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MIRADAS

Literatura popular en lenguas ‘minoritarias’

Los que viven en español tienen más derechos que los que lo hacen en catalán, gallego o euskera, y me niego

El escritor británico Ken Follett.

El escritor británico Ken Follett. / EP

Pere Sureda

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Escribiré sobre un tema que puede ser polémico: si es 'bueno' para el catalán, el euskera o el gallego que los lectores tengan la opción de leer en su lengua de nacimiento ciertas obras escritas en francés, inglés, castellano o alemán. Es decir, si los 'best seller' deben traducirse y fomentar su lectura en estas lenguas o deberíamos traducir solo obras clásicas, de gran calado o necesarias.

¿Es bueno para la lengua, para el lector, para la sociedad, que se lea, por ejemplo, a Ken Follett en catalán o euskera? ¿Eso ayuda a la lengua en concreto y a sus lectores a la difusión del gallego? ¿O solo estamos rebajando el nivel de los lectores que tengan Dan Brown, María Dueñas, Santiago Posteguillo y Stephen King, por citar ejemplos notorios?

Aquí tengo las cosas claras. La llamada 'literatura popular' puede ser, y de hecho la mayor parte de las veces es, la puerta por donde todos empezamos a leer. Luego cada uno sigue su ruta de lectura y sus escritores favoritos, literarios o no; premios Nobel o premios Planeta. La libertad es lo que tiene. Que cada uno tiene sus gustos y predilecciones, y no hay nada que objetar a ello.

El argumento que prefiere soslayar estas traducciones dice así: "Si ya hablamos el español, ¿qué motivo hay para traducir a Javier Cercas al catalán? Lo podemos leer en su lengua original". En casos de idiomas extranjeros ese argumento se cae porque no tenemos por qué saber inglés, francés o italiano, lo que no quiere decir que no sea excelente.

¿Tiene un gallego que obligatoriamente leer a Stephen King en español? ¿Por qué? ¿No debería tener los mismos derechos que los castellanohablantes y leerlo traducido a su lengua materna? ¡Tiene gracia el asunto! Los que tienen como su lengua el español tienen más derechos que los que viven en catalán. Me niego. Quiero leer –y debería tener la opción que no siempre me brinda la industria editorial– lo que me apetezca en mi lengua materna. Tanto si es un 'best seller' como si es un ensayo sobre la climatología.

Pero la industria no es una oenegé: quiere ganar dinero y está legitimada a ello. Si una editorial no cree que vaya a ganar dinero, o al menos no perderlo, publicando en catalán, euskera o gallego, está en su derecho de no hacerlo. Son las reglas del juego, pero tienen su excepción: los libros infantiles. No hay editorial que los venda a no ser que sea en la lengua del niño o la niña.

Pero ello conlleva que, por muchas campañas que se hagan a favor del catalán, del euskera o del gallego –y como profesional estoy a favor de todo tipo de campañas de ayuden a crear lectores–, si los ciudadanos de esos lugares no tienen todos los instrumentos a su alcance –y han aprendido a leer en su lengua materna– para practicar esas lenguas, acaben fracasando. Porque la lectura es uno de los actos culturales y sociales que más extienden el conocimiento y la práctica de todas las lenguas y culturas. Y debo recordar que la verdadera cultura es todo menos elitista.

Huyendo del catastrofismo invito a la industria a que trabaje más, haga más estudios de mercado y fomente más la diversidad. Crear lectores y mantenerlos es la forma más bella de sentirnos seres humanos.