Un reportaje de
Julián García
Con diseño e ilustraciones de
Andrea Hermida-Carro

Portada del 'Roswell Daily Record' del 8 de julio de 1947 en la que informaba: “Las fuerzas aéreas capturan un platillo volante en un rancho de la región”.

Portada del 'Roswell Daily Record' del 8 de julio de 1947 en la que informaba: “Las fuerzas aéreas capturan un platillo volante en un rancho de la región”.

El 2 de julio 1947, algo cayó del cielo en un rancho de Nuevo México. Convertido en icono pop de la ufología y las teorías conspiranoicas, el llamado caso Roswell sigue apasionando a los amigos del misterio en un momento en que EEUU desclasifica documentos en busca de la verdad sobre los ovnis.

El 2 de julio de 1947, el granjero William W. ‘Mac’ Brazel recogía su rebaño de ovejas cuando descubrió unos extraños escombros dispersos por su rancho de Roswell, Nuevo México; algo parecido a tiras de gomas, palillos y papel de aluminio. Alarmado por la posibilidad de que fueran los restos de un accidente aéreo, Brazel comunicó su hallazgo al sheriff del condado, que lo trasladó a las autoridades militares de la base aérea de Roswell. La misión de recogida de escombros fue asignada al mayor Jesse Marcel. Él fue el primero en ver lo que había caído del cielo en Roswell. Hasta el día de su muerte, Marcel afirmó que era un platillo volante.

El mayor Jesse Marcel, con los restos del objeto volador, el 7 de julio de 1947. Foto: Getty Images

El mayor Jesse Marcel, con los restos del objeto volador, el 7 de julio de 1947. Foto: Getty Images

El 8 de julio, la oficina de prensa de la base aérea anunció oficialmente que habían recuperado los restos de un disco volador. El diario local, el Roswell Daily Record, informó en portada del asombroso hallazgo: “Las fuerzas aéreas capturan un platillo volante en un rancho de la región”.

La noticia corrió como la pólvora y desató la fiebre alienígena por todo el país como aquella histórica noche del 30 de octubre de 1938 en la que Orson Welles retransmitió por radio, en riguroso directo, la (falsa) invasión marciana del planeta Tierra.

Al día siguiente, la base aérea de Carswell rectificó e informó de que los restos hallados en Roswell pertenecían a un globo meteorológico. Fin de la historia. O, al menos, eso pareció durante más de 30 años en que el ‘caso Roswell’ cayó sumido en cierto olvido. La vida siguió su curso.

El ‘caso Roswell’, del que ahora se cumplen los 75 años, es probablemente el enigma ufológico más apasionante de la historia dada su condición de piedra angular del folclore moderno de los objetos voladores no identificados y de las teorías de la conspiración más chifladas: el mutismo gubernamental, el Área 51, los hombres de negro, la tecnología inversa. ¿Era realmente una nave extraterrestre lo que se estrelló en el rancho del viejo Brazel? ¿Se recuperaron, acaso, los cuerpos agonizantes de sus tripulantes alienígenas? ¿Es posible que los mayores  avances científicos de la segunda mitad del siglo XX se deban al concienzudo estudio de los restos del ovni siniestrado?

Captura del vídeo de la falsa autopsia llevada a cabo en el Área 51 a un supuesto alienígena de Roswell.

Captura del vídeo de la falsa autopsia llevada a cabo en el Área 51 a un supuesto alienígena de Roswell.

Seductoras preguntas que alimentaron la pasión de los amigos del misterio y que convirtieron a la pequeña población rural de Roswell en lugar de peregrinación, pero para las que, oficialmente, solo hay una antipática respuesta: el platillo no procedía del espacio exterior, sino que era un globo-espía lanzado al espacio en junio de 1947 dentro de un proyecto de alto secreto, llamado Mogul, destinado a averiguar si los rusos habían realizado pruebas nucleares en suelo soviético.

El 75º aniversario del ‘caso Roswell’ llega solo dos meses y medio después de la comparecencia en el Capitolio de funcionarios de inteligencia norteamericanos para compartir con los congresistas la información que han recabado en los últimos años sobre ovnis.

No hubo alusión alguna a Roswell, por supuesto, pero sí excitantes revelaciones sobre el aumento significativo de artefactos no identificados en zonas de maniobras militares en lo que llevamos de siglo XXI.

