Por Ramón Vendrell

EL ORIGEN DE LA RUMBA QUINQUI: DE LOS CANTARES DE CIEGO A LOS CHICHOS

El recopilatorio ‘Gipsy power’, dirigido por el batería de Vetusta Morla, ofrece una panorámica del formidable género de los años 70 y 80. Los romances de ciego fueron su antecedente y con Morad, por ejemplo, llega hasta hoy

En las cárceles españolas había 13.890 penados (13.266 hombres y 624 mujeres) en 1970, según datos de Instituciones Penitenciarias. En 1980, tras varios indultos generales y una amnistía para presos políticos, había 18.253 penados (17.669 y 584). En 1990 había 33.058 penados (30.454 y 2.604). Y en 2000 había 45.104 penados (41.451 y 3.653).

El porcentaje de población reclusa respecto de la población total era del 0,040% en 1970, del 0,048% en 1980, del 0,084% en 1990 y del 0,11% en 2000.

La epidemia de heroína que llamó a la puerta a finales de la década de 1970 y provocó estragos en los años 80 y 90 fue causa directa del marcado incremento de presos. En 1987, el recién creado Sistema Estatal de Información sobre Toxicomanías censó 10.038 adictos al caballo en tratamiento, indicador que alcanzó el pico en 1996 con 45.029 casos. Según las estimaciones (son lo más parecido que existe a cifras oficiales) del Ministerio de Sanidad, 1991 fue el año con la mayor mortandad directa por la heroína: 1.833 fallecidos por sobredosis.

Y el sida se sumó a la masacre, con especial saña en las prisiones: en 1989, el 46% de los presidiarios tenían antecedentes de uso de drogas inyectadas y el 32%, el VIH, aporta Instituciones Penitenciarias.

Episodio negro de la historia reciente de España, no es extraño que los discursos sociopolítico y cultural oficiales se esmeraran en sepultar la era quinqui, y en ello siguen. Con las alegrías que dieron al país la transición, la movida madrileña y los Juegos y la Expo de 1992, mejor ponerle una tapa de hierro fundido a esa alcantarilla.

Como un atrevimiento, por su exotismo, fue celebrada la actuación de Los Chunguitos en ‘La edad de oro’, el programa moderno de TVE, en 1985. Cuando el grupo ya llevaba a sus espaldas casi una década de carrera, más discos y casetes vendidos de los que jamás venderían la mayoría de los participantes en el espacio dirigido y presentado por Paloma Chamorro, y un monumento del pop español como ‘Me quedo contigo’.

"Era música del lumpen, de 'choros', y como tal causaba rechazo a la clase media", dice el escritor Montero Glez

"Era música del lumpen, de los poblados de absorción de los inmigrantes de distancia corta, de ‘choros’ -dice el escritor Montero Glez, madrileño de 1965-. Y como tal, causaba rechazo a la clase media. A mí, que escuchaba el rock ‘auténtico’ de Chapa Discos, a Zappa, a Hendrix y canción protesta, el primero".

Ese era el trato dispensado por las alturas a la rumba urbana, marginal, quinqui o calorra, que por todos estos apellidos y algún otro se la conoce. Género principalmente radicado en Madrid que fue la verdadera banda sonora de esos años y que, como toda expresión popular auténtica, es muy tozudo. La compilación ‘Gipsy power’, dirigida por David ‘el Indio’, batería de Vetusta Morla, quizá sea la operación de rescate de esa música más poderosa hecha hasta la fecha: 24 temazos que no se quedan en la superficie del asunto.

Abre la antología ‘La historia de Juan Castillo’ (1974), del primer elepé de Los Chichos, ‘Ni más ni menos’. Es una formidable aleación de rumba, rock, salsa y funk en la que se muestra en todo su esplendor el sistema de estudios español de la época, con productores, arreglistas y músicos de primera al servicio de los artistas titulares (o al menos de sus canciones). La pieza narra un palo frustrado por un chivatazo, un asesinato y una condena, con bastantes palabras en caló y un eficaz salto de la tercera a la primera persona.



