Saltar al contenido principalSaltar al pie de página

PERIFÉRICOS Y CONSUMIBLES

Viene el crítico… '¿qué faré, mamma?'

Mesiánica tarea se ha autoimpuesto: abrir con sus poderes las aguas del mar Tuerto para reinar en el país de los ciegos

Charlton Heston como Moisés.

Charlton Heston como Moisés. / EP

Javier García Rodríguez

Javier García Rodríguez

Por qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

No percibe los ecos elocuentes. Solo caga dogmáticas sentencias. Frases hechas, dolor de los pecados que nunca acometiera. Redicho paladín de baratijas, expulsa mercaderes de los templos y dispara saliva recubierta de salmo contra la pérfida Albión y sus hijos putativos del nuevo continente, pródigos hijos que esperan su sentencia. Su escopeta de feria lanza perdigonazos a todo lo que es ente, pariente y semoviente, sin ton ni son, o sea a troche y moche, pimpampum, si se tercia también a la Pedroche, pretendida erudición que rima con derroche. Fanfarria de vientos, ilimitadas ventosidades fanfarronas –y hablamos del fervor de Buenos Aires que expulsa de su olimpo, de su canon a ciegas– pugnan por salir de sus orlados orificios.

Admite el vociferio y las palabras sucias, el 'trash talk' aprendido en las íntimas canchas de su ego mayúsculo. Gurú termodinámico, al calor de las brasas –sabe bien lo que dice, él es un buen ejemplo de brasas primigenio– predispone a los suyos para cruzada mágica contra el loro y el oro de los tres tristes tigres que al final resultaron ser mininos caseros.

En su altar con retablo repite el argumento barroco y sus hermanos rematan al larguero alabando su niqui blanquecino, su camisa con dignísimo apresto –almidón que disfruta este rey pálido–, la mata de pelusa que muestra en su antebrazo –igual mata que espanta– cuando ejecuta a Brahms, a Mozart, a Perales. Nadie dicta su impúdico discurso, su indómita elocuencia, su pálpito teórico que solo él domina, dueño de la palabra: él es el camino, la verdad y la vida. Su erudición se mide en metros de pared ocupados por elucubraciones que habrían deseado Menéndez y Pelayo. La bilis que despacha por pantalla interpuesta de su pueblo escogido y escocido también sus débiles meninges con doctrinas hisopa.

Esputa mandamientos, reglas, normas, desprecios, porque él esputa siempre donde le dan las ganas. Una grey, un rebaño, un hato, una piara levantan testimonio y dan fe manifiesta de que él es el comino, la ruindad y la viuda. Y se quedan tan anchos en sus cuartitos tristes porque han visto la luz y el maestro les habla con gruesos improperios que aceptan impasibles, quizás de buena gana, porque los elegidos reciben el regalo como un don del espíritu en el que su perito no cree ni de lejos. Mesiánica tarea se ha autoimpuesto en la vida: abrir con sus poderes las aguas del mar Tuerto para poder reinar en el país de los ciegos.

Si lo veis acercarse, evitad el contagio. Querrá toser encima de vuestras lealtades, convertiros en huésped de su coronavirus, reyezuelo intachable de su corte y confección, maestro del engaño. De la crítica hace su castillo interior, un lugar impoluto donde solo él doma el arte de la fuga, del insulto y la treta donde mama gustoso con sus labios mayores. Abandonad, pues, aquí toda esperanza. Y que sea, al fin, lo que Dios quiera.