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REPORTAJE

Gilles Deleuze, un pensador para "cabezas buscadoras"

El 4 de noviembre se cumplen 30 años de la muerte del filósofo francés, del que, además, celebramos el centenario de su nacimiento el pasado enero

El filósofo Gilles Deleuze.

El filósofo Gilles Deleuze. / EP

Antonio Puente

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Frente al chusco veredicto de que "quien no se ha escondido tiempo ha tenido", tan generalizado en estos tiempos de restricciones y guardarropía, su ondeante consigna, amable y radical a un tiempo, podría ser algo así como "al que se fuga, Dios le ayuda". Y es que, para Gilles Deleuze (París, 1925-1995), autor de 'Diferencia y repetición' y 'La lógica del sentido', lo central de la existencia proviene del azar a perpetuidad; de su "devenir" imparable y "multiplicidad" irreductible, y anida –precisamente por irrepetibles y distintos– en cada acontecimiento y experiencia concreta. "El sentido no es nunca principio ni origen, sino producto", decía. "No es algo a descubrir, sino a producir con nuevas inventivas".

Iconoclasta por igual de la razón ilustrada y de cualquier banalización posmoderna, su pensamiento opera por desalojos de lugares comunes, contrario a cualquier jerarquía, tratando cada tema como si se tratara de un ser vivo, y con la única premisa de que nada escapa a la inmanencia. Así, con mimbres de sus venerados Friedrich Nietzsche y Baruch Spinoza, a los que dedicó sendas monografías, colocó sus primeros vientos para la filosofía nómada y a la intemperie que propugna, hecha de continuos zigzagueos y "rizomas", contra cualquier sedentarismo del pensamiento, o contra la escisión entre alma y cuerpo –al que define como "una máquina de afectos"–, y contra las presunciones trascendentes.

Inventor de la 'popfilosofía'

Por ello, abominaba por igual de los idealismos, desde Platón a Immanuel Kant y Georg Wilhelm Friedrich Hegel, y los positivismos, muy especialmente el de Ludwig Wittgenstein, a quien llamó "asesino de la filosofía", porque, en contra de la famosa revocación del autor del 'Tractatus', "de lo que no se puede hablar mejor es callarse", ahí es cuando comienza, a su juicio, el auténtico pensamiento. Acuñó el término 'popfilosofía' para reivindicar la necesidad de sacarla de la academia y extenderla a la calle, convencido como estaba de que filósofos o lo somos todos o no lo es nadie, porque en rigor, lo único que puede haber son –acuñó también– "cabezas buscadoras".

Abominaba por igual de los idealismos, desde Platón a Kant y Hegel, y los positivismos, muy especialmente el de Wittgenstein, a quien llamó "asesino de la filosofía"

Considerado por muchos de sus exégetas como uno de los pensadores más genuinos del siglo XX –junto a Martin Heidegger y Michel Foucault–, la ardua filosofía de Gilles Deleuze ha sido definida como "un mapa de líneas de fuga", imposible de desplegar de una vez por todas. El pasado 18 de enero se cumplieron cien años de su nacimiento y el 4 de noviembre se cumplirán 30 de cuando se quitó la vida, arrojándose al vacío desde la ventana de su apartamento parisino, en un cuarto piso.

Después de todo tipo de especulaciones sobre los posibles motivos, su viuda, Fanny Deleuze, aclaró que, sencillamente, quiso acabar con los fuertes padecimientos, a causa de una enfermedad pulmonar crónica, que en los últimos tiempos le tenían incomunicado, completamente esclavizado, sujeto a un respirador. Bastaría atajar con que, de la manera más silente, decidió quitarse de en medio, para acabar con el sufrimiento extremo, y adquirir cierta soberanía sobre su propio devenir, en consonancia con la alegría vital que propugnaba.

El humor como panacea

De nuevo con el vitalismo nietzscheano y la ética spinociana, más algunas pinceladas sobre la risa, de Henri Bergson, Deleuze defendía el sentido del humor como una suerte de panacea vital. "La angustia nunca es cultural, y la tristeza no nos hace inteligentes. En la tristeza estamos perdidos. Por eso los poderes necesitan que los sujetos estén tristes", advertía. El filósofo solía recurrir al término inglés 'self-enjoyment', entendido como creatividad propia, que es –consideraba– "la única forma de resistencia".

Consideraba la filosofía casi como una forma de arte, una materia colindante, sobre todo, con el cine y la literatura, a los que dedicó enjundiosas monografías. En todos los casos, se trata de "invenciones", escudriñando conceptos indisociables de los afectos. "Lo importante es experimentar y no interpretar", sostenía.

Consideraba la filosofía casi como una forma de arte, una materia colindante, sobre todo, con el cine y la literatura, a los que dedicó enjundiosas monografías

"Todo gran escritor es también un filósofo: inventa conceptos que cambian nuestra manera de pensar", señalaba, mostrando sus preferencias por quienes se orientan por un sentido experimental o lúdico, como hacen con la memoria Marcel Proust y James Joyce, o conectados con el absurdo y lo cómico –tan determinantes en su pensamiento, para desmantelar las lógicas convencionales–, Franz Kafka, Samuel Beckett y Lewis Carroll. "La literatura no refleja la realidad, sino que crea nuevas formas de sentir y pensar", señalaba, para reafirmar su convencimiento de que "toda escritura es una carta de amor". Afirmaba también que se lee "para robar" y que "los libros son como pequeñas máquinas de guerra contra la estupidez".

Para Deleuze, "el lenguaje es generador de contenidos, y, en ese sentido, no puede ser usado para expresar una identidad, sino para hacerlo huir, trazar con él líneas de fuga, y así, hallar vida donde antes no la había". Un libro, en fin, "no tiene objeto ni sujeto; leerlo, es entrar en su flujo, no buscar su mensaje: tiene intensidades, y no significados".

Ya en los años 80 del siglo pasado criticaba la creciente avalancha de autores que escribían sobre perdedores sin haber vivenciado ellos mismos esa condición. Por eso, encomiaba a Scott Fitzgerald y Malcolm Lowry por haber bajado a los infiernos de su propia biografía antes de volcarlo en sus páginas. Inspirado en ambos casos, Deleuze hizo incontestables disquisiciones sobre la función del alcoholismo, afirmando, por ejemplo, que "se bebe para no parar de beber".

Encomiaba a Scott Fitzgerald y Malcolm Lowry por haber bajado a los infiernos de su propia biografía antes de volcarlo en sus páginas

En su "coraje intelectual para perseguir el concepto hasta el final, y liberarlo de la apariencia" repara el filósofo Miguel Morey, traductor al castellano y prologuista de 'La lógica del sentido' (1987), al tiempo que elogia la multiplicidad de su pensamiento, en una irreductible resonancia de "climas, músicas, paisajes, cuentos e historias". Lo define como uno de los pensadores contemporáneos "más vitalistas", en la senda abierta por Nietzsche, que invita al lector a "abrir juego", exigiéndole participar activamente en la construcción del sentido, bajo la premisa de que discurrir es crear.

El autor de 'Deseo de ser piel roja' singulariza también a Deleuze en su "voluntad de hablar en nombre propio", sin que, por ello, por paradójico que parezca, se dé una voz autoral única. Desde esa suerte de intimidad despersonalizada y múltiple, Deleuze rompe con cualquier representación jerárquica de la realidad, y convida a la pura experimentación y creatividad.

Crítica al psicoanálisis

En su libro 'Hacia una crítica de la razón patriarcal', la filósofa Celia Amorós comparte la crítica de Deleuze al psicoanálisis. En vez de que el deseo preceda a la necesidad, como quería Sigmund Freud, ocurriría a la inversa: no existe una carencia primigenia, sino que primero necesitamos y después deseamos, como expone Deleuze en el 'Anti-Edipo', redactado al alimón (al igual que otras obras, como '¿Qué es la filosofía?' y 'Mil mesetas') con Félix Guattari.

Para Amorós esa "desedipación" del deseo combate al patriarcado, restándole su "significante como metáfora paterna", y vacía de significado, oportunamente, esa imagen primordial de, digamos, sagrada familia, compuesta por la tríada papá-mamá-criatura, que ya no resulta operativa en la compleja y plural sociedad actual. Amorós celebra también la "naturalización del inconsciente", en lo que Deleuze-Guattari denominan el "esquizoanálisis"; el inconsciente ya no es más el "teatro" de representación freudiano, sino una "fábrica", capaz de hacernos desear lo que nos oprime.

Así pues, el deseo ya no es falta, sino producción. Hasta ahí perfecto, pero, de otro lado, Amorós no será la única teórica del feminismo que observa en esos postulados un arma de doble filo, por cuanto no se contemplan las estructuras clásicas del patriarcado, ni se hace un análisis explícito de la opresión de género. Así, en 'Deleuze and Feminist Theory', autoras como Elizabeth Grosz, Rosi Braidotti y Dorothea Olkowski comparten esa acogida de las tesis antiedípicas, pero también esa prevención hacia lo que consideran una concepción demasiado flotante y abstracta, y descontextualizada, de la mujer.

Por su parte, el también catedrático de Filosofía Francisco Martínez, autor de numerosas monografías sobre Deleuze, define su obra como "una ontología vitalista y materialista del devenir, que afirma la diferencia frente a la mismidad y la identidad dominantes". Y, para José Luis Pardo, otro de sus grandes introductores en nuestro país, resulta crucial su noción del estilo como "la fuga que emprende la vida en el lenguaje", y expresa que su más elemental enseñanza es "cómo moverse, cómo perforar el muro para dejar de golpearse la cabeza contra él".