“Los avistamientos han sido frecuentes y continuos”, afirmó Scott W. Bray, subdirector de inteligencia naval de EEUU, quien admitió no tener “explicación” sobre algunos de los objetos avistados. En los últimos tiempos, el Gobierno norteamericano ha desclasificado numerosos documentos sobre avistamientos y, aunque por ahora no hay respuestas convincentes, sí parece haber un interés serio por acercarse a la verdad. En este sentido, el ‘caso Roswell’, en cuanto icono de la cultura ‘pulp’ y de los delirios conspiranoicos, ha caído casi en lo  paródico, pero merece el respeto de lo pionero: con Roswell empezó todo, o casi todo.

Desde tiempo inmemorial se ha hablado de fenómenos en los cielos de origen desconocido, incluidos episodios bíblicos como la inquietante rueda de Ezequiel, pero no fue hasta el año 1947 que se acuñó el término ‘flying saucer’ (platillo volante).

Fue el piloto norteamericano Kenneth Arnold, que se refirió con ese término a los nueve artefactos que avistó desde su avioneta 'CallAir A-2' mientras sobrevolaba el monte Rainer, en el estado de Washington, en misión de rescate. Eso sucedió el 24 de junio de 1947, apenas una semana antes del memorable incidente de Roswell. También, solo dos años después del final de la segunda guerra mundial con el dramático lanzamiento de sendas bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki.

Kenneth Arnold muestra la imagen de un ovni avistado.

Kenneth Arnold muestra la imagen de un ovni avistado.

La especulación se hizo inevitable: tanta visita alienígena se debía al temor, por parte de civilizaciones más avanzadas (fundamentalmente marcianas o venusianas, pues entonces no se veía más allá del Sistems Solar), de que la Humanidad hiciera un uso perverso e irreversible de la energía nuclear.

No en vano, el 16 de julio de 1945 Estados Unidos había realizado en el desierto de White Sands, en Alamogordo, a apenas 180 kilómetros de Roswell, el Trinity Test, o primera prueba de un arma nuclear, antes de su letal aplicación práctica en Japón. 

Esa explosión, precisamente, era la clave del histórico octavo episodio de la tercera temporada de 'Twin Peaks' pues para David Lynch era el origen del Mal. De la barbarie atómica emergía la figura de Bob, la entidad maligna interdimensional que se alimentaba del dolor, el miedo y la tristeza de la Humanidad, y acababa con la vida de Laura Palmer.

Como decíamos antes, el incidente de Roswell cayó en cierto olvido después del anuncio de que lo que allí se precipitó no era más que un globo aerostático. Hubo de esperarse hasta entrados los años 70 que el episodio volviera a atraer la atención ufológica general y advenir piedra angular del fenómeno. Uno de los principales causantes del ‘revival’ sería Jesse Marcel, sí, el militar que había recogido los restos de lo que cayó del cielo en Roswell en 1947.

El siempre ávido interés por los extraterrestres estaba en la cresta de la ola a finales de los 60. Quizá recuerden la intimidante figura de Erich von Däniken, autor suizo imprescindible en las estanterías de nuestros padres y abuelos con su ‘best-seller’ de 1968 ‘Recuerdos del futuro’ (publicado en España por Plaza & Janés en 1970), sobre supuestas influencias extraterrestres en las culturas humanas primitivas.

Había furor por los seres de otro mundo, o por nuestro origen marciano, como lo demostraban el éxito de series televisivas como ‘UFO’, creada por Gerry y Sylvia Anderson en 1970, acerca de una agencia militar secreta, la SHADO, destinada a defender la Tierra de una inminente invasión alienígena; o ‘Proyecto UFO: Investigación Ovni’ (1978), protagonizada por dos agentes del proyecto Libro Azul, los estudios (reales) realizados por la Fuerza Aérea norteamericana entre 1952 y 1969 para determinar si los platillos volantes eran una amenaza para la seguridad nacional. Y, claro, el de películas como el clásico de Steven Spielberg ‘Encuentros en la tercera fase’ (1977), que despertaron la fascinación por la figura, esta vez sí, del alienígena bueno.

