CRÍTICA
'Lady Ludlow', de Elizabeth Gaskell: una mirada certera a tiempos cambiantes
Alba publica esta novela del siglo XIX en la que su autora refleja las reticencias a abandonar una era muy marcada por la diferencia de clases, la pobreza y el deseo de una incipiente modernidad

La escritora Elizabeth Gaskell, autora de 'Lady Ludlow'. / EP
Ninguna era pasada fue mejor para aceptar los cambios que inevitablemente trae el paso del tiempo. Sobre todo si todos esos cambios se producen de manera casi explosiva y en una sociedad estancada en un sistema aún prácticamente feudal y marcado fuertemente por la diferencia de posiciones en la sociedad. Monarquías y nobleza en lo más alto, el resto en el escalafón más bajo de necesidad y pobreza. Y la época enmarcada entre finales del siglo XVIII y buen parte del XIX fueron tiempos convulsos, que removieron los cimientos de lo hasta entonces conocido y permitido en el Viejo Continente. Y cómo no esos movimientos hacia una incipiente modernidad y lucha de clases tuvieron un fiel reflejo en la literatura.
La obra que hoy nos ocupa, que Alba publica en España, es un claro ejemplo de ello y su autora, una de las que supo dejar para la posteridad esa resistencia de la vieja sociedad contra lo que fue inevitable. Se trata de 'Lady Ludlow', de Elizabeth Gaskell (Chelsea, 1810-Holybourne,1865), una escritora a la que quizá aún en nuestros días le falta reconocimiento pero que en su tiempo fue admirada por el mismísimo Charles Dickens.
Lady Ludlow, es una condesa viuda que en los albores del siglo XIX se agarra con vehemencia a su creencia de que tiempos pasados fueron siempre mejores, aún más después de los estragos que la Revolución Francesa hizo en el país vecino con la nobleza. Temerosa de Dios, fiel a las Sagradas Escrituras y convencida de la necesidad de mantener los muros entre aquellos con títulos y los que nacen sin ellos, sean pobres o ricos. Y a su casa llega una joven familiar empobrecida, la señorita Margaret Dawson, huérfana de padre y que con su marcha deja en su casa el respiro de una boca menos que cuidar y alimentar. Es esta joven la que nos narra la historia de su señora y lo que acontece a los variopintos personajes que rodean a la vieja condesa en Hanbury, el pueblo en el que residen.
Anclada en el tiempo
Margaret, desde un principio, se pliega a las ideas inmovilistas de Lady Ludlow, admira a la mujer, que para paliar su soledad se rodea de otras señoritas de compañía como ella. Es una mujer de fuerte superioridad moral, que en cierto modo reina sobre el resto como si de sus súbditos se trataran. Solo hay una opinión verdadera y esa debe ser siempre la de ella. No cree en la educación de los pobres, que solo están para servir, por eso no contrata a muchachas que sepan leer y escribir u opinen libremente. Y Margaret la admira desde el primer momento, quizá porque tras esa fachada de dureza ve a la mujer que ha perdido a todos sus hijos menos a uno, a la anciana que vive anclada en tiempos que se van difuminando en el pasado para no volver.
La señorita Dawson es la que rememora los años que compartió con la vieja condesa ya cuando ella misma es una mujer entrada en años y rememora esa para ella dorada época con nostalgia, mucha nostalgia. Y es ella la que nos va hablando de cómo empiezan a resquebrajarse los cimientos de esa rutina con la llegada del nuevo párroco, el señor Gray, más joven y arriesgado que el anterior, dispuesto a hacer cambios y crear una escuela para formar a los más pobres. Lady Ludlow representa lo tradicional, el párroco esa incipiente modernidad, a pequeños pasos, pero necesaria en esa Inglaterra casi feudal aún de hombres y mujeres sin futuro y sin tierras propias, en los que algunos se atrevían a desafiar a lo establecido haciéndose ricos por el sudor de su frente, por el comercio y los avances, y no por un sistema hereditario.
Acertadamente, Alba sigue apostando por traer al público español a una escritora que nos dejó un magnífico y atractivo legado literario
Gaskell, hija de un pastor unitario, reflejó fielmente esa época de cambio que le tocó vivir a ella misma, describiendo no solo esa lucha entre lo tradicional y lo nuevo, sino cómo se vivía el día a día, especialmente en lo que se refiere al papel de la mujer, nacida para estar un escalón por debajo siempre del hombre, para no pensar, para ser madres, para servir a otros si nacían en familias pobres. En este caso la joven Dawson no se rebela contra lo establecido, pero sí lo hacen algunas de las protagonistas de otras novelas suyas, como 'Norte y Sur', llevada a la pequeña pantalla por la la BBC –'Lady Ludlow' también tuvo su reflejo en una serie–.
Aparición de grietas
Pero si Margaret no quiere cambiar ni a ella, ni a su señora ni a la sociedad, sí lo hacen otros de los personajes que Gaskell nos permite conocer. Así, el señor Horner, administrador de las tierras de la condesa, termina dedicando sus ganas y su dinero a educar a un pobre cazador furtivo, el joven Harry Gregson, pese a las reticencias de la anciana noble, y la señora Galindo, una solterona también hija de clérigo, con la que Lady Ludlow tiene una complicada relación se atreve a acoger en su casa a la hija no reconocida de un antiguo amor. Y llega después el Capitán James, otro defensor de la educación para los más pobres y que tiene la audacia de relacionarse con la hija de una familia de panaderos.
En los ojos de la narradora, Margaret, todo ello está fuera de toda lógica, como cree que lo debe estar a ojos de su señora, pero hábilmente Gaskell deja ver al lector cómo en la inmovilidad de la condesa empiezan a vislumbrarse grietas. Porque Lady Ludlow no es un personaje desagradable pese a su estancamiento, quizá por caridad, quizá por cariño, como cuando no descuida a Margaret cuando cae enferma, aunque lo haga sin aspavientos, quizá por necesidad frente a la soledad.
Los tiempos comienzan a cambiar y también lo empieza a hacer la anciana Lady Ludlow, no sin reticencias, pero sí con otra predisposición, pero eso lo tendrá que descubrir el lector en esta novela a la que merece la pena dedicarle tiempo. Gaskell es siempre una buena opción para ser testigos de esa época que cambió el mundo de manera irremediable a través de una prosa cuidada e inteligente, que deja ver también detrás de lo que no se cuenta. Léanla y si quieren descubrir más obras de esta autora, búsquenlas en el catálogo de Alba, que acertadamente sigue apostando por traer al público español a una escritora que nos dejó un magnífico y atractivo legado literario.

Lady Ludlow
Elizabeth Gaskell
Traducción de Jesús Cuéllar
Alba
280 páginas
22,50 euros
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