Por Ramón Vendrell

Seguramente solo sea una muestra más del abandono del local del paseo de Sant Joan con Diputació, pero funciona como el guiño irónico del veterano. El Bar Cafè Cosmopolita (donde antaño hubo una oficina de la empresa de autobuses interurbanos Sagalés; ¿de ahí el nombre?) tiene apagado uno de sus dos rótulos de neón y así proclama que por a o por be le importa un pepino el renacimiento a su alrededor de estos letreros luminosos.

En restaurantes de ‘street food’ del Raval; en estudios de tatuaje de Gràcia; en coctelerías del Born; en establecimientos de ‘brunch’ de la Dreta de l’Eixample; en tiendas de lujo del paseo de Gràcia; en bares y restaurantes modernos y de toda la vida de la Gran Via…

En todo el centro de Barcelona en su sentido más amplio resplandecen la tira de nuevos neones, sea como anuncio exterior del negocio, sea como decoración interior. Están reforzados por pocos supervivientes de eras pretéritas, sobre todo de los 80, la última edad de oro del neón antes del ‘boom’ actual.

A Pati Núñez, Premio Nacional de Diseño en 2007, no le extraña “nada” el resurgimiento de los neones, ya al margen de la disipación nocturna con la que tiempo ha estuvieron asociados. “Son un clásico, un paradigma de lo ‘vintage’ -dice-. En este sentido, transmiten el cariño de la historia y son un valor seguro en un momento de incertidumbre como el actual”.

Núñez participó en la transformación del logo de Vinçon en el enorme neón que el comercio de paseo de Gràcia instaló en el exterior de su piso principal para “unificarlo” con la planta baja. Uno de los neones que había en las marquesinas de entrada a la tienda luce en la exposición estable del Museu d’Història de Barcelona (Muhba) ‘Barcelona flashback’, que sintetiza la trayectoria bimilenaria de la ciudad a través de documentos, objetos, arquitecturas y paisajes. Si el rótulo de marras habla de la fuerza de los neones, el cartel de la propia muestra habla de su auge presente: está hecho con letras de neón.

A Pati Núñez, Premio Nacional de Diseño en 2007, no le extraña “nada” el resurgimiento de los neones, ya al margen de la disipación nocturna con la que tiempo ha estuvieron asociados. “Son un clásico, un paradigma de lo ‘vintage’ -dice-. En este sentido, transmiten el cariño de la historia y son un valor seguro en un momento de incertidumbre como el actual”.

Núñez participó en la transformación del logo de Vinçon en el enorme neón que el comercio de paseo de Gràcia instaló en el exterior de su piso principal para “unificarlo” con la planta baja. Uno de los neones que había en las marquesinas de entrada a la tienda luce en la exposición estable del Museu d’Història de Barcelona (Muhba) ‘Barcelona flashback’, que sintetiza la trayectoria bimilenaria de la ciudad a través de documentos, objetos, arquitecturas y paisajes. Si el rótulo de marras habla de la fuerza de los neones, el cartel de la propia muestra habla de su auge presente: está hecho con letras de neón.

El tubo de neón tal y como lo conocemos fue presentado en sociedad por Georges Claude en el Salon de l’Automobile et du Cycle de París de 1910. La electrificación de un tubo de cristal lleno de neón, y convenientemente sellado, daba como resultado una luz rojiza. La incorporación de otros gases (argón, kryptón, xenón, helio) y sustancias utilizadas como pigmentos fue ampliando la paleta lumínica. Claude fue encarcelado tras la Segunda Guerra Mundial por su colaboracionismo con los nazis. Para entonces brillaban en medio mundo infinidad de anuncios de neón y Times Square, en Nueva York, era su meca. Las Vegas tomaría el relevo en los 50.

