EPICENTRO DE CREATIVIDAD

El nou Poblenou: la fábrica de las ideas

Este barrio revive hoy con un impulso joven, decidido a ser un punto de referencia en el mapa de la ciudad

DAVID TORRAS

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Últimamente, en el Poblenou abunda un tipo de paseante de lo más curioso. Lleva un mapa, anda buscando algo y no es un guiri. Alguno habrá porque ni el cementerio se libra del desenfreno turístico. Pero la mayoría son barceloneses con ganas de descubrir un barrio que ha estado mucho tiempo olvidado y que quiere dejarse ver. Y no de cualquier manera. Tiene mucho estilo.     

Un estilo muy diferente al de los tiempos en que era el Manchester catalán, un enjambre de fábricas, el motor de Catalunya y de España, que poco a poco fue apagándose hasta quedar en silencio. Después de la otra revolución, la que llegó con los JJOO, el Poblenou vuelve a reinventarse, decidido a convertirse en el barrio más artístico y creativo de la ciudad. Pinta muy bien.

{"zeta-legacy-image-100-barcelona":{"imageSrc":"https:\/\/estaticos.elperiodico.com\/resources\/jpg\/7\/4\/1498663997947.jpg","author":null,"footer":null}}

El mapa (del primero se hicieron 10.000 copias; del último, 70.000) es obra de Poblenou Urban District, impulsor de ese deseo de dar visibilidad a un barrio en auge, y que Claudia Costa activó a raíz de un viaje a Estados Unidos. "En Miami descubrí el Wynwood Arts y fue como una iluminación", dice. Más allá de los Open Day que permiten descubrir un sinfín de espacios siguiendo el rastro del mapa, como si de una gynkana se tratara, la plataforma implica a más de 150 asociados.

"La fundamos hace siete años en época de crisis pensando: ‘El Poblenou tiene espacios muy grandes y parece que es por donde tiene que crecer la ciudad’. Se trataba de volver a dar uso a las fábricas, pero entonces había polvo y paja", recuerda Costa, responsable de uno de esos reciclajes. En una antigua imprenta montó su galería La Plataforma. Ella y Gloria Morera son el alma del Poblenou Urban District. "Ya había gente del mundo del arte y la creatividad, los pioneros. El objetivo común era que su trabajo tuviera visibilidad. Y la manera de mover todo esto era creando eventos en los que se vea qué está pasando". Y de ahí nacieron también un montón de sinergias, colaboraciones entre los distintos asociados. "Antes íbamos a hacer las cosas fuera, ahora nos buscamos más unos a otros", añade Costa, aunque puntaliza: "Este es un proyecto de ciudad, no de barrio, y la idea es internacionalizarlo todo lo que podamos". Estaría bien que buscárais ese mapa. Descubriréis muchos tesoros. Aquí van unos pocos.

Arte desde las alturas

{"zeta-legacy-image-100-barcelona":{"imageSrc":"https:\/\/estaticos.elperiodico.com\/resources\/jpg\/8\/4\/1498661135948.jpg","author":null,"footer":null}}

Una voz tan dulce como poderosa se escucha en la azotea de un edificio de 16 plantas en Sant Martí de Provençals. Es Gemma Humet, sobrina de Joan Baptista, que ante una pequeña audiencia cautivada y unas vistas imponentes, canta con una encantadora delicadeza. ¿Qué se esconde en ese rascacielos de un barrio que queda a sus pies? El Piramidón. Así lo empezaron a llamar los vecinos cuando emergió en 1971 y así se quedó cuando Isidre Bohigas y su hijo Jordi convirtieron esa obra vacía en el Centre d’Art Contemporani. Debajo de esa azotea, en la que se programan diferentes actividades para atraer a la gente ("nos cuesta desplazarnos, parece que todo lo que sale del paseo de Gràcia está lejos", lamenta Jordi), se respira arte por todas partes.

Además de una galería, hay cuatro plantas en las que se esconden 16 talleres independientes. Este es el secreto que guarda el Piramidón: una residencia de artistas. El centro traspasa el límite del mapa del Poblenou, pero también está asociado a la plataforma. "Como residencia de artistas es la primera a nivel estatal", explica Jordi. "A mediados de los 90, sí que muchos ayuntamientos recuperaron espacios antiguos, industriales, y los reciclaron como espacios de creación. Catalunya es muy potente en estas iniciativas en comparación con el resto del estado". El Piramidón empezó desde muy arriba. 


