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ENTREVISTA

Esther L. Calderón, escritora: "Todos hemos sido muy machistas en las últimas décadas en España, incluidas las mujeres"

La también periodista publica su primera novela, 'Pipas', en la que narra, desde una perspectiva reflexiva, nada complaciente y carente de nostalgia, las vidas de quienes fueron adolescentes en nuestro país en la década de los 90

La periodista y escritora Esther L. Calderón, fotografiada en su casa de Madrid.

La periodista y escritora Esther L. Calderón, fotografiada en su casa de Madrid. / José Luis Roca

Inés Martín Rodrigo

Inés Martín Rodrigo

Madrid
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Una joven, familia de clase trabajadora, humilde, nacida a principios de la década de los 80 en una localidad de la periferia de Santander (Cantabria), que fue universitaria, obedeciendo al mandato generacional, en Madrid, amplió más horizontes en Europa gracias a un Erasmus y vio cumplidas, algunas frustradas, sus enormes expectativas, las que había proyectado, regresa al que fue su hogar, de donde salió, en mitad de una pandemia global que ha puesto el mundo, y a sus gentes, del revés, y empieza a recordar.

Es el argumento, resumido, pese a la extensión de la frase, de Pipas (Pepitas de calabaza), la primera novela de Esther L. Calderón (Santander, 1981), periodista de profesión, fotógrafa, también, que comparte con la protagonista procedencia, memorias, vivencias y rastros de una vida a merced de un país, España, que empezó a crecer, en todos los sentidos, al mismo tiempo que ella lo hacía.

Hay, en este libro que no parece un debut literario, y esa es una de sus muchas virtudes, ánimo de contar sin ataduras, ni formales ni biográficas, narrarse sólo para entenderse, y eso hace que el lector goce con la historia, y con su autora.

P. La protagonista confiesa que tardó años en oírse bien, «con tanto ruido». ¿Cree que a su generación no la enseñaron a escuchar?

R. Yo tenía mucho interés en que este no fuese un libro victimista y desde la queja, porque cada uno hace lo que puede con lo que tiene, y cada generación ha hecho lo que podía con lo que tenía para los suyos. Nos enseñaron mucho a crear imágenes. De hecho, las dos generaciones anteriores desbrozaron el camino para que nosotros sólo tuviésemos que sentarnos en un banco a crear imágenes, y de eso hicimos un método que se ha incorporado a nuestra identidad. Hemos hecho imágenes para la maternidad, para la amistad, para el amor...

P. Imágenes o cajas, como dice en el libro.

R. Sí, al final, una imagen no deja de ser una cosa que proyecta y a la vez una prisión, si lo conviertes en una expectativa. Sentimos así, esa es la cuestión. Yo quería tomar la temperatura emocional a esas tres generaciones, cómo una flecha las ha atravesado y las ha unido muchísimo.

P. ¿Y qué temperatura le salió?

R. La temperatura de una España que estaba muy ilusionada con el futuro, que es una cosa muy tramposa, porque la ideología del progreso es algo muy complicado que no siempre es real. Esa España proyectaba muchísimo y todas esas pipas comidas se le han quedado un poco en cáscaras vacías en las manos. En todo ese arco temporal pasan muchas cosas, y nuestra generación creo que necesita un relato.

P. Lo dice en el libro: "España necesita un relato de sus expobres, que somos casi todos, para poder saber quién ha sido, quién es y en quién querrá convertirse". Somos los primeros nietos nacidos en democracia, asegura, quienes podemos dárselo. ¿Esta novela es su relato?

R. Sí, es mi relato, es mi homenaje, pero no épico, no es un homenaje plano. Me parecía muy interesante que nos diésemos cuenta cómo hemos sentido las cosas, porque un sentimiento tiene una fuerza para una identidad gigante. Tal como tú sientes creas la realidad. Hubo una especie de imaginación colectiva, muy unida para tres generaciones, que no sé si se ha dado en otro momento de la Historia de España de este modo, con esa sensación de progreso, de unidad...

