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Tiro de hacha, el nuevo deporte de moda

Ahora no eres moderno si no sacas semanalmente tu ramalazo vikingo. Es la última tendencia en EEUU y Canadá. Barcelona Axe Throwing ofrece hachas, dianas y cervezas artesanas

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Ana Sánchez

Ana Sánchez

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«Ya estoy preparada para el apocalipsis zombi», suelta una chica tras 10 minutos aquí. Suena convincente, sobre todo cuando ves que tiene un hacha en la mano. Diez minutos más y sería capaz de asistir a una comparecencia de Aznar en el Congreso.

 «B.A.T.», se lee en la puerta, como si fuera la guarida de un Batman poco discreto. Es el local que siempre tiene mirones frente a las cristaleras. "¿Es esto el cielo? –se ha oído decir–. ¡Cervezas y hachas!».

B.A.T. = Barcelona Axe Throwing. Literalmente: Tiro de Hacha. Entras y te encuentras gente sonriente con gafas de pasta, cerveza artesana y delantales hipsters con hachas enganchadas. Ahora no eres moderno si no sacas semanalmente tu ramalazo vikingo. Es la última moda en EEUU y Canadá: tiro de hacha urbano. Con dianas, como los dardos. Es un deporte federado (tiene más de 4.500 miembros en 7 países, según la National Axe Federation). «Hay más de 200 locales abiertos en EEUU», asegura Jaume, uno de los socios.  

Jaume Massagué, 39 años. Si buscas «moderno» en un diccionario, seguro que te aparece su foto. Un adicto a los deportes de riesgo. Le han tenido que sacar en helicóptero de un glaciar. El otro socio con hacha en el delantal es Ricard Fernández, 34 años. «El contrapunto», dice él. Abogado, eso aquí tranquiliza. Es quien te dirá que estas hachas no están consideradas armas. (La hoja no supera los 11 centímetros). Terminarás chocando los cinco con ellos como si fueran tus mejores amigos.

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«La coges como un martillo». Jaume te enseña a empuñar el hacha, a tirar con una mano, con dos, desde abajo. Como 'El último mohicano', pero con normas de seguridad. «Y un detalle estúpido –concluye–: intentad que no haya nadie entre el hacha y la diana», sonríe. 

No es necesaria experiencia previa, dicen. Ni esfuerzo físico. «Ha tirado gente de 80 años», te anima Jaume. «El 95% clava un hacha en las primeras 10 tiradas», añade Ricard. Hay quien no ha clavado ni una en 60, te pica. No vayas al baño a templar los nervios. Te toparás con Jack Nicholson [ellos] y Shelley Duvall [ellas] con pose sonriente justo antes de los hachazos de 'El resplandor'. Muy tranquilizador todo.

Ahora sí: te dan tu hacha. Pues sí que pesa. La tiras, rebota, sueltas algo inapropiado, como si estuvieras comiendo con Villarejo. Otro tiro, nada. La clavas a la cuarta. Llegarás a hacer diana. Aquí si te descuidas te sale por generación espontánea una camisa de cuadros de leñador.

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«No puedes parar», asiente Roberto, otro cliente. Es verdad: tiene un punto de adicción. «Es la adrenalina», justifica Ricard. «Es algo ancestral –dice Jaume–. Conecta con algo tuyo».

Jaume descubrió el tiro de hacha en Canadá. «Esto lo monto en Barcelona», pensó al verlo. Ricard tardó 30 segundos en decir que sí. Era febrero. Abrieron en agosto. Es el segundo local donde se practica tiro de hacha en España (se les adelantaron por poco en Madrid). Sí es «el primer miembro oficial en la Europa continental de la Liga Mundial de Tiro de Hacha», afirman. Las competiciones empiezan en octubre: tiro individual, por equipos, 'free style', 'cricket'… «Es muy similar a los dardos».

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Con la segunda cerveza, alguien lo suelta al fin: «Si alguien gana, ¿le decís que es un hacha?». Es el chiste estándar. También se oye a ratos «¡¡más maderaaa!!», cuando cambian alguna diana. «Ningún pino ha muerto por nuestra culpa», jura Jaume. Es madera reciclada.

Coges confianza, vas cambiando de hacha. Las hay guipuzcoanas, canadienses, alemanas. «Catalana no tenemos porque no es buena para tirar –se excusan–, es buena para cortar». Que se lo apunte Puigdemont como metáfora separatista.

«¡Ya estoy preparada para que vengan los osos!», grita Laura a tu lado. ¿Lo que más gusta? «El reto que supone –dice Rubén, otro vikingo en prácticas–, la competición, y que es muy cool».

«La gente te pregunta: ‘¿Es peligroso?’ –añade Jaume–. Y nosotros decimos: ‘Sí, claro. Conducir un coche es peligroso. La vida tiene un montón de peligros. Ven a pasar otro’». Parece que los clientes lo llevan interiorizado. Se despiden enseñando las manos. «Nos vamos –dicen orgullosos– y tenemos todos los dedos».