Solo y sin azúcar

{"zeta-legacy-image-100-barcelona":{"imageSrc":"https:\/\/estaticos.elperiodico.com\/resources\/jpg\/2\/8\/1498661075682.jpg","author":null,"footer":null}}

"Que se vayan a Londres a servir café". Esta fue la receta que lanzó hace años el conseller de Empresa y Empleo, Francesc Xavier Mena, ante el paro juvenil. La ocurrencia no cayó demasiado bien, la verdad. Jordi Mestre no siguió su consejo al pie de la letra pero lo ha acabado cumpliendo de una manera muy personal. Él se marchó a la capital inglesa en busca de futuro. "Estudié diseño grafico de producto, como todo el mundo", bromea. Su idea era dedicarse a la restauración de muebles antiguos. Pero las vueltas que da la vida le han llevado a servir cafés. No cualquier café. Su propio café: Nomad. Pasó de trabajar en pubs a montar una parada en mercados itinerantes. Un nómada londinense. De ahí el nombre.

"Seguí cursos de formación para hacer bien el café, trabajé en un tostadero, me lo pasaba muy bien y un día, después de siete años, decidí volver". Montó una pequeña barra donde solo había café. Literal. Nada más. "La gente decía: ‘Hay un talibán que no deja poner ni azúcar", explica. Pero funcionó. Y empezó a distribuir. Y cuando tuvo una cartera de clientes, montó Nomad. "El Poblenou era el único sitio donde podía hacerlo, aunque nos costó ocho meses resolver el tema de permisos con el Ayuntamiento y el distrito. Fue terrible, parece que vayan en contra". Le gusta el barrio y el ambiente que se ha creado. "Lo bonito es que mi diseñador gráfico está aquí, el de los muebles, el marmolista, todo lo que necesitas. Se junta la vieja industria y la nueva. Pero si esto no cambia, acabaré siendo víctima de esta política de poner tantas dificultades y me tendré que ir", lamenta. De momento, se lo pasa pipa sirviendo cafés. 


Pintar como en el siglo XIX

{"zeta-legacy-image-100-barcelona":{"imageSrc":"https:\/\/estaticos.elperiodico.com\/resources\/jpg\/8\/9\/1498662039598.jpg","author":null,"footer":null}}

Entrar en la Barcelona Academy of Art es entrar en un mundo de luces y claroscuros, de color y blanco y negro, de lienzos, esculturas y ordenadores (el arte también es digital), y de silencio. Un mundo que recupera el pasado para pintar el futuro, bajo esa capa de sensibilidad que acompaña a quienes hacen del arte una forma de vida. Una torre de babel que se ha construido con muchísimas pinceladas de ilusión.

La escuela original nació en Sarrià, pero se amplió en el Poblenou. "Detectamos que aquí se estaba generando un ambiente creativo, y además dispone de grandes espacios y con luz natural. Hay pocas escuelas que trabajen así, y para este tipo de enseñanza es básico porque al cambiar la luz, dejas de copiar y has de interpretar", expone Jordi Díaz, que, con 30 años, ejerce de director. No hay una sala vacía, con modelos posando desnudos y alumnos enfrascados en su pieza, bajo un ritual común. A cada sutil pincelada le sigue un par de pasos atrás, un ligero distanciamiento, cerrar un ojo, mirar y volver a mirar, acercarse, otro retoque minúsculo, y así el tiempo que haga falta, con ese deseo imposible de alcanzar el cuadro perfecto. Jornadas de ocho y nueve horas, con una dedicación apasionada. Sin límites. 

"Nuestro programa rescata las antiguas academias del siglo XIX. Si quieres ser un artista es importante que domines la técnica, como un músico el solfeo. Vimos que había un hueco y, de hecho, muchos como yo tuvimos que irnos fuera a buscar esta academia", comenta Díaz, que pasó por la de Florencia, la número uno de las cinco que hay en el mundo. Barcelona es la segunda pero aspira al oro, cautivadora para jóvenes de todo el mundo que la han convertido en una torre de Babel. Los cursos son de unos 150 alumnos, aunque en todo el año, incluyendo los de verano, pasan más de 300. "El 80 por ciento del alumnado es extranjero. Vienen de todas partes, de India, Australia, Japón… No nos hemos dado cuenta pero fuera, Barcelona es muy importante en cuanto a tendencias de arte figurativo. Vienen instituciones de Estados Unidos a dar premios". El futuro pinta muy bien.  


Ideas, ideas, ideas

{"zeta-legacy-image-100-barcelona":{"imageSrc":"https:\/\/estaticos.elperiodico.com\/resources\/jpg\/8\/3\/1498662099738.jpg","author":null,"footer":null}}

Menuda nave. Y qué manera de darle al coco. De buscar el sentido de las cosas y trabajar con la ilusión de hacer un mundo mejor. El Fab Lab Barcelona es una fábrica de ideas, una concentración de talento de todas partes, el ejemplo de que la ciudad está en el mapa del mundo no solo por ser una gran postal. "En pocas palabras: a lo que nos dedicamos aquí es a hacer accesibles las herramientas de producción para que cada vez más gente sepa que es posible tener una idea, un diseño, un prototipo en la cabeza o en un ordenador y convertirlo en realidad en cuestión de horas o días. Esto rompe con los esquemas tradicionales del modelo económico actual. Normalmente vas a un trabajo que no te gusta, para tener dinero y comprar cosas que no necesistas y que acabas tirando porque no les das ningún valor". Es la voz del director, Tomás Díez, un venezolano que desgrana con pasión todo lo que tiene que ver con este deseo de promover un nuevo modelo productivo para las ciudades a través de las nuevas tecnologías. 

