FE DE ERRORES

Día del Libro y 'bibliocastia woke’

¿Es necesario contextualizar el ‘Quijote’ para que los lectores del siglo XXI "no padezcan"?

Don Quijote y Sancho Panza, en un grabado de Gustavo Doré coloreado.

Don Quijote y Sancho Panza, en un grabado de Gustavo Doré coloreado. / EPE

Darío Villanueva

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Por bibliocastia entendemos la destrucción de libros o escritos con propósito censorial. No es, aún, un término recogido en el Diccionario académico, como tampoco un neologismo que se me acaba de ocurrir para referirme a la modalidad bibliocástica más efectiva: la bibliopiromanía. Su manifestación estelar fue la quema de libros de autores judíos o considerados «no alemanes» que la Unión Estudiantil Nacionalsocialista inauguró el 10 de mayo de 1931 en la Opernplatz berlinesa delante de la Universidad Humboldt.

Aquí puede estar la inspiración de lo que en Farenheit 451, distopía publicada en 1953 por Ray Bradbury, el jefe de los bomberos pirómanos le explica a su subalterno Guy Montag: los libros no dicen nada. Nada que pueda enseñarse o creerse. Bizarra afirmación que podrían suscribir sin empacho Jacques Derrida y sus conmilitones deconstructivistas. El título de Bradbury remite a la temperatura a la que el papel de los libros se inflama y arde. Y la función de la cuadrilla no era apagar incendios sino quemar libros

A este respecto, Juan Carlos Ortega dedicó su programa semanal del 18 de abril en la Ser a nuestra conmemoración del Día del Libro. El programa se presentaba como la lectura pública del Quijote a cargo de locutores de la cadena, correspondiéndole el comienzo de tan empeñosa travesía a Marco Antonio Aguirre. Pero he aquí que a cada línea el presentador planteaba una interrupción, con el fin de contextualizar las palabras del narrador cervantino para evitar el sufrimiento que podrían producir en el auditorio. Y para ello fueron entrando en escena portavoces de distintas plataformas de la corrección política.

La primera es la Asociación Mancha Inclusiva, que critica el comienzo del Quijote por ignorar la especificidad cultural de la comunidad histórica manchega, amén de herir a quienes luchan contra una enfermedad neurodegenerativa. Reanudada la lectura, el portavoz del Observatorio para la Equidad Histórica de las Clases objeta la presencia del hidalgo como índice de los privilegios debidos al linaje.

Cuando se llega a la «lanza en astillero, adarga antigua», un vocero de la Coordinadora para la Desmilitarización de la Imaginería Literaria muestra su indignación porque Cervantes contribuya a la «domesticación de la guerra», a la interiorización de la cultura bélica. Mayor enjundia tiene enseguida la reacción ante el «rocín flaco y galgo corredor». La Alianza Interterritorial para la Defensa Ética de la Fauna en la Literatura rechaza esta visión cosificadora de los animales, que ignora que son seres sintientes, con emociones y derecho al descanso.

Y al mencionarse la dieta del hidalgo, toma la palabra la Asociación para la Gastronomía Inclusiva y Vegana. La enumeración que va de «una olla de algo más vaca que carnero» hasta los «duelos y quebrantos» y «algún palomino de añadidura los domingos» representa la descarada «romantización del consumo cárnico», pero ignora a la vez la imprescindible diversidad digestiva, la atención inclusiva, por ejemplo, a los celíacos.

La referencia al ama y la sobrina encocora a Ignacio Alarcón, que denuncia el edadismo y su aplicación discriminatoria hacia las mujeres. Judith Bernal, por el Foro de Dignidad Laboral, nos advierte de que el «mozo de campo y plaza, que así ensillaba el rocín como tomaba la podadera», vendría a ser un falso autónomo de hoy, sin un contrato explícito en cuanto a sus funciones y sus descansos. La Mesa Estatal para una Narrativa Inclusiva del Envejecimiento y la Masculinidad Descentrada hace ver a propósito de la edad del hidalgo un sesgo de género inaceptable, pues el hombre maduro se embarca en una quijotada mientras sus coetáneas quedan ya totalmente fuera de juego, pero a la vez se ofende a las personas mayores porque envejecer implica perder el juicio.

En fin, un monje budista, miembro del Consejo para la Desvinculación Temporal en las Narrativas del Ego, añade que esta insistencia occidental en el tiempo del calendario es tanto como «señalar la hoja que cae sin mirar al árbol».

Llegados a este punto el presentador, agallado también porque el protagonista sea «amigo de la caza», reclama el ejemplar en proceso incoactivo de lectura y lo sitúa en el centro del escenario para quemarlo, pues un libro que tiene que ser contextualizado a cada momento no puede ser un buen libro. «¡Que arda el libro!» es la invocación reiterada con la que, sarcásticamente, Ortega transforma el acto en una auténtica performance bibliopiromaniaca, porque es imprescindible «destruir aquello que estaba dinamitando nuestra sociedad poco a poco, imperceptiblemente, con esa dictadura de lo que antes se hizo».

Las repetidas referencias a que la censura del Quijote era necesaria para que sus lectores «no padeciesen» me hizo recordar la distopía de Bradbury. Allí, el protagonista les lee a dos mujeres La playa de Dover, un poema de Matthew Arnold, y ellas se echan a llorar: «Estúpidas palabras, estúpidas y horribles palabras que acaban por herir –dijo la señora Bowles–. ¿Por qué querrá la gente herir al prójimo?».

Y en cuanto a las intervenciones de portavoces, representantes y voceros de asociaciones, plataformas y foros políticamente correctores, hay en Farenheit 451 igualmente una cumplida premonición del woke. El capitán bibliopirómano sentencia: «Cuanto mayor es la población, más minorías hay. No debemos meternos con los aficionados a los perros, a los gatos, con los médicos, abogados, comerciantes, directivos, mormones, baptistas, unitarios, chinos de segunda generación, chinos de primera generación, suecos, italianos, alemanes, texanos, habitantes de Brooklyn, irlandeses, nativos de Oregón o de México. Todas las minorías, por muy pequeñas que sean, con sus ombligos siempre limpios. Los autores están llenos de pensamientos malignos; hay que bloquear las máquinas de escribir».