Una leyenda hecha a sí misma que nos hizo explotar el corazón

RAFAELLA CARRÀ

Raffaella Carrà fue un símbolo intergeneracional adelantado a su tiempo. A golpe de cadera, abogó por el empoderamiento femenino y la libertad sexual. Gracias a ella Italia y España se modernizaron a marchas forzadas.

Carrà murió en el verano de 2021. Ahora, un libro recorre la vida y carrera de la inolvidable show-woman italiana que supo ser libre y feliz. En ‘El arte de ser Raffaella Carrà’ (Blackie Books), Paolo Armelli cuenta por qué la Carrà fue y será irrepetible.

Un reportaje de Sergio del Amo

Por extraño que parezca, de pequeña Raffaella Carrà soñaba con ser coreógrafa. Con 14 años se desplazó de su Bolonia natal hasta Roma para matricularse en la Academia Nacional de Danza. Aunque, una vez ahí, su profesora, la bailarina Jia Ruskaja, le dijo que sus tobillos eran “demasiado frágiles” para dedicarse al ballet. En vez de venirse abajo, aquellas palabras la animaron a explorar otros caminos. Fue actriz, vedette en programas de variedades, cantante políglota y presentadora.

También una inconformista de manual: una vez ganado el corazón de todos los italianos, a mediados de los setenta se propuso repetir la hazaña en nuestro país. Pero antes de ello, tuvo un infructuoso paso por la meca del cine en Hollywood.

En 1952, con apenas 8 años, debutó en la gran pantalla de la mano de Mario Bonnard en Tormento del pasado. En los albores de su carrera, el mismísimo Frank Sinatra quiso que apareciera en El coronel Von Ryan, una cinta bélica ambientada en la Segunda Guerra Mundial y rodada en Italia, dirigida por Mark Robson. El que fuera miembro del 'Rat Pack' la atosigó con ramos de rosas, cenas y lujosos regalos. Sin embargo, ella le dio calabazas.

Tras ello, Carrà se trasladó a la meca del cine persiguiendo el sueño americano. Pronto se dio cuenta de que Hollywood no era su lugar. De hecho, renunció a participar en otros dos filmes en inglés que había firmado con la 20th Century Fox y volvió mucho antes de lo previsto a Italia. Sinatra la olvidó rápidamente: en 1966 contrajo matrimonio con Mia Farrow.

A diferencia de otras divas que varían de look constantemente, ella siempre fue fiel a su imagen. Antes de adoptar el apellido artístico Carrà, en honor al pintor futurista Carlo Carrà, era morena. Durante un tiempo se aclaró el pelo para parecer castaña, pero la metamorfosis definitiva se produjo a principios de los setenta, coincidiendo con la emisión de Canzonissima: su primer gran amor, el presentador Gianni Boncompagni, la alentó a teñirse de rubia.

Obviamente, no se puso en manos de cualquiera. Confío en los Vergottini, una dinastía de peluqueros afincados en Milán y conocidos por importar las últimas tendencias de Londres y París. En concreto, Cele Vergottini fue el artífice del cambio de color y aquella melena corta y simétrica, con un ligero flequillo, que tras cada movimiento recuperaba su forma sin necesidad de usar kilos de laca. Después de que Cele muriera en enero de 1973, continuó viajando asiduamente de Roma a Milán para que el resto del clan Vergottini mimara su icónico peinado.

Milleluci, el nuevo programa de variedades que la Rai estrenó en 1974, iba a contar con la cantante Mina y Alberto Rabagliati como conductores. No obstante, tras grabar el programa piloto, Rabagliati falleció repentinamente. Como Carrà había sido invitada al primer episodio, Mina le propuso al director que le diera más protagonismo. Al final, las dos lo presentaron juntas. Ya en los ensayos, surgió lo que la prensa italiana bautizó como “La guerra de los tacones”.

El coreógrafo y director Gino Landi, tal como se hace eco el libro, confirmó la leyenda: “Mina, que era más alta que Raffaella, decidió ponerse tacones. Carrà tomó medidas, Mina tensó la cuerda poniéndose otros más altos... y así siguieron hasta que los operadores las frenaron por miedo a que las dos se salieran del plano”. Más allá de la anécdota, quienes trabajaron con ellas aseguran que mantenían una estupenda relación entre bambalinas.

 Para Luca Sabatelli, su diseñador de vestuario predilecto, los vestidos de Carrà eran armaduras que le posibilitaban derribar prejuicios y conquistar cualquier escenario. En 1970, verbigracia, pasó a la historia por ser la primera mujer en mostrar el ombligo en la televisión pública: ocurrió en la cabecera de Canzonissima, mientras bailaba Ma che musica maestro. Si bien nadie se atrevió a atacarla por exhibir una parte tan trivial de la anatomía, las tornas cambiaron el 13 de noviembre de 1971.

Esa noche, también en Canzonissima, estrenó el célebre Tuca Tuca, una canción cuya coreografía consistía en tocar con las manos algunas partes de sus esbeltos bailarines. Varios ejecutivos de la Rai pretendieron censurarla. Y hasta el Vaticano, a través de su periódico, L’Osservatore Romano, inició una campaña de desprestigio alegando que aquellos pasos eran demasiado provocadores. Lejos de dejarse intimidar, en el siguiente programa volvió a bailar el Tuca Tuca en compañía del actor Alberto Sordi, una de las personalidades más queridas del país. En un santiamén, con el respaldo del rey de la comedia italiana, zanjó la polémica.

Un reportaje de EL PERIÓDICO

Textos:
Sergio del Amo
Diseño:
David Jiménez
Coordinación:
Rafa Julve