En sus 10 años de existencia, este centro ha crecido conjuntamente con una red mundial de Fab Labs. Ahora, hay 1.200 en más de 50 países, y operan como una red conectada a través de internet. "Hemos descubierto que el Poblenou es un barrio que sirve de prototipo para esta ciudad del futuro que pueda producir localmente más cosas (la economía circular), y de hecho ya estamos trabajando en ello", asegura. Y dentro de esa nave, que volaría si fuera por la energía que desprende, hay de todo: ingenieros, arquitectos, diseñadores, artistas, programadores, "gente que se aburrió del sistema tradicional de educación, gente que se reinventa, un abogado o un banquero que dicen: ‘Me cansé’". Y no se cansan de crear. 


Restaurante en abierto

{"zeta-legacy-image-100-barcelona":{"imageSrc":"https:\/\/estaticos.elperiodico.com\/resources\/jpg\/7\/4\/1498662521647.jpg","author":null,"footer":null}}Iván Enríquez ha vivido siempre entre menús. Ahora, lo hace envuelto de modernidad. Leka tiene una historia de 32 años, pero desde hace un tiempo ha pasado de madre a hijo, y en ese salto han cambiado muchas cosas. Menos una. "De mi madre aprendí a dar lo mejor al cliente y a tener este toque familiar, que antes te daba la proximidad y el día a día", explica Iván. El primer paso fue diseñar el restaurante con los clientes. Y el principal fue Fab Lab Barcelona. Muebles hechos con un programa digital en 3D (tienen un código QR que te permite bajar los datos y puedes encargarlos a una ebanistería que trabaje con ordenador), uniformes creados por la escuela de diseño BAU (el QR que no falte tampoco), recetas a la vista en su web y un lema como base de todo: 'Open food, open source'. 

"Ahora hemos incorporado el 'honest food', una especie de decálogo para saber lo que hemos de comer, pensando en tener una vida sana y más sostenible", añade Iván. Y eso pasa por conocer a los productores y buscar la máxima proximidad. El Fab Lab, por ejemplo, les ha cedido un espacio en una masia de Valladaura para que tengan su propio huerto. Otra curiosidad: "Compramos el animal entero y trabajamos todas sus partes". Un menú muy singular. Y responsable. 


Madera de escultor

{"zeta-legacy-image-100-barcelona":{"imageSrc":"https:\/\/estaticos.elperiodico.com\/resources\/jpg\/8\/7\/1498662581678.jpg","author":null,"footer":null}}

Antoni Yranzo descubrió que tenía madera de escultor a los 40 años, esa edad en la que te planteas si la vida que llevas tiene sentido. A él le pareció que no. Que era hora de cambiar. Dejó de lado el negocio de carpintería industrial primero, y el de mobiliario de pequeña serie después ("estaba metido en una rueda de producir y producir, y no le veía el final"), y se puso a tratar la madera con una mirada diferente. "Tenía piezas que hacía por afición, a la gente les gustaban, y di un giro, pero sin programar. No dije: ‘Mira, ahora seré escultor’. Si lo haces así, no te sale". A él le salió. Y ya hace 25 años. Sin moverse del Poblenou, en el mismo taller de carpintería y ebanistería de su padre. "Este siempre ha sido un barrio muy creativo. La industria del siglo pasado ya lo era. Aquí se fabricaba de todo. Muchas de aquellas personas no tenían estudios, pero dentro de su cabeza tenían  ideas. Y con un zapato y una alpargata te fabricaban un transatlántico", reivindica, con la convicción de que sigue impregnado de aquel espíritu. Su historia está acompañada de un toque mágico. "Trabajo con madera antigua, de 50, 60, 100 años, incluso más", dice. Ha dado voces, la gente le conoce, y antes de tirar un mueble, ahí está él. Y aquí es donde se cierra un círculo maravilloso. "Alguna de esta madera la había trabajado mi padre. Son muebles  que yo transformo en una pieza mía. Es algo que me llena mucho". A él y a quien lo escucha. ¡Más madera!

{"zeta-legacy-image-left-barcelona":{"imageSrc":"https:\/\/estaticos.elperiodico.com\/resources\/jpg\/8\/3\/1498663997938.jpg","author":null,"footer":null}}