CRÍTICA

'Una postal color sepia', de Cristóbal Domínguez Durán: una mirada reflexiva

Este poemario es un obsequio cargado de nostalgia

El poeta Cristóbal Domínguez Durán.

El poeta Cristóbal Domínguez Durán. / EPE

Juan Carlos Abril

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Cristóbal Domínguez Durán (Vejer de la Frontera, Cádiz, 1993) nos ha regalado su tercer poemario, Una postal color sepia, tras haber publicado Secuelas (2018) y Nadie nos cuida en el sueño (2022). Ciertamente, se ha erigido en una de las voces más prometedoras de las últimas generaciones de poetas, conjugando en sus versos tradición y vanguardia con sabiduría y tino estético. Una postal color sepia se presenta como un obsequio muy atractivo para los lectores.

Dividido en tres partes, más un poema introductorio, desde el inicio se nos remite al vocabulario de la mirada y los ojos, ya que nos encontramos, junto al poeta, observando una postal color sepia, es decir, una postal antigua por la que ha pasado mucho tiempo. De este modo el léxico se carga de nostalgia: «La nostalgia siempre viene / de un lugar imaginario / pero este dolor oblicuo / tiene otro sentido» (30). El sepia u ocre es un color marrón oscuro y de saturación débil, un matiz muy melancólico, podríamos decir, en cualquier gama de Pantone.

Y en este caso se corresponde con la conciencia del paso del tiempo, que hace estragos, asumiendo lo que sucede y a la vez lamentándolo: «La alegría podría ser, / según muchos, / algo parecido a flotar, / sin derramarse, / sobre el idioma. / Sería entonces, letra a letra, / una tachadura sobre el sentido. // Tampoco, porque / es imposible tratar / de tacharlo» (33-34).

Poéticas de la ruralidad

En la línea de las poéticas de la ruralidad, ahora revalorizadas, y coqueteando con el realismo mágico e incluso la superstición, asistimos a una infancia marcada por la carencia y que denominaríamos en blanco y negro, como de una posguerra demasiado larga. Este poemario nos ofrece una mirada poco complaciente y sutilmente ideologizada, con conciencia de clase, sin renunciar a la estética, al contrapunto lírico y a la intimidad: «Nadie puede volver con ojos / de donde se va con monedas. / Cómo vamos los pobres, / qué nos colocamos en las cuencas» (36).

«Nadie» es autor, sujeto que escribe y personaje principal, identificándose en el viaje homérico y remitiéndonos constantemente a esa postal: «Hacia dónde voy / cuando miro la postal» (46), preguntándose por el sentido del paso del tiempo y de la historia. Esa imagen de la postal se repite, motivando las reflexiones, espoleando la meditación. De hecho, las tres secciones del libro se titulan Imagen, Violencia e Historia, conectando doblemente la historia personal y la Historia con mayúsculas. Imagen es la sección más extensa y, además, poliniza el resto de secciones, ya que la visión -y en general el repertorio semántico y terminológico en torno a la mirada- fecunda todo el volumen.

Carlos Pardo asegura en la contracubierta del volumen que esta «poesía une la reflexión ética a la nitidez de las imágenes», entrelazando los recuerdos encubridores con las escenas mágicas de la infancia, revividas en la memoria, pasando de la imagen al lenguaje y transitando por la lengua, con sus peculiaridades ortográficas, sintácticas, el orden y el sentido. «El recuerdo es pasado y no lo es / porque huele a sueño. La memoria / más nuestra busca despegarse / del lenguaje» (15).

Una fotografía motiva un remolino de sentimientos encontrados, ideas que se entrecruzan con otras ideas, relatos olvidados que emergen, claroscuros del pasado, con la violencia de fondo: «La memoria de la luz es un recurso / de la violencia, golpes / que tampoco te dejan dormir» (57). O en este otro fragmento: «Sin embargo, la paliza de tu padre / porque se escapó aquel mulo» (29). O la violencia metafórica, «la mayor violencia / sobre la imagen: / la voluntad de desaparecer» (21). Pinceladas impresionistas, recortes narrativos y ráfagas evocativas se ponen al servicio del lenguaje para atrapar los momentos inconexos, unidos a través de la magia de las palabras, porque «La historia es magia» (23).

Seguiríamos enumerando detalles expresivos y aspectos estilísticos interesantes de este poemario, pues para los que no lo hayan leído se tratará de un descubrimiento. Sin lugar a dudas, la voz de Cristóbal Domínguez Durán ha alcanzado la madurez y hay que tenerlo en cuenta.

Una postal color sepia

Cristóbal Domínguez Durán

RIL Editores

66 páginas

14 euros