Símbolo de modernidad desde hace más de un siglo, la fabricación de luces de neón sigue no obstante códigos casi medievales. No es solo que sea un oficio totalmente artesanal, es que o te lo enseña un maestro o no tienes manera de aprenderlo, al menos en España. “A veces me han dicho que los ‘neoneros’ somos como una secta, y algo de eso hay”, admite Leo Villoro, que se inició en el oficio de la mano de su padre, Leoncio, y en la actualidad está al frente de Luminosos Villoro. Es una de las contadas empresas que hacen neones en Barcelona y no da abasto con tantos encargos de coctelerías, bares, restaurantes, mercadillos, festivales, películas, artistas y particulares que quieren un neón en el salón, por ejemplo.

El Grupo Confitería es uno de los clientes de Luminosos Villoro, que ha hecho los trabajos de neón de las coctelerías Paradiso y Monk. Enric Rebordosa, socio de Confitería, tiene claro por qué regresan los neones, dentro del marco ‘vintage’ servido por Núñez. En primer lugar: “Son a la luz lo que Wagner a la música: intensidad máxima”. Y en segundo lugar: “El cliente percibe que su vibración analógica es fruto de una artesanía”.

El crítico de restaurantes y bares Óscar Broc afina el tiro ‘vintage’ y lo relaciona con “el eterno ‘revival’ de los años 80”, al fin y al cabo el origen de todos los ‘revivals’ o casi. No le sorprendería a Broc que los neones estén alcanzando el punto de saturación después del que las corrientes estéticas pasan de moda.

La proliferación de los llamados neón-leds, que no son sino leds que simulan ser neones, apunta en esa dirección. Una vez detectada la diferencia, se parecen como un huevo a una castaña.

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El Bar Cañete fue pionero hace más de una década en el rescate de los rótulos de neón en clave ‘cool’. También marcaron la resurrección el bar Libertine, en el Hotel Casa Bonay, la citada coctelería Paradiso o la pizzería Frankie Gallo Cha Cha Cha. A partir de ahí, la invasión.

No todos los negocios con neones clásicos pasan tanto de ellos como el Bar Cafè Cosmopolita. En perfecto estado de revista están los del restaurante Il Giardinetto (Premio FAD de Interiorismo en 1974 y 2013), la sala de espectáculos pornográficos Bagdad, el club de rock and roll Magic, el bar Mónaco (cápsula del tiempo en el Poblenou), la farmacia Nadal de la Rambla o el mesón para todo Galicia de la Gran Via.

El Bar Cañete fue pionero hace más de una década en el rescate de los rótulos de neón en clave ‘cool’. También marcaron la resurrección el bar Libertine, en el Hotel Casa Bonay, la citada coctelería Paradiso o la pizzería Frankie Gallo Cha Cha Cha. A partir de ahí, la invasion.

No todos los negocios con neones clásicos pasan tanto de ellos como el Bar Cafè Cosmopolita. En perfecto estado de revista están los del restaurante Il Giardinetto (Premio FAD de Interiorismo en 1974 y 2013), la sala de espectáculos pornográficos Bagdad, el club de rock and roll Magic, el bar Mónaco (cápsula del tiempo en el Poblenou), la farmacia Nadal de la Rambla o el mesón para todo Galicia de la Gran Via.

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Dos rótulos madrileños figuran entre los monumentos de neón del planeta. Uno es el de Tío Pepe, “sol embotellado de Andalucía”, de la Puerta del Sol, cuyos orígenes se remontan a 1935.

Años más tarde fue rediseñado en su forma actual y en 2014 salvó el pellejo con su traslado de la azotea del número 1 del kilómetro 0 de España al número 11, donde sigue como icono en toda regla.

El otro es el anuncio de Schweppes del Edificio Carrión, en el número 41 de la Gran Vía. Fue inaugurado en 1972 y en el conjunto hay 104 tubos de neón. Tanto el primero como el segundo son excepciones de la normativa contra la contaminación lumínica.

Un reportaje de El Periódico

Textos: Ramón Vendrell
Fotos: Manu Mitru, José Luis Roca
Vídeo: Manu Mitru
Diseño: David Jiménez
Infografías: Ricard Gràcia
Coordinación: Ricard Gràcia, David Jiménez