Opinión | OPINIÓN
László Krasznahorkai, el Nobel de Literatura que pastoreó vacas y fue amigo de Allen Ginsberg
La Academia Sueca ha sido valiente, una vez más, pues ha decidido premiar una obra de profundidad narrativa e intelectual en la que la realidad se refleja de forma ilusoria y donde el lenguaje importa
László Krasznahorkai: "La masa estupidizada supone un peligro para nuestro mundo"

El escritor húngaro László Krasznahorkai, Premio Nobel de Literatura 2025. / Gyula Czimbal
Al morir Allen Ginsberg, el 5 de abril de 1997, László Krasznahorkai, flamante Premio Nobel de Literatura de este año, no sólo perdió a un amigo, también se quedó sin Nueva York, la ciudad que lo acogió, con su característica efervescencia social y cultural, cuando recaló allí tras la caída del régimen soviético bajo cuya dominación vivió su país natal, Hungría.
Su familia era burguesa, pero Krasznahorkai, de naturaleza inquieta, no estaba dispuesto a adaptarse a tan acomodadas circunstancias y eligió otra forma de vida, bien alejada de sus orígenes. Cortó la relación con ellos y comenzó a peregrinar.
Estudió en Budapest, descubrió a los “personajes angelicales” de Dostoievski, sobre todo al príncipe Myshkin de ‘El idiota’, y entonces tuvo claro que su lugar estaba “entre los más explotados, en el estrato de los más engañados, los más humillados”. Aquella revelación le llevó a vivir, durante largo tiempo, en pequeños pueblos, aldeas en las que desempeñó múltiples y muy diversos trabajos, del pastoreo nocturno de vacas a la minería.
Concluidas sus andanzas por Hungría, escribió su primer libro, ‘Tango satánico’, aunque “en ningún momento” se le pasó por la cabeza buscar a un editor, lo consideraba “un asunto privado”. Pero, “por un desdichado azar”, le enseñó el manuscrito a un amigo filósofo y la novela, excepcional en la literatura de la época, sobre todo por sus referencias anticomunistas, acabó publicándose y Krasznahorkai sin pasaporte, que no recuperó hasta dos años después.
Febril creatividad
Él no estaba habituado a los ambientes intelectuales, “no tenía previsto ser escritor, no tenía previsto nada, no quería ser nadie”. Los escritores eran otros, Dante, Kafka, Faulkner, Beckett, Lowry. “Indefenso”, confundido, escribió sin parar un libro tras otro, siempre muy crítico con ellos, convencido de que el último sería el último.
En Nueva York, Ginsberg le ayudó a resolver los problemas que le planteaba la escritura de ‘Guerra y guerra’, novela que leída hoy aún desprende una misteriosa belleza. En aquella época, salía a cenar con Philip Glass y David Byrne, acudía con ellos a conciertos, componía música con Ginsberg en la cocina de su apartamento... Bendita locura, de febril creatividad, que terminó con el fallecimiento del poeta Beat.
Durante muchos años, Krasznahorkai no volvió a EEUU, viajó por Asia, estuvo en China y en Japón, y fue su editora estadounidense, Barbara Epler, presidenta de New Directions y hoy, supongo, una de las mujeres más felices del mundo, quien le hizo regresar y recuperar el recuerdo de lo vivido junto a Ginsberg, hasta el punto de que “es en EEUU y sobre todo en Nueva York” donde mejor se siente.
Así me lo contó él, hace poco más de un año, en una entrevista tan extraordinaria como su Nobel. La Academia Sueca ha sido valiente, una vez más. Podría haber pensado que no está el mundo para reconocer una obra de tanta profundidad narrativa e intelectual. O quizás haya llegado a la conclusión de que es eso, precisamente, lo que necesitamos, novelas y relatos en los que la realidad se refleja de forma ilusoria y se convierte en una ficción fantasmal donde el lenguaje importa, pues una frase puede prolongarse un capítulo entero.
En las librerías españolas están todos sus títulos desde hace más de dos décadas gracias a Acantilado. Empiecen a leerlo por ‘Melancolía de la resistencia’, máximo exponente de un género muy particular, propio, que le ha llevado a ganar el Premio Nobel de Literatura, un galardón que, a sus 71 años, László Krasznahorkai habrá recibido inquieto, estoy segura, preguntándose qué hacer si alguien le plantea: “A ver, dígame, ¿por qué lo ha merecido precisamente usted?”.
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