DAME UNA NOCHE
Hechos reales
La no ficción y los textos autobiográficos se han impuesto a la vez que se ha consolidado el desprestigio de la ficción

La escritora Doris Lessing. / Martin Cleaver


Juan Tallón
Juan TallónEscritor.
"No creo mucho en lo de discernir, en una novela, entre la parte real y la inventada", le decía hace unos años Juan Marsé al periodista Xavi Ayén. "No entiendo por qué el lector quiere saberlo. Lo que vale es si tiene sentido, si se sostiene por sus propios valores literarios. Cuando voy al cine y veo que pone 'basado en hechos reales' me levanto y me largo. Ya veré si me gusta o no la peli, y no será porque esté basada en un hecho real". Esto pensaba Marsé, y estoy dispuesto a darle la razón, pero el mundo ha preferido ir en otra dirección.
Nunca los hechos reales han resultado un elemento tan atractivo para lectores y espectadores. Nadie se levantaría y se iría de una sala, o cerraría un libro, porque la obra tuviese detrás un certificado de realidad. El auge de los hechos reales, el boom de la no ficción y las escrituras autobiográficas, donde el yo de los autores ofrece testimonio de sus vidas porque si no revienta, se han impuesto a la vez que se ha ido consolidando el desprestigio de la ficción.
Nada demasiado nuevo. En Autobiografía. Un viaje por la sombra (1997), Doris Lessing ya destacaba que "nos enfrentamos a un rechazo de la imaginación. Hay un deseo general de conocer lo real, lo auténtico, lo que verdaderamente ha sucedido", mientras que "hubo un tiempo en que nuestras narraciones eran imaginación, mito y leyenda, parábola y fábula, así era como nos contábamos las historias, pero esa capacidad se ha atrofiado por la presión de la novela realista".
Muchas cosas han pasado desde que Doris Lessing diagnosticó así los últimos años del siglo XX. La fuerza de la imaginación en lugar de recuperar impulso ha seguido perdiéndolo. Estalló, además, la autoficción, reflejo de la deriva individualista e hipernarcisista de las sociedades contemporáneas. Es difícil encontrar un momento en el que lata tanta pasión por la personalidad como hoy. El yo impregna la literatura, y la escritura autobiográfica vive una inusitada exaltación.
Necesidad de contar
Existen muchas pequeñas razones para que sea así. Una es que todo individuo está siempre dominado por la necesidad de contar. Emergió una cultura en la que miles y miles de personas se consideran poseídas por el derecho a afirmar la importancia del testimonio de su vida. Quieren ser escuchadas. En todas las partes del mundo "hombres y mujeres alzan su voz para contar su historia, impulsados por la actual creencia común en que nuestra propia vida es significativa", sostiene Vivian Gornick. Aunque el individuo no solo necesita contar: necesita recordar, poner a salvo su memoria, lo que juzga que pasó en cada momento tal como fue.
El mercado –vamos a usar esta palabra un poco espantosa– reclama cada vez más historias verídicas, porque si los lectores o los espectadores sienten que pasaron, que no salen del oscuro pozo de la fantasía, la experiencia se volverá más intensa, de alguna forma más auténtica. Hemos llegado a un punto, no importa si engañoso, en el que los hechos reales, la literatura de la experiencia personal, lo que se mantiene al margen –supuestamente– de lo inventado, proporcionada un mayor rango o estatus a la escritura.
No es que los escritores hayan dejado de contar historias inventadas, ficciones desbordantes y radicales, pero hay ya muchos otros consagrados a escribir libros que aborden relatos indiscutibles, extraídos de la realidad, lo que al parecer los coloca un escalón por encima. Aquello que cae fuera de ese territorio deviene en sospechoso. Como si de las historias inventadas no pudiese extraerse nada verdaderamente digno de generar conocimientos o sensibilidades útiles para la vida. Porque esa, la de la utilidad, es otra desgraciada seña de identidad de la época que nos ha tocado vivir.
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