Un sentimiento tiene una fuerza para una identidad gigante. Tal como tú sientes creas la realidad

P. Con tantas expectativas, muchas de ellas frustradas.

R. Quedaron frustradas, y a la vez no. La frustración ha llegado en la siguiente generación, sobre todo. Nosotros hemos imaginado cómo éramos y nos hemos mirado al espejo y no se parecía, ahí había un abismo. Ese abismo entre las imágenes y la realidad es lo que crea la frustración. Yo parto, y lo creo de verdad, de que cada generación ha hecho lo mejor para los suyos. Hemos creado cómo eran las imágenes de las instituciones, en la transición, y luego hemos visto cómo son y hay un abismo. Hay un desencanto individual, pero sobre todo colectivo.

P. De país.

R. De país. Y a ver qué hacemos con eso, porque es complicado, crea mucha frustración, mucha rabia, y ahí puede entrar como un misil gente que se puede aprovechar de ese sentimiento para hacer un país mucho peor.

P. ¿Y está pasando eso?

R. Sí, y es bastante desolador cómo, también en Europa, se está escorando hacia la canalización de un sentimiento de rabia. Creo que si estamos hablando de la extrema derecha, que creo que sí, están sabiendo canalizar ese sentimiento. Yo no quiero hablar sólo del ascensor social, del precariado... La temperatura emocional de una época marca cómo uno cree en su mundo y en su época. Si no estamos atentos a cómo late eso, no estamos entendiendo nada, porque el resto son sólo reflejos.

Es bastante desolador que la extrema derecha, también en Europa, esté sabiendo canalizar ese sentimiento de frustración, de rabia

P. "Este libro también va sobre el aburrimiento y el deseo. Sobre cómo un tipo concreto de aburrimiento, carne de periferia, ha sido el motor de toda una generación". Hablemos de ese aburrimiento y del deseo, postergado, negado...

R. Fuimos una generación que deseó muchas cosas. No sé si conoces las ciudades de periferia, pero cuando eres adolescente es aburrido, pero es un aburrimiento muy concreto, porque tampoco tiene un objeto del que te aburras, es un aburrimiento existencial, casi. La combinación de aburrimiento, eros, imagen, periferia y ganas de vida es un poco lo que nos ha conformado.

P. Sostiene que recibimos, de nuestros abuelos y padres, el mandato de «la imaginación como un deber ser». ¿Qué hicimos nosotros con ella, con la imaginación?

R. Uf, crear un método infalible.

P. ¿Qué método?

R. Las imágenes no son inocentes, tú introduces en ti misma un método para generar imágenes de todo, y ahí volvemos a las expectativas y al abismo entre la realidad y las imágenes. Al filo de los 40, todos nos vemos con la necesidad de ir quitándonos este método de encima y matar las expectativas, en la medida de lo posible. Lo que pasa es que no sé cómo se hace eso, porque ese método está muy metido en la identidad.

Al filo de los 40, todos nos vemos con la necesidad de matar las expectativas, en la medida de lo posible. Lo que pasa es que no sé cómo se hace eso, porque está muy metido en la identidad

P. Ha mencionado antes la periferia. "No es un lugar, es un sentimiento", escribe. La periferia, desplazada de los focos por la sociedad, ocupa un sitio central en su novela. ¿Cómo construye identidades esa periferia, cómo de distintas son de las del centro?

R. Vamos a dar por hecho que estas periferias son de exagricultores que pasaron a la industria, es gente que ha ido progresando desde el campo a la ciudad. Hay un sentimiento de que todo es un casi. Si eres periferia es que hay un centro en torno al que estar. La imagen de ese centro es donde se hacen las leyes, las mejores fiestas, donde se decide todo. Vives en esas periferias porque es donde puedes. El trabajo es una ideología en sí misma para todas estas clases obreras, si tienes trabajo todo va a ir bien, es un dios al que orar. La relación con lo útil, con los deseos, con el goce, todo eso está marcado por una manera de relacionarte con lo que hay y con lo que puede faltar. Hay una especie de eros de la abundancia y eros de la carencia. Las clases populares en España viven con un eros de la carencia, están siempre organizándose teniendo en cuenta que mañana puede faltar. En realidad, para muchas cosas, el eros de la abundancia es mejor, porque está más entregado al goce y al placer, que es una asignatura pendiente para las clases obreras, permitirse que no pase todo por el sacrificio, por primero hacer lo difícil y luego darse un premio, no pensar que uno no tiene derecho al placer, sino que tiene que trabajar siempre, siempre algo cuesta. Hay que darse cuenta de ese tipo de relaciones con las cosas.