La historia de 'La historia de Juan Castillo'
El mismo año en que Los Chichos publicaron ‘La historia de Juan Castillo’ (1974), meses antes de hecho, Tony el Gitano publicó en el sello Acropol ‘El fracaso’, canción de idéntica melodía e idéntica letra, salvo por algunas variaciones. La explicación podría ser que Tony el Gitano y Jeros, el compositor de Los Chichos, estaban emparentados y habían colaborado antes de que cada uno tomara su rumbo, de ahí habría salido el tema bicéfalo. Tres hurras en cualquier caso por una canción cuyos primeros versos son: "Era una noche de pena y de llanto / puesto que todo condujo a un fracaso / Iban dos primos y dos hermanos / Iban a chorar / y los delataron".

El relato abiertamente criminal emparenta ‘La historia de Juan Castillo’ con el folk (‘Tom Dooley’, balada tradicional grabada por The Kingstron Trio), el country (‘Folsom prison blues’, de Johnny Cash), el rhythm and blues (‘Stagger Lee’, otra canción tradicional, esta con numerosas versiones grabadas, si bien la de Lloyd Price se considera la canónica) y el rock and roll (‘I fought the law’, popularizada por The Bobby Fuller Four) estadounidenses, así como con el coetáneo reggae jamaicano (‘I shot the sheriff’, de Bob Marley; ‘The harder they come’, de Jimmy Cliff). Y parece, ese relato abiertamente criminal, una novedad en la música española.

Pero solo lo parece. "En la película ‘Los golfos’ (1960), de Carlos Saura, dos mujeres hacen una interpretación genial, al modo de los romances de ciego, de ‘Los crímenes del Jarabo’ -señala Pedro G. Romero, artista e investigador de la cultura popular, en especial del flamenco-. Para mí, ahí está ya la balada de Los Chichos".

Filme de impactante valor documental, no en balde muestra la transformación acelerada de Madrid en una megalópolis, con chabolas, descampados y bloques de viviendas en construcción en un mismo plano, y antecedente directo del cine quinqui junto con ‘El espontáneo’ (1964) de Jorge Grau, ‘Los golfos’ retrata el nacimiento de un nuevo mundo marginal: el de los extrarradios urbanos. Perviven en esa ciudad mutante vestigios del viejo mundo, como la citada interpretación de ‘Los crímenes del Jarabo’, crónica de los cuatro asesinatos cometidos por José María Jarabo en 1958.

El folclorista y músico Joaquín Díaz grabó ‘Los crímenes del Jarabo’ (en el disco ‘Música en la calle’, de 2003), como ha grabado cientos de romances, rescatados unos de la tradición oral y otros de la llamada literatura de cordel, donde abundan los relatos de sucesos cruentos. "La fecha de finalización ‘oficial’ de los cantores ambulantes suele relacionarse con el nacimiento de la ONCE [1938]", informa Díaz. Pero a lo sumo fue esa fecha, en realidad, el principio del fin. En el artículo ‘La literatura de cordel y sus protagonistas’ (2004) explica Díaz que Ataúlfo Rodríguez de Llano, el último impresor de estos pliegos en Madrid, continuó la actividad hasta la década de 1960. Si bien ya no era la industria boyante que había sido, con escritores suscritos a varios diarios en busca de hechos sangrientos, imprentas especializadas y copleros ciegos o no al final de la cadena. "Las coplas se hacían por miles porque a millares se vendían", escribe Díaz.

De modo que bien pudieron Los Chichos conocer de primera mano los últimos coletazos de una tradición con centurias de antigüedad. La vertiente delincuencial de los romances empieza a perfilarse en el XVI y está muy definida ya a principios del XVII. "Las jácaras de ese siglo se llaman así por ser música de jaques, o sea del ambiente delincuente", ilustra G. Romero. Una música urbana como lo sería el flamenco a partir del XIX.

