REPORTAJE

Iris Murdoch, la autora que trasladó el bien y el mal a la novela

El rescate de la ‘memoir’ ‘Elegía a Iris’, libro conmovedor y no exento de polémica sobre los últimos años de la escritora británica, obra del marido de esta, John Bayley, es un buen acicate para adentrarse en las adictivas y misteriosas novelas que el sello Impedimenta lleva años editando

La escritora Iris Murdoch.

La escritora Iris Murdoch. / EPE

Elena Hevia

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Barcelona
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Fue y así la llamaron sus congéneres, «la mujer más brillante de Inglaterra». Iris Murdoch (Dublín, 1919-Oxford, 1999). Una escritora que le dio un buen meneo a la literatura británica de posguerra bajo la falsa apariencia de unas novelas burguesas y convencionales en las que se entrelazan matrimonios fallidos, relaciones adúlteras, muertes y traiciones (muchas traiciones), con las que expuso las contradicciones de la condición humana. Porque, como la certera filósofa que también era, no hubo nada que le interesara más que la condición humana y los conceptos morales del bien y el mal reducidos a escombros por la Segunda Guerra Mundial.

Después de mucho tiempo ausente en las librerías, se ha reeditado Elegía a Iris (Elba), la memoir de John Bayley, prestigioso crítico literario, que fue su solícito marido durante más de cuatro décadas, sobre los últimos años de la escritora, en los que aquella mente que había sido tan extraordinaria acabó convertida en la de una niña balbuceante, perdida en las brumas del Alzheimer.

El libro, un retrato de Murdoch y de la singular pareja que formaron, no está exento de humor y distanciamiento, porque para Bayley ella tuvo siempre sus zonas de misterio. Duele leer el relato del gozo que le producía ver los Teletubbies en la televisión, que solo entró en el domicilio conyugal un año antes de su muerte. Una exhibición de patéticas miserias que algunos interpretaron como una traición a la proverbial discreción con la que Murdoch siempre había llevado su intimidad.

Entre otras revelaciones, el marido daba cuenta de la variada vida sentimental y sexual –con hombres y mujeres– que su esposa mantuvo antes de su matrimonio y la que seguiría manteniendo después, con plena aceptación por parte de él, siempre debidamente informado, a fin de que aquellos lances no mermaran la complicidad y el cariño que mantuvieron durante toda su vida.

Y es que la revolución sexual de los 60, esa explosión que según el poeta Philip Larkin se produjo entre la publicación en Gran Bretaña de El amante de Lady Chaterley y la aparición de Please, please me, el primer álbum de los Beatles, había transformado el sexo «en un deporte, siempre en busca de nuevas marcas», como escribe con gélido desprecio Bayley. El libro, al que seguirían dos más dedicados a Murdoch, sirvió de base a Iris, la película fallida de Richard Eyre que para muchos lectores supuso encerrar a la autora en el drama de su enfermedad y en el sensacionalismo de su vida amorosa, esquivando su labor literaria.

Novelas milhojas

El suyo es un extraño caso. Por un lado, fue una de las novelistas británicas más leídas y populares, con una fama similar en su momento a la de Graham Greene, ya que aparecía habitualmente en las páginas de los diarios y revistas de la época, así como en los programas culturales de la BBC. Además, en un periodo de unos 10 años, se dedicó a desgranar una serie de obras maestras que se iniciaron con El sueño de Bruno (1969), El príncipe negro (1973), La máquina del amor sagrado y profano (1974), Henry y Cato (1976) y El mar el mar (1978), culminación de su carrera con la obtención del Booker.

Por otro lado, quizá sea una de las más incomprendidas, porque tras las tramas argumentales de amores y desamores late siempre la otra gran vocación de Murdoch, la filosofía, de la que fue una destacada exponente en lo tocante a la ética, llevando a nuestro tiempo las tesis platónicas sobre el bien y el mal que el pensamiento imperante, el existencialismo de Sartre, había dejado un tanto atrás. Y, sin embargo, sus novelas son como milhojas, no hay que reconocer todas y cada una de sus capas para disfrutar de su sabor.

Tras las tramas argumentales de amores y desamores late siempre la otra gran vocación de Murdoch, la filosofía, de la que fue una destacada exponente

Hija de irlandeses protestantes trasterrados a Londres –ella apenas vivió los primeros meses de su vida en Dublín–, aprovechó bien la brecha abierta por la Segunda Guerra Mundial, que vació los despachos de Oxford de profesores masculinos. Tan buena resultó que al regreso de estos nadie discutió su valía. Sin embargo, cumplidos los 35 años y con una importante carrera como pensadora, creyó que la filosofía la constreñía a la hora de reflejar la complejidad de la vida y, aunque nunca abandonó los libros de pensamiento, sí fue dejándolos en un segundo plano en favor de las 26 novelas que llegó a escribir, que siempre arrastraron el sambenito de filosóficas.

María Gila, autora de La hija de las palabras (Almuzara Libros), uno de los escasos estudios sobre Murdoch en castellano, tiene muy claro que el concepto de novela filosófica, entendida como novela de tesis, no le interesaba a la autora. «Si se califica así a sus novelas es porque a menudo sus personajes reflexionan sobre temas filosóficos y obviamente tratan los temas que a Murdoch le interesaban; pero difícilmente pueden entenderse como portavoces de su autora. Los personajes que más se las dan de filósofos suelen ser algo ridículos, incoherentes, vanidosos… con un discurso que choca con las limitaciones que tienen para enfrentarse a determinadas situaciones prácticas».

