PERIFÉRICOS Y CONSUMIBLES
Yo también he cantado el ‘Sarri Sarri’
Algunos medios quieren sacarle los colores a la actriz Itziar Ituño por haber entonado y bailado la canción de Kortatu con Fermín Muguruza en el escenario

La actriz Itziar Ituño. / EPE


Javier García Rodríguez
Javier García RodríguezEscritor y profesor de Literatura Comparada en la Universidad de Oviedo
Yo también he cantado el Sarri Sarri de Kortatu. Y lo he bailado –brevemente– como David Foster Wallace bailó la conga en su experiencia vacacional en un crucero. Canté el Sarri Sarri sin saber lo que estaba diciendo ni a quién estaba dedicada la canción. Pero no me importaba porque yo era muy joven, y eran las fiestas de una ciudad del norte, y todos gritábamos y danzábamos como si no hubiera un mañana y como si no tuviéramos familia. Quizás porque no teníamos nada de esto. Ni nos importaba. Solo queríamos que anocheciera pronto y poder decir en voz alta palabras que probablemente no comprendíamos.
Aquel estribillo machacón contaba –luego lo supe– la rocambolesca o estrambótica fuga de dos presos de ETA de la cárcel de Martutene escondidos en los bafles del equipo de sonido tras un concierto. En 1985. Ahora –2025– resulta que quieren sacarle los colores a la actriz Itziar Ituño por haber cantado y bailado el Sarri Sarri con Fermín Muguruza en el escenario del Movistar Arena de Madrid ("por algo te hizo Dios la cuna del requiebro y el chotis", como escribió Agustín Lara). "Un himno proetarra", dicen algunos medios.
Da que pensar todo esto. Pensar en lo que hemos dicho, leído, cantado y escrito. Recordar todos los estribillos que hemos entonado sin saber lo que querían decir. Los himnos personales y generacionales que hemos hecho nuestros más allá de las intenciones primigenias de quien los propuso. Los sermones que nos tatuamos en la niñez y en la adolescencia igual que nos probábamos prendas que nunca nos quedaban bien del todo. Los libros que devoramos a pesar de las reconvenciones y las burlas de aquellos que ya estaban de vuelta porque siempre estaban de vuelta. Las películas a las que hemos permitido que nos incendiaran lugares del cuerpo y de la memoria que conservan cicatrices como mapas. Todas las ficciones que somos. Sin arrepentimiento. Sin vergüenza. Porque todos ellos han configurado la mejor animadversión de nosotros mismos en esta euforia de las vanidades que es la vida.
Yo también he cantado y bailado el Sarri Sarri. Sin saber lo que decía. Pero lo que de verdad importaban eran las risas, los cuerpos, los sudores. El ritmo tozudo de la canción era la llave para escapar de todo. Entonces no sabíamos que la cárcel estaba ahí mismo, delante de nosotros. Que era la necesidad absurda de entenderlo todo, de encontrar las razones para el equilibrio. Quizás hemos fallado. Solo nos queda el danzar frenético. Sin sentido tal vez, pero con la sonrisa puesta.
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