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Opinión | CUADERNO DE NOTAS

Biel Mesquida

En primera persona del singular

Se habla de Mayo del 68 francés, pero nosotros ya habíamos hecho más de un mayo luchador en España y principalmente en Barcelona

El estudiante Enrique Ruano (centro), entre Lola González Ruiz y Javier Sauquillo en Madrid.

El estudiante Enrique Ruano (centro), entre Lola González Ruiz y Javier Sauquillo en Madrid. / EP

BARCELONA: AÑOS DE APRENDIZAJE. ¡No escribo, me escribo! Mi llegada a Barcelona, un adolescente mallorquín que iba a estudiar Biología, en octubre de 1964, constituye mi primer hito de una relación con la ciudad que durará toda mi vida. Dentro de la ignorancia cultural y política de un joven que empezaba el curso selectivo en la Universitat de Barcelona, una cosa tenía clara: vivía dentro de una dictadura de cariz militar que no se parecía a las sociedades democráticas que había en muchos países de Europa.

Los aspectos negativos eran numerosos: un sistema económico injusto con males crónicos como la inflación y el déficit comercial, un crecimiento desequilibrado, proteccionismo, favoritismos (a militares de alta graduación, grandes terratenientes, magnates de la industria, altos funcionarios), falta de libertades de toda casta, ausencia de reforma fiscal, desastres ecológicos, especulación del suelo, etcétera.

Desde el principio decidí que, con mis ganas de aprender, mi empatía social y una curiosidad sin límites, haría la carrera de Biología y muchas asignaturas como oyente de Filosofía y Letras. La prohibición de la lengua y la cultura catalanas había hecho que en el bachillerato asistiera a clases clandestinas con profesores que me enseñaron los abedules de mi catalanidad. Destacaré a Biel Barceló, luchador pionero por la lengua y la cultura catalanas en el Instituto Ramon Llull de Manacor. El conocimiento y la amistad del sabio Francesc de Borja Moll también fue esencial.

En Barcelona, junto al activismo político llevaba también el cultural y asistía a conferencias, recitales, exposiciones, debates, proyecciones y obras de teatro que se hacían muchas veces de forma clandestina en locales de barrio, institutos extranjeros, asociaciones religiosas, colegios mayores y casas particulares. El hecho de no existir el derecho de reunión hacía que todas estas actividades tuvieran para mí el aura de una aventura. Por eso, cuando una amiga de curso, Helena Gomis, me preguntó si quería ir a un concierto del compositor de música contemporánea Josep M. Mestres Quadreny, con una obra de poesía escénica de Joan Brossa, en su finca familiar de La Ricarda, junto al aeropuerto de El Prat, me pareció de película.

Lo organizaba el Club Cobalto 49 (o Club 49), que fundaron en 1949 gente tan diversa y amante de las vanguardias como Joaquim Gomis, Sebastià Gasch, Joan Prats, Sixte Illescas y Eudald Serra. Y habían organizado cosas tan importantes como la primera exposición de Joan Miró de la posguerra, la primera exposición de arte contemporáneo, donde reunieron obras de Antoni Tàpies, Modest Cuixart y Joan Ponç, un espectáculo de danza de Merce Cunningham, un concierto de música de John Cage...

En la finca racionalista La Ricarda, del arquitecto Antoni Bonet Castellana (exiliado en Argentina por ser del GATPAC), conocí a Brossa, que se convirtió en un amigo hasta su muerte, y en un maestro. Y también, dentro de las actividades del Club 49, toda una serie de personas del mundo cultural catalán, especialmente Anna Ricci, Joan Prats, Josep Guinovart, Cuixart y Tàpies, que contaron mucho en los años decisivos de mi adultez.

Cuando se habla de Mayo del 68, con las movilizaciones de los estudiantes universitarios europeos, pienso que nosotros, en España, y especialmente en Barcelona, ya habíamos hecho más de un mayo luchador. Ya habíamos hecho choque. El curso 1965-1966 era rector de la Universidad de Barcelona Francisco García-Valdecasas, de carácter autoritario e inflexible. Creamos el Sindicato Democrático de Estudiantes de la UB. Y necesitábamos unos estatutos, un manifiesto y un acto constituyente.

La asamblea constituyente del nuevo sindicato fue el 9 de marzo de 1966 en el convento del Caputxins de Sarrià. Asistieron 500 estudiantes, una treintena de intelectuales y artistas (Salvador Espriu, Joan Oliver, Jordi Rubió y Balaguer, Lluís Maria Xirinacs, Oriol Bohigas, Maria Aurèlia Campmany, Antoni Tàpies, Ricard Salvat, Albert Ràfols-Casamada...). A las cuatro y media de la tarde, se leyeron los estatutos y el texto 'Por una universidad democrática', que fueron aprobados por aclamación. Luego hubo varias intervenciones.

La policía sitió el convento. Querían que todo el mundo entregara el DNI. Se negaron. Nosotros, los de fuera, decidimos hacer huelga general. En su interior se organizaron en comisiones de trabajo y se prepararon actividades culturales. El tercer día, la policía asaltó al convento. Los estudiantes fueron fichados, los delegados de curso visitaron la terrible comisaría de Via Laietana, donde estaba la Jefatura de Policía, y las personalidades recibieron numerosas multas. El comisario que dirigió la hazaña era Vicente Juan Creix, un pilar histórico de la represión.

En el curso 1966-1967 estábamos exultantes y creíamos que sería posible la caída de Francisco Franco. Pero hubo una fuerte represión contra los representantes del SDEUB y esto motivó una gran pérdida de energías. El movimiento estudiantil catalán entró en crisis y desapareció en mi último curso, 1968-1969.

MALLORQUINES EN BARCELONA. Con un grupo numeroso de estudiantes mallorquines (Nadal Batle, Joan Mir, Josep A. Grimalt, Guillem Simó, Miquel Bauçà, Valentí Puig...) que nos habíamos conocido en los viajes en barco, organizamos unas reuniones culturales clandestinas cada sábado en la Residencia Sant Antoni, en las que participaron Joan Fuster, Josep Melià, Guillem Frontera, Miquel Àngel Riera, etc.

Es significativo porque también demuestra el grado organizativo de unos estudiantes que crearon una infraestructura cultural sin medios y lograron un eco considerable. Éramos unos pioneros culturales y políticos: teníamos clara nuestra catalanidad nacional de los Països Catalans en un tiempo en el que no se hablaba de ello.

El 20 de enero de 1969, el estudiante madrileño Enrique Ruano Casanova 'cayó' desde el balcón de su casa, en un séptimo piso, mientras la policía hacía un cacheo buscando propaganda marxista. Nadie creyó la versión oficial y continuaron las manifestaciones estudiantiles, que forzaron al régimen a proclamar el estado de excepción durante tres meses. Lluís Serrahima escribió 'Què volen aquesta gent' (¿Qué quieren esta gente?), que musicó Maria del Mar Bonet y se convirtió en un himno antiautoritario. Y en 1969, el dictador nombró como sucesor al ciudadano Juan Carlos de Borbón.

Los estudiantes cambiamos el paso de la lucha antifranquista clásica de los partidos de izquierdas a la lucha antisistema, en la que diferentes grupos sociales perseguidos (mujeres, gais, lesbianas, trans, etcétera) empezaron en la década siguiente un nuevo combate de liberación de los valores y las costumbres reaccionarias que empapaban aquel mundo de esclavos, gris, espantoso y devastador.