Pura razón y espíritu

Las novelas de Murdoch son decididamente extrañas. Todos ellas, siendo realistas, parecen encerrar un misterio, un algo mágico que se nos escapa. Esa es una de las cualidades que más aprecia una de sus grandes lectoras, la novelista Pilar Adón, que cuando empezó a leerla en su adolescencia no podía imaginar que acabaría siendo su editora. Y aquí hay que agradecerle a Impedimenta la labor de publicar buena parte de su obra, recogiendo el testigo de Alianza o Lumen, que se quedaron a medio camino.

«La suya es una mezcla magistral e inteligentísima de pura razón –dice Adón–, con esos personajes intelectuales y cuadriculados que, sin embargo, tienen un elemento espiritual que te lleva a una trascendencia literaria emocional excepcional». Considera Adón, traductora y prologuista del relato Algo del otro mundo, que cuando el lector se pone en manos de Murdoch se ve arrastrado por la narración desde las primeras páginas sin importar que por el camino se tense hasta el límite su credulidad, por lo inverosímil de las circunstancias. Si lo logra es por su estilo «exuberante y el pulso narrativo», ese que destacó Harold Bloom, que la incluyó en su libro Genios.

La suya es una mezcla magistral e inteligentísima de pura razón, con esos personajes intelectuales y cuadriculados que tienen un elemento espiritual que te lleva a una trascendencia literaria emocional

Pilar Adón

— Escritora y editora de Iris Murdoch en Impedimenta

Los personajes de la escritora transitan con diferentes nombres y similares cualidades de una obra a otra. Ahí podemos encontrar mujeres sacrificadas y/o desesperadas, santos laicos, homosexuales ocultos, esposos con doble vida y esos seres especialmente luciferinos que, como magos manipuladores, dirigen la vida de los demás. Esta figura tiene un desarrollo mayor en la excepcional El mar, el mar, con su egocéntrico protagonista, Charles Arrowby, un dramaturgo retirado a vivir en una casa junto a un acantilado, de quien se ha querido ver un trasunto del escritor búlgaro de expresión alemana Elias Canetti.

Murdoch le conoció cuando aquel se exilió en Londres. Con él mantuvo una tóxica relación de sometimiento antes y después de su matrimonio con Bayley, según se desprende de la canónica biografía de Peter Conradi, no traducida en España. Allí se explica que Canetti y ella mantenían relaciones sexuales mientras Veza, la esposa de éste, les preparaba la comida que luego compartirían los tres.

La guinda de aquella relación malsana fue el descubrimiento de las notas que Canetti, bajito, feo y rencoroso, dejó escritas sobre la autora: «Podría definirse a Iris Murdoch como el ragú de Oxford. Cuánto desprecio de la vida inglesa está representado por ella». El comentario apareció póstumamente en el volumen Fiesta bajo las bombas (Galaxia Gutenberg), cuando la hija del autor de Masa y poder decidió contravenir el deseo de su padre publicando estas y otras opiniones venenosas en 2003.

Masculino / Femenino

Veinticinco años después de su muerte, la tentación es valorar a la escritora a la luz de la perspectiva de género, pero tampoco en esto Murdoch lo pone fácil. Fue de las primeras en tratar temas como la homosexualidad, el aborto o la libertad sexual, pero se declaró no feminista. Opina María Gila: «Hizo afirmaciones que hoy serían bastante polémicas. Identificaba los problemas de los hombres con lo propiamente humano, mientras que los de las mujeres los asimilaba a los de las minorías y consideraba que atenerse a ellos condicionaría la visión que ofrecería su novela. Como si identificar lo masculino con lo universal no fuera ya una visión condicionada…» .

Fue de las primeras en tratar temas como la homosexualidad, el aborto o la libertad sexual, pero se declaró no feminista

Otra cosa, añade, es que hoy una mujer con sus logros pueda tratarse como un referente para el feminismo. «Sobre todo teniendo en cuenta el papel tan pequeño que las mujeres ocupan en la historia de la filosofía. En este punto sí creo que es importante reivindicarla».

En la literatura española, la huella dejada por la autora no es profunda, pero sí muy significativa. En esa liga están Pilar Adón; Gonzalo Torné, cuyas novelas se espejean en las de Murdoch; Álvaro Pombo, que la leyó muy detenidamente en sus solitarios años londinenses, o en alguna obra de Rafael Chirbes. «Los viejos amigos me hizo pensar en El libro y la hermandad –sostiene María Gila–, en la que se habla de hasta qué punto el pasado nos une a ciertas personas, de los ideales compartidos y luego frustrados y abandonados».

En 1990, cuando ya había dejado atrás sus mejores trabajos, Murdoch recibió la visita de The Paris Review y contestó así cuando le preguntaron qué efecto le gustaría que tuvieran sus libros: «Me gustaría que los lectores disfrutaran leyéndolos. Una novela legible es un regalo para la humanidad». Murdoch es eso. Un regalo.