REPORTAJE
La universidad, un filón para la ficción literaria
Más allá de un espacio de conocimiento o realización personal, el campus es un campo abonado para la vanidad humana y, por tanto, una mina para la literatura, como demuestran varias novelas que coinciden ahora en librerías con historias que relatan el funcionamiento, las ambiciones y las miserias de los ambientes universitarios

Aspirantes al MIR en la Universidad de La Laguna. / / Andrés Gutiérrez
Eduardo Bravo
Eduardo BravoPeriodista
En 2018, los medios revelaron que Pablo Casado, antiguo presidente del Partido Popular, había aprobado de golpe media carrera –nada menos que 12 de 25 asignaturas–, en el curso 2007, el mismo en que logró su escaño como diputado. También en 2018, se conoció que Cristina Cifuentes, por entonces presidenta de la Comunidad Autónoma de Madrid, había obtenido, de forma fraudulenta, un título de máster en Derecho Autonómico por la Universidad Rey Juan Carlos.
Poco tiempo después, en 2023, su sucesora en el cargo, Isabel Díaz Ayuso, fue nombrada, en contra de la opinión de buena parte de la comunidad educativa, Alumna Ilustre de la Universidad Complutense de Madrid, institución que, recientemente, se ha sumado a las protestas de otras universidades madrileñas porque dicha Comunidad no aporta los recursos que precisan. En resumen, tres polémicas que plantean la siguiente cuestión: ¿qué necesidad tienen los políticos de protagonizar escándalos relacionados con la universidad?
La respuesta podría ser que, si bien la educación pública ha logrado que los estudios superiores ya no sean un privilegio de clase, los títulos universitarios continúan aportando un innegable prestigio en la escala social. Si resulta prácticamente inconcebible un político conservador sin carrera, es fácil determinar la importancia que tiene dicho reconocimiento para el hijo de un obrero.
«Pensó en Gerard, un conocido suyo del Departamento de Literatura que tenía esposa y dos niños pequeños», escribe en Los últimos americanos (Chai Editora, 2025) Brandon Taylor, que continúa: «Gerard estudiaba algo inútil, algo como retórica y poesía medieval, y su mujer cuidaba a los niños […]. La academia era el cenit de la estupidez. La gente se iba hundiendo cada vez más, ahogada en deudas, desesperada, muerta de hambre, solo para poder sentirse un poquito especial, para descollar en algún rincón oscuro y minúsculo del universo, enterados de algo que nadie más sabía. El arte ameritaba enormes padecimientos, era cierto. ¿Pero valía la pena poner a tu propia familia al borde de la extinción?».
Más allá de un espacio de conocimiento o de realización personal, la universidad continúa siendo campo abonado para la vanidad humana y, en consecuencia, un filón para la ficción literaria. Prueba de ello son la ya mencionada Los últimos americanos y otras dos novelas que han coincidido con ella en las mesas de novedades: Queridos miembros de la Junta, de Julie Schumacher (Piel de Zapa, 2025), y Se acabó el recreo, de Dario Ferrari (Libros del Asteroide, 2025).
Novela académica
«Si bien es cierto que, como un goteo constante, van apareciendo novelas de campus, yo no diría que destacan en el panorama literario ni me parece una tendencia destacable entre los muchos subgéneros novelísticos», explica Javier García Rodríguez sobre esos libros que exploran lo que también se ha denominado novela académica o university fiction. Un género que, según este escritor y profesor titular de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada en la Universidad de Oviedo y articulista en El Periódico y en el suplemento ABRIL, incluye aquellas «narraciones que se centran primordialmente en la vida, la política y las relaciones de profesores y personal en un ambiente académico», las cuales «pueden tener muy distintas formulaciones subgenéricas, porque se mezclan con otras formas: sátira académica, farsa académica, novela policiaca, etcétera» y que, a diferencia de lo que parte de la crítica opina, «no es un género menor, un mero entretenimiento».
Son narraciones que se centran primordialmente en la vida, la política y las relaciones de profesores y personal en un ambiente académico
Surgida en Inglaterra y Estados Unidos, aunque la realidad universitaria española no es comparable a la de los países anglosajones, para García Rodríguez resultaría demasiado simplista afirmar que no hay novela académica española. Si bien aclara que «en Latinoamerica es más común, sobre todo, porque muchos autores hispanoamericanos conocen de primera mano el sistema académico yanqui», también reconoce que «las últimas décadas han ofrecido algunas muestras de novela de campus en sus distintas variantes temáticas y en proporciones también variadas».
