CIUDAD ON

Una gira por salas de estar

«No reirás. No bailarás. No cantarás», así se no-anuncia este 'tour' por salones. El poeta Iñaki Nazabal y el cantautor Ian Sala se han inventado un híbrido casero de recital y concierto. Aquí, además de aplaudir, el público abraza a los artistas

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Ana Sánchez

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No te mandan la dirección hasta un día antes del espectáculo. En el mail te piden «discreción». Así que miras la pantalla sin pestañear esperando que el mensaje se autodestruya a lo peli de James Bond. Pero no, ahí sigue. Asunto: «Gira Salas de Estar». Se recomienda apagar los móviles al entrar en un portal. 

Hora del vermut. Ocho espectadores se reparten por los sofás, alguno abraza el cojín con la misma ansia casera que si fuera a ver Netflix. Se cruzan sonrisas cómplices de quien comparte un secreto íntimo. Ahí estás, en el salón de Teresa, a quien has conocido hace apenas 30 segundos. Terminarás con mantita, confidencias, moralejas vitales. Hay quien confesará que ha estado a punto de llorar. «Nadie sale indiferente», promete la anfitriona.

Decir que tu cara es un poema aquí sonaría demasiado redundante. Delante tienes a un poeta a punto de recitar. Y a un cantautor a punto de actuar. Aunque esto no es ni un recital poético ni un concierto. ¿Pero qué es? «Las dos cosas», responden ambos artistas al unísono.  

«No reirás. No bailarás. No cantarás», así se no-anuncia esta gira por salas de estar. «Va a salir otro tipo de emoción», garantizaba Iñaki minutos antes de empezar. Y, sí, aquí, además de aplaudir, el público abraza a los artistas. 

<strong>Iñaki Nazabal</strong>, poeta. Su voz profunda acojonaría a Darth Vader. Hay quien lo llama «buda punki en almíbar». Por ermitaño y por dulce. «Es como un monje ibérico», da fe <strong>Ian Sala</strong>, su compañero de gira por salas de estar. Habitual de los poetry slams, ese punto de encuentro de juglares 2.0 que congrega cada mes a 600 personas en el <strong>CCCB</strong>. Lo han apodado «el señor de los silencios». Sus pausas resuenan. «Tiene un fuego de dragón escondido en sus silencios –compara Ian–. Cuando lo ves en el escenario, dices: ‘Este señor me va a contar muchas cosas’». Y te las cuenta. 

<strong>Ian Sala</strong>, cantautor multifacético. Pone voz, guitarra, armónica, a ratos cascabeles. En su disco hasta suenan pezuñas de cabra de Venezuela. «En el escenario te sorprende mucho –le describe Iñaki– porque tiene muchas aristas y ángulos, pero todos son muy redondeados. No pincha. Se le quiere».

Los dos desprenden más sensibilidad que el osito de Mimosín y Bustamante juntos. Crean una atmósfera intimista en segundos. En cuanto Iñaki abre la boca e Ian rasga la guitarra. Y te miran a los ojos. Van sonando poemas con cantautor de fondo, canciones de aura poética, chascarrillos con enjundia, lecciones exprés. Versos que te agarran de la solapa. Terminarán la sesión bajando las persianas. Hoy se despiden con un poema a oscuras. «Eres libre de reaccionar como quieras –incitan– sabiendo que no hay nadie mirándote». Se te ponen más pelos de punta que a un jubilado al oír hablar al PP de las pensiones. 

'Amanacer'

Habrán actuado ya en casi una treintena de salas de estar, calculan. «Ha habido mucha gente que ha aprovechado para inaugurar la casa», cuenta Ian. Este mes grabarán su primer CD híbrido. «Él tiene sus CDs como cantante – Iñaki señala a Ian– y yo tengo libros, pero no había manera de llevarse a casa lo que hacemos». Se llamará Amanacer. «Iñaki y yo hemos hablado mucho de los demonios nocturnos –Ian justifica el título del disco–. Parece que todo se va a hundir, pero de repente sale el sol». Y amanace (amar + nacer + amanecer). «Él tiene un aforismo». Ian mira a Iñaki y el poeta lo recita: «Hay días que despierto con todas mis condenas por cumplir. Después [pausa que resuena], amanece». 

Iñaki, por cierto, publicará en breve un libro de aforismos: Komorebi (palabra japonesa con significado poético: es «la luz del sol que se filtra a través de las hojas de los árboles»). 

Después llegará otra gira de presentación. Volverán a las salas de estar o quizá a otro escenario alternativo. «Esto engancha», asegura Iñaki. ¿Qué tienen los salones? «Que estás a metro y medio de la gente –apunta el poeta–. El feedback es descomunal. Es todo muy emotivo». Y eso es lo que más gusta al público: «Que se entregan en alma», dice Eva emocionada. «Es magia», resopla. «Es especial –asiente la anfitriona–. Profundo». Un espectador termina confesando que se ha contenido las lágrimas. «Una lágrima –había recitado Iñaki minutos antes– no da para regar un tiesto, pero da para inundar una vida».