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CRÍTICA

'El señor Fox', de Joyce Carol Oates: la estética del horror

En esta novela de la autora norteamericana, la investigación de un crimen es la excusa para exponer la violencia contra menores

La escritora Joyce Carol Oates.

La escritora Joyce Carol Oates. / EP

Marta Marne

Marta Marne

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Cada cierto tiempo se reabre la discusión sobre si deberíamos seguir leyendo 'Lolita', de Vladímir Nabokov, o si convendría censurarla y retirarla de bibliotecas y librerías. Aún hay quien considera que defiende la pederastia, que la legitima. Quienes sostienen esa idea suelen pasar por alto que es, en realidad, una denuncia –más clara de lo que parece– de esas conductas, siempre que atendamos a su contenido más que al valor literario del continente.

Quienes querrían prohibir Lolita harían bien en mantenerse lejos de 'El señor Fox', de Joyce Carol Oates (Lockport, Nueva York, 1935). Si en la obra de 1955 convivían la trama principal con reflexiones del narrador sobre la cultura norteamericana de posguerra, Oates no concede aquí un solo respiro. Sus más de 700 páginas se concentran por completo en un fragmento de la vida de Francis Harlan Fox, un profesor que comienza a trabajar en la exclusiva Academia Langhorne.

El propio funcionamiento de la institución –las tutorías a solas con el alumnado, concebidas como un espacio de atención personalizada y estímulo intelectual– se convierte en el escenario perfecto para que Fox actúe impunemente. Tras la puerta de su despacho, el pedagogo ejemplar se revela como un depredador sexual de menores.

Una lectura perturbadora

La lectura de 'El señor Fox' resulta perturbadora, y en algunos pasajes, casi insoportable. En 'Carnicero' ya comprobamos que Oates no teme la explicitud ni el detalle, que para ella narrar el horror es también un ejercicio estético. Aquí, sin embargo, da un paso más: la transgresión de lo femenino es incómoda, pero la de la infancia se vuelve insoportable.

Muestra cómo las élites académicas pueden convertirse en un territorio propicio para ejercer la violencia sexual contra las mujeres desde una posición de poder y de prestigio

A través de descripciones tan gráficas como calculadamente sugerentes –el juego de disfrazarlo todo de sensualidad no es casual–, asistimos a la transformación de Fox en el 'Señor Lengua' o el 'Señor Osito', máscaras con las que se infiltra en la intimidad más prohibida de las alumnas. Y aun así, la belleza de la prosa de Oates, su precisión y su dominio del ritmo narrativo logran que sigamos leyendo incluso cuando el impulso sea apartar la mirada.

La investigación de un crimen atroz funciona solo como excusa para exponer este tipo de violencias. Tal vez la aportación más lúcida sea la de desmentir el prejuicio de que la violencia sexual afecta solo a mujeres de entornos vulnerables. La autora apunta lo contrario: muestra cómo las élites académicas pueden convertirse en un territorio propicio para ejercerla desde una posición de poder y de prestigio, mucho más difícil de denunciar o visibilizar.

En una de las frases promocionales se lee: «Muérete de envidia, Tom Ripley». Y lo cierto es que no va del todo desencaminada. No tanto por la naturaleza del villano –muy distinto a creado por Patricia Highsmith, curiosamente en el mismo año que Humbert Humbert–, sino por la forma en que ambas autoras desmenuzan los pliegues más oscuros del alma humana.

Oates, como Highsmith, no tiene prisa: dedica páginas enteras a una sola escena si es necesario para que entendamos la esencia de su personaje. Tal vez por eso podamos afirmar que son dos de las grandes novelistas que ha dado la literatura estadounidense en las últimas décadas.

El señor Fox

Joyce Carol Oates

Traducción de Ismael Belda Sanchís

Alfaguara

720 páginas

26,90 euros