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CRÍTICA

'La comedia de la carne', de Carlos Pardo: especialista en perspectivas

El autor narra historias del día a día, a menudo con un tono extrovertido, en este poemario

El escritor Carlos Pardo, autor de 'La comedia de la carne'.

El escritor Carlos Pardo, autor de 'La comedia de la carne'. / Mar Sáez

Juan Carlos Abril

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Al modo de los poemas-relato de Cesare Pavese y sin amargura, los textos recogidos en 'La comedia de la carne', de Carlos Pardo (Madrid, 1975), se caracterizan por narrar historias cotidianas, a menudo con un tono extrovertido y tintes paródicos, centrándose en los temas del amor y las relaciones humanas, el trabajo, la soledad o la muerte. Sus versos poseen una estructura narrativa muy próxima a la prosa, con personajes que se mueven en paisajes específicos y viven experiencias vitales que reflejan un profundo sentimiento de desarraigo y una búsqueda de sentido.

Una poesía que tiene más que ver con la prosa, pero ahí radica su búsqueda expresiva, en la hibridación de géneros y en la lucha contra la automatización del lenguaje lírico en tiempos de basura sentimentaloide, melodramas pasteleros y declaraciones patéticas.

La voz de Carlos Pardo se articula a partir del realismo, lo cual le infiere un asidero figurativo que sirve en todo punto para situar al lector. Hablando en actitud gremial, el poeta sabe que «Pocas veces cumplimos / con las expectativas del lector, / de natural resolutivo: / se lee buscando un encadenamiento / del que la vida carece» (34). Uno de los ejes desde el que pivota la poética de este libro transita por lo fragmentario. La vida se configura desde lo inasible.

Dividido en siete secciones, alternando escenas y escenarios, La comedia de la carne plantea un relato híbrido donde se aprecia una sólida distancia irónica como herramienta principal. Ironía que deviene en sarcasmo en ocasiones, o en tristeza en otras. Fragmentos de un discurso amoroso explícito en las secciones II y III, 'Soy mi deseo' y 'Me enamoré de ti un día lejano', respectivamente, o con la lógica paradójica y las dualidades dialécticas danzando: «¿Cómo lidiar y controlar entonces / estas dos abstracciones, / cabeza y cuerpo, que sospechan / de sus competencias invadidas?» (79), sin evitar complejidades, como en el excelente 'Belleza superficial' (81). También desde el diálogo: «Tu psicóloga, con poquísima / sensibilidad literaria, / te ha convencido de que los objetos / no son los responsables del sujeto» (82).

Narrativa y fluidez

Tal vez por esa narrativa marcada, este libro sea algo más extenso de lo habitual para los estándares actuales, lo cual le imprime cierto interés, no solo por su consciente preocupación por desarbolar clichés, sino sobre todo por su novedad de fondo y forma frente a las expectativas del lector medio ideal. Otro de los logros de este libro es su ritmo, pues lejos de presentarse como una prosa a trompicones, la fluidez va ganando adeptos, con sus encabalgamientos lúdicos y asociaciones insospechadas.

Esto también ayuda, incluso cuando aparece el propio Roland Barthes: «Una historia de amor es el tributo que el enamorado debe pagar al mundo para reconciliarse con él» (130). Porque el lenguaje de Carlos Pardo, de igual manera que se ha narrativizado, también adquiere una particular torsión en la que no se soslaya el guiño sentimental: «A veces imagino que hago el duelo / más largo de la historia, uno / para el que me preparo desde niño» (26), contraponiéndolo a exabruptos como este: «No meas. Meo mucho, / respondo, tengo prostatitis. / Y fuiste al baño» (54).

Finalmente solo nos quedaría recomendar este volumen de perspectiva mixta, y Pardo lo subraya: «Nos especializamos / en perspectivas» (72), con lo que se incide en otro de los cimientos de este libro, cargado de poesía que bien quisiera renunciar a la poesía, aunque no puede, ni se lo permite a sí mismo.

Nos referimos al sesgo autobiográfico, una etiqueta en la que nuestro autor se ha visto envuelto en estos últimos años a raíz de la publicación de sus novelas. Los ejemplos serían múltiples, como en 'Mesa de la cocina': «Tuve una mesa blanca. / Se desplazaba de una habitación a otra. // En ella colocaba mis libros / y escribía, / a veces junto a un balcón» (77), para finalizar así: «A esta mesita blanca / donde apenas escribí: / con la fuente de frutas / de barro de Manises, / las botellas de plástico, / útil por fin y despreciada, / mi escasa independencia» (78). Vayan y cómprenlo.

La comedia de la carne

Carlos Pardo

La Bella Varsovia

144 páginas

14,90 euros