En este contexto propicio apareció la figura del físico nuclear y ufólogo Stanton T. Friedman, obsesionado desde mediados de los 60 por la investigación, aparentemente rigurosa, del viejo incidente de Roswell. Ponente en miles de conferencias por todo Estados Unidos, lo que cayó en Nuevo México, según su teoría, no fue un globo, sino un “vehículo electrodinámico” propulsado por “materia interestelar” procedente del “sistema binario de estrellas Zete Reticuli”, que se habría precipitado sobre la Tierra a causa de un relámpago.

El ufólogo Stanton T. Friedman muestra la imagen de un supuesto ser alienígena.

El ufólogo Stanton T. Friedman muestra la imagen de un supuesto ser alienígena.

En 1980, el científico logró la que parecía la prueba definitiva de su excéntrica teoría: antes de morir, el mayor Jesse Marcel le explicó al completo la historia de lo que habría visto en Roswell aquella noche de julio de 1947. Aquello, según Marcel, no podía ser otra cosa que una nave espacial de origen desconocido.

“Era una pieza de metal, fina como un cigarrillo. Cogí un martillo y la golpeé. El martillo rebotó en la pieza. Aquello no era ningún globo meteorológico. Era una nave. ¿Qué tipo de nave? No lo sé”, explicó Marcel a Friedman en una conversación que grabó junto a la de otros testigos del evento.

Según le dijo, el militar, antes de llevar los restos encontrados al hangar 84 de la base de Roswell, habría pasado por su casa para enseñárselos a su mujer y su hijo. Los habría colocado en el suelo de la cocina y les habría dicho: “Escuchad, esto es material de un platillo volante”.

Con su entrevista, Freedman y Marcel habían devuelto a Roswell a la ‘pole position’ del movimiento ufológico. Se publicaron decenas de libros y documentales sobre el tema. Los teóricos de la conspiración disponían de un material fascinante, incluido el vídeo de una supuesta autopsia a un cadáver de alienígena hallado en Roswell, que hizo correr ríos de tinta en 1995 hasta que se descubrió que era un fraude promovido por el productor audiovisual británico Ray Santilli. Roswell volvía a ser sinónimo del, supuestamente, mayor encubrimiento de encuentro con alienígenas de la historia.

En 1997, las fuerzas aéreas estadounidenses (USAF) publicaron un informe de título demoledor que ponía fin, o al menos lo pretendía, a medio siglo de especulaciones y teorías conspirativas: “El informe Roswell, caso cerrado”. Ahí se explicaba que lo que cayó en Nuevo México era un globo espía perteneciente al misterioso proyecto Mogul, del que nada se había sabido hasta mediados de los 90 por su condición de altísimo secreto militar. En este sentido, y de alguna manera, al Gobierno de Estados Unidos ya le había convenido que lo sucedido en Roswell quedara recubierto de una capa de paranoia alienígena, más que de peligroso espionaje geoestratégico.

A falta todavía de satélites artificiales y de aviones espía tipo U-2, Mogul era un proyecto que utilizaba globos capaces de alcanzar grandes alturas para recabar información sobre las pruebas nucleares de la Unión Soviética. No es que los globos pudieran penetrar en el espacio aéreo enemigo, pero sí alcanzar la tropopausa, o capa de transición entre la troposfera y la estratosfera. En el caso de que la URSS detonara un dispositivo nuclear, el globo podía escucharlo a distancia, ya que la tropopausa actúa como conductor acústico.

Lanzado desde la cercana base de Alamogordo el 4 de junio de 1947, el globo Mogul número 4 fue, según los datos desclasificados por la USAF, el que se estrelló un mes después en el rancho de Mac Brazel. Dado que el proyecto era secreto y, de conocerse, podía provocar un conflicto irreversible con la URSS, se mantuvo oculto incluso para los responsables de la base aérea de Roswell, lo que dio pie a la confusión que acabó dando origen a la leyenda del incidente alienígena.

Aunque cualquier buen amigo de la ufología y la conspiración responderá que el citado informe desclasificado es una manipulación para ocultar la Gran Verdad. Y así hasta el infinito, en un bucle sin fin de sospecha y paranoia que hoy, 75 años después del incidente, todavía perdura.

Un reportaje de EL PERIÓDICO

Textos:
Julián García
Diseño e ilustraciones:
Andrea Hermida-Carro
Coordinación:
Rafa Julve y Ricard Gràcia