director pone en pie a todo un cine de Barcelona. ¡Milagro!

Cine tarantino

Cine tarantino / periodico

Miqui Otero

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Érase una vez un director que puso en pie a todo un cine de Barcelona. Sé que la idea suena descabellada. En esta ciudad es francamente complicado distinguir entre el Liceo, una sala de rock and roll (alguna queda), el tanatorio de Sancho de Ávila y un campo de fútbol. En el Camp Nou se contrata una grada de animación, algo así como el suplemento vitamínico que se echa al coleto uno que se siente anémico. Se dice, incluso, que los sacerdotes sufren severos problemas cuando invitan a sus feligreses a levantarse. 

El público barcelonés, casi genéticamente desbravado, con la intensidad emocional de una sardana después de una siesta navideña, suele confundir la inteligencia con la languidez y el espíritu crítico con la falta de entusiasmo. Y, sin embargo, un director puso en pie a todo un cine en Barcelona y mis ojos pudieron presenciar el milagro.

Llevaba varias semanas fuera, así que regresé a la ciudad condal, la mía, la del Conde del Asalto, con cierta preocupación después de leer tantísimas noticias sobre la crisis de seguridad. Antes de tomar las calles para dirigirme al cine, decidí armarme con una katana. Como Okinawa, donde el maestro Hattori Hanzo templa el acero para la novia de Kill Bill, me quedaba a desmano, cogí el Rodalies y me la agencié en Ocata. Un viaje en balde (y no barato), ya que la ciudad se me ofreció tranquila hasta la llegada a la cola del Phenomena.

Una película milagrosa

Érase una vez en Hollywood, se leía en la marquesina. Y me aleteó por el esternón esa emoción inconcreta, de noche de Reyes y primera cita y concierto al que vas con la camiseta favorita, que domina los momentos previos a ver una película de Don Quentin Tarantino.

Entre el grupo de amigos que me acompañaban, uno de ellos la había visto ya cuatro veces, así que temí en cualquier momento que alguien desvelara un giro de la trama mientras la cola menguaba. Como cuando Homer Simpson suelta que "es su padre" en la de El imperio contrataca; deseando poder, como Woody Allen en Annie Hall, coser la boca de algún resabiado que se pusiera a decir que Tarantino es solo cita o plagio.

De la película no hablaré aquí. Solo diré que es milagrosa, incluso en su milagro final, cuando logró poner en pie a todo un cine en Barcelona. Durante todo el metraje yo deseé que la gente se arrancara a aplaudir, a silbar de emoción, a reír más y más fuerte. No sucedió. Hasta que el público, acabada la peli, ya empieza a enfilar la salida, pero entonces el protagonista reaparece en pantalla durante los créditos. Así que la gente, en pie, se queda embobada mirando la pantalla, sin poder moverse ni sentarse. Y yo tengo la certeza de que si Tarantino exigiera en su próxima (y última) película que el público deba verla sin sentarse (o de rodillas) todos iríamos encantados.

'Jackie Brown' con ninjas manteros

Algún día me gustaría explicarle el milagro a Tarantino. Y, de paso, enseñarle mi katana de Ocata y deslizarle un posible argumento ambientado en Barcelona. Una secuela de Jackie Brown en la que dos grupos nacionalistas se disputan el rapto de la Moreneta, hasta que llega Pam Grier, que ayudada por un grupo de ninjas manteros, los noquean a todos zurrándolos con grallas y chanclas de imitación, sacan a la virgen de su hornacina y la colocan en el centro de la pista de madera de un club de soul donde esta ciudad, por fin, se levanta y baila y aplaude de verdad.