CRÍTICA

‘Fiskadoro’, de Denis Johnson: habla, memoria

Esta novela es una fábula distópica publicada en 1985 que bien podría haberse escrito hoy

El escritor Denis Jonson, autor de 'Fiskadoro'.

El escritor Denis Jonson, autor de 'Fiskadoro'. / EPE

Sergi Sánchez

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Fiskadoro delata los parecidos razonables entre la América de Ronald Reagan y la de Donald Trump. Denis Johnson (Múnich, Alemania, 1949-Sea Ranch, EEUU, 2017) publicó esta fábula distópica en 1985, cuando uno de los peores actores de Hollywood proclamaba, desde la Casa Blanca, la destrucción del Estado del bienestar en nombre del neocapitalismo liberal.

El sabio péndulo de la historia nos devuelve oportunamente esta América que está a punto de perder la poca memoria que le queda, inmersa en una nueva civilización donde el regreso a lo atávico, la violencia, la decodificación aberrante de la cultura pop (cámbiese el YMCA de los Village People por los restos de la música de Bob Marley y Jimi Hendrix), un idioma híbrido (una mezcla bastarda entre inglés y español que puede resultar desconcertante) y una enorme sensación de orfandad, que aísla y provoca resentimientos y traiciones, se convierten en la norma.

La América de Fiskadoro es el vertedero que queda después de un apocalipsis nuclear, pero no cuesta demasiado imaginar a Trump como hacedor de sus ruinas, como predicador-gurú de un futuