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Opinión | MANO DE PÁGINA

Antonio Puente

La más cruda vejación

Jefe de escolta de seis ministros y de seguridad en dos embajadas en zonas de conflicto, Marcelino Álvarez novela el último siglo y medio de la historia de España

El que fuera fefe de escolta de seis ministros, Marcelino Álvarez.

El que fuera fefe de escolta de seis ministros, Marcelino Álvarez. / EP

Tras haber sido jefe de escolta del ministro Jesús Posada, en Administraciones Públicas, y, en Justicia, de Margarita Mariscal de Gante, José María Michavila, Juan Fernando López Aguilar, Mariano Fernández Bermejo y Francisco Caamaño, conoció muy de cerca los horrores de Afganistán y, sobre todo. del Congo, como jefe de seguridad de las embajadas de España en ambos destinos.

Ahora, con semejante recorrido a sus espaldas, y gran aficionado autodidacta a la historia de España, como muestran sus reflexiones en su página de Facebook, Marcelino Álvarez (Santa Marina del Rey, León, 1961) publica su primera novela, 'La mujer que amamantó a un mastín' (La Vieja Era), en la que abarca el último siglo y medio, alternando los dos escenarios que mejor conoce, el Madrid oficial y La Maragatería natal.

«Quise que arrancara desde finales del XIX, con sus brutales contrastes, entre la brevísima y convulsa Primera República y la pérdida de las colonias, y cuando ciertos intentos de alfabetización fueron aplastados, mientras era moneda corriente el derecho de pernada», explica. «Me interesaba captar las involuciones. Ahora estamos en una de ellas; hay un evidente retroceso, muy inquietante, por imprevisible y completamente globalizado».

El capítulo más estremecedor es el titulado El CNI, en que el protagonista escucha el crudísimo relato que le hace un superior de una misión en el Congo. Es un testimonio real que el autor escuchó de primera mano, en los dos largos años, entre 2016 y 2018, en que estuvo destinado en Kinsasa como jefe de seguridad de la Embajada de España. Desde que, en 1985, al salir de la Academia de Policía Nacional, tuvo como primer destino la comisaría de policía en Santurce (Vizcaya), en pleno hervidero de ETA, y luego de su estancia de seis meses, en 2013, en la embajada del polvorín de Afganistán, Álvarez pensaba que ya no le quedarían más salas que recorrer en ningún museo de los horrores.

Responsabilidad

«En Kabul, tuvimos que enfrentar hasta 11 atentados, e íbamos, todo el día, embutidos en chalecos antibalas de ocho kilos», rememora, antes de explicar su capítulo sobre Kinsasa. «Allí la miseria y la guerra son estructurales, aunque solo se informe sobre ellas episódicamente», señala, dando cuenta de la responsabilidad de custodiar a una colonia española de 350 personas, en su mayoría religiosos.

Allí campa a sus anchas todo el catálogo de enfermedades habidas y por haber: malaria, ébola, sida, dengue, tifus…, y, en rigor, no puede hablarse de soldados, sino de «alimañas, que se venden al mejor postor. Hoy visten el uniforme del Congo, pero mañana, si una facción del ejército del país vecino les paga medio dólar más al día, se lo cambian y luchan contra ellos mismos», afirma.

Pero lo más crudo de todo, una salvajada insufrible hasta no poder dar crédito, es el episodio que les contó, en la embajada, Caddy Adzuba, la activista congoleña que tuvo la iniciativa de repartir microcréditos para mujeres violadas en la selva, merecedora, en 2014, del Premio Príncipe de Asturias. Fue el bestial caso de una mujer secuestrada en la selva, junto a su marido y sus tres hijos, por decenas de guerrilleros. Al esposo lo asesinaron ipso facto, y a ella la apartaron para ser sistemáticamente violada por el grupo entero durante días, obligando, al final, a su primogénito, de 13 años, a que también la penetrara…

Ya desahuciada, «con apenas un hilo de voz y de vida», le suplicó al capitán que le dejara despedirse de sus hijos, a lo que este le respondió, propinándole una patada: «Y qué crees que has estado comiendo todos estos días».