Una afirmación que completa con la cita de algunos ejemplos, entre los que se encuentran Todas las almas de Javier Marías (1989), La muerte del decano de Gonzalo Torrente Ballester (1992), Soy un escritor frustrado de José Ángel Mañas (1996), Carlota Fainberg de Antonio Muñoz Molina (1999), El enigma de Josefina Aldecoa (2001) o Un momento de descanso de Antonio Orejudo (2011). Una lista que, en palabras de García Rodríguez, no parece muy nutrida pero permite «reconocer a autores que cubren prácticamente todas las promociones que tienen actividad literaria actualmente, así como una variadísima adscripción estilística».
Entre el realismo y la sátira
Se acabó el recreo, Queridos miembros de la Junta y Los últimos americanos son, cada una con sus particularidades, un buen ejemplo de esas novelas de campus que, lejos de exaltar la vida universitaria, ahondan en sus miserias, bien a través de la cercanía y crudeza que aporta el realismo de Taylor, bien desde el desapego que proporciona la sátira de Schumacher y Ferrari.
«Pier Paolo desgrana con admirable competencia tramas y subtramas del mundillo universitario italiano: quién estudió con quién, quién no soporta a quién, quién le robó la mujer a quién, quién copió a quién, quién no va a los congresos de quién, quién va a los congresos de quién pero luego habla mal de ellos en privado, quién ha colocado a quién, quién le debe un favor a quién, quién no puede ver a quién pero tiene que envainársela porque es mucho más poderoso que él, quién no tiene esperanzas de conseguir una plaza de quién a menos que quién se imponga, quién arruinó la carrera de a quién, quién tuvo que irse al extranjero para escapar de los vetos de quién, quién hace la guerra desde el extranjero a quién, quién ha traído su cerebro de vuelta a Italia para dejar que se lo machaque la lógica de palacio, quién escribe un artículo para la revista dirigida por quién con el fin de conseguir que quién pague su deuda y desbloquee una plaza para quién boicoteando a quién», enumera Ferrari en Se acabó el recreo, mientras que Schumacher lleva esa crítica al paroxismo en Queridos miembros de la Junta, divertida novela epistolar que cuestiona tanto esa tupida red de intereses como la burocracia universitaria.
«Le pido disculpas por la tardanza en enviar esta carta de recomendación. A lo largo de más de dos décadas he mantenido un sistema ordenado de registro para todos y cada uno de mis estudiantes», confiesa uno de los personajes de Schumacher, que añade: «según una estimación reciente, he escrito más de 1300 cartas de recomendación, muchas de ellas entusiastas, y algunas, gritos de desesperación». Un sistema de trabajo que, evidentemente, dificulta la labor pedagógica e investigadora de esos mismos profesores: «Bastará decir que las cartas de recomendación han usurpado el lugar que debería ocupar mi propio trabajo, que ahora está engalanando de polvo y telarañas en un rincón remoto de mi despacho».
«La novela de campus funciona muy bien como sátira de costumbres y como muestrario de los tipos extremos que pueden darse en ese microcosmos –comenta Javier García Rodríguez–. En muchas ocasiones, en estas narraciones los lectores disfrutan al descubrir cómo aquellas personas de las que se espera criterio, talante, educación, etcétera, se comportan sin ningún filtro».
A ese disfrute derivado de la desacralización de esas figuras supuestamente ejemplares se suma el generado por la representación que, de los alumnos, hacen los autores de la novela de campus. Personas que deberían haber superado ya la adolescencia, pero que tienen comportamientos infantiles que precisan de la aprobación del grupo o del escándalo por parte de la academia para validarse. «Ivan también podía percibir en los ojos de esos jóvenes lo desesperados que estaban por ser, y lo mucho que eso dependía de que los vieran. Sin alguien que diera testimonio de esa libertad, no eran libres», relata Taylor, al tiempo que Schumacher imagina una carta de recomendación para un joven y prometedor escritor que está inmerso en una relectura del Bartleby de Melville «en la que el personaje homónimo se encarga de llevar las cuentas en un burdel a las afueras de Las Vegas, hacia 1960». Una fantasía que genera tanta algarabía como bochorno porque, ¿quién no conoce a un alumno como ese? De hecho, podríamos haberlo sido cualquiera de nosotros.
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