Aquí el cauce se ensancha. "En el flamenco esta temática está presente en casi todos los palos, especialmente en los fandangos -indica G. Romero-. Se canta sobre bandoleros, pero también sobre crímenes pasionales, venganzas, robos… Y después está la carcelera, que es un tipo de ‘toná’ surgida de la estancia en prisión; hoy suele hacerse por martinete". Conduce la carcelera a ‘Quiero ser libre’ (1973), el primer sencillo de Los Chichos, también en ‘Gipsy power’.

Pero es cierto que el lugar y el momento en los que surge la rumba urbana son nuevos: periferia y sociedad de consumo, con un escudo de energía separadora entre una y otra. "El símbolo del género es el coche que no tendrán nunca si no lo roban, para empezar porque la actividad crediticia les está vetada", considera Montero Glez.

Fue la rumba marginal "reflejo de vidas en barrios construidos de la nada", abunda David 'el Indio'. Y añade: "Coincidió con el inicio de la reivindicación de los derechos sociales de los gitanos, asunto presente en Los Chorbos por ejemplo"

Glez, cuya última novela es ‘Carne de sirena’, superó prejuicios sobre el lumpen y los ‘choros’ cuando empezó con "20 o 21 años" a iniciarse en el flamenco, del que a estas alturas no sabe poco. "Es significativo que en los primeros 70 Camarón y Paco de Lucía, que estaban en Madrid, fueran en el Mini rojo del primero a ver actuar o a recoger a Las Grecas en cuanto podían -cuenta Glez-. Y aún lo es más que Paco se inspirara en la melodía del ‘Te estoy amando locamente’ de Las Grecas para grabar [a salto de mata: más o menos tuvo que improvisarla para completar el álbum ‘Fuente y caudal’] ‘Entre dos aguas’".

No solo a los dos revolucionarios del flamenco cautivó el nuevo sonido rumbero, eléctrico y ‘funky’. "En general tuvo todo el respeto de los flamencos -prosigue Glez-. Yo he ido en coche con Pepe Habichuela o Ramón de Algeciras y lo que sonaba en el casete eran Las Grecas, Los Chorbos, Aurora y Antonio…".

Todos presentes en ‘Gipsy power’, como Tony el Gitano, El Luis, Zíngaro, Laberinto, Lole y Manuel o Morena y Clara.

David ‘el Indio’ ya compiló ‘Gipsy rhumba’ para el sello británico Soul Jazz, un hito discográfico centrado en la rumba catalana que precedió e instruyó (el mestizaje, el sistema de estudios) a la rumba calorra. De hecho la hija arruinó a la madre: el carácter crudo y forajido de la rumba madrileña, tan en sintonía con su tiempo, hizo que a su alegre predecesora barcelonesa se le cerrara el circuito de salas de fiestas respetables en el que vivía. Estigma contagiado.

El cine quinqui fue muy desigual. El ‘exploitation’ de José Antonio de la Loma en la saga ‘Perros callejeros’ no tiene nada que ver con el autoral realismo de Carlos Saura en ‘Deprisa, deprisa’, y ninguno de los dos cineastas guarda relación con el prisma político y provocador de Eloy de la Iglesia en el díptico ‘El pico’. Pero ese subgénero convirtió una realidad social y la música que había originado en un fenómeno pop en toda regla.

El nuevo flamenco de Ketama, Ray Heredia o La Barbería del Sur; Estopa, Pantanito o El Coleta; y ahora mismo La Plazuela, por no hablar de buena parte del trap con Morad a la cabeza, al menos temáticamente, trazan la línea dinástica de la rumba arrabalera hasta nuestros días.

Un reportaje de EL PERIÓDICO

Textos:
Ramón Vendrell
Diseño e infografías:
Andrea Hermida-Carro y David Jiménez
Coordinación:
Rafa Julve