P. Ahora que habla del placer, en el libro dice: "Habíamos borrado de la ecuación el placer". Y yo añado: especialmente, las mujeres. Con el paso de los años, la madurez, ¿hemos recuperado ese factor, hemos sido capaces de experimentar placer, de buscarlo, sin culpa?

R. La generación de nuestros abuelos y de nuestros padres hizo un curioso pause con respecto a las mujeres. El mandato para ellas también era vete fuera, a la universidad, y por favor no seas tan tonta de echarte un novio antes, embarazarte antes... con lo que reconocían, implícitamente, que ellos se habían aprovechado de una situación con respecto a sus mujeres. Implícitamente, teníamos el mandato por primera vez de ir a estudiar y buscar el placer como si fuésemos hombres. Luego eso cambió, cuando conseguíamos tener algún tipo de éxito social, entonces ya veamos a ver qué pasa con el placer, el matrimonio, los hijos... Que es donde estamos ahora, ¿qué pasa ahora?, porque tú ya no eres la misma, no puedes ser la misma.

Las clases populares en España viven con un eros de la carencia

P. Lo explica en el libro, ellos "necesitaban que les diésemos sentido, no una revolución feminista".

R. Eso es, y todo esto muy implícito, todos estamos aprendiendo. Todos hemos sido, creo, muy machistas en las últimas décadas en España, incluidas las mujeres. Seguramente en mi adolescencia tenía unos ramalazos machistas que ahora me veo y que entonces no me veía en absoluto porque la relación con el machismo comunitaria ha cambiado mucho. En toda esa evolución, me preguntabas por el placer... Mírate tus imágenes y lánzate a cuanto más placer puedas, pero es una responsabilidad propia. ¿Qué vas a hacer tú con tu placer? Hay que ser valiente para explorarlo.

P. También hace, el libro, una desmitificación de lo rural, del campo, reconvertido en falso paraíso durante la pandemia. ¿Qué sucedió?

R. La imagen que tenemos de algún tipo de edén muy romantizado fuera de los muros de la ciudad se está convirtiendo en la nueva imagen de una generación desencantada, tenemos algún tipo de malestar que se está canalizando por ahí. Parece que en el pueblo los cuidados van a ser mejores, la relación con el otro va a ser mejor, va a haber una comunidad preciosa, sin atascos vas a tener tiempo para dedicarlo al placer... Estamos romantizando lo rural, sobre todo en una fisonomía como la nuestra, en la que lleva el Estado mucho tiempo sin dar el dinero a la España vaciada que necesita.

P. "Esa es para mí la ciudad: la posibilidad de viajar por universos grandes, medianos y pequeños en un mismo día, arriba y abajo, chutada de eros y con los otros", escribe. Y yo pensé, al leerla: eso es, para mí, la literatura.

R. Es que, seguramente, la ciudad también es literatura. Las ciudades son relatos que se interconexionan. Pero hasta podría describirse así el amor, o la amistad o, la relación con los tuyos. Todo lo que identitariamente es esencial para alguien quizás podría describirse así.

P. Y la literatura, después de esta primera novela, ¿qué es para usted?

R. Es difícil esta pregunta [largo silencio]. La literatura es un modo de estar en la vida, para mí, un modo de sentir la realidad, esencial.

'Pipas'

Esther L. Calderón

Pepitas de Calabaza

208 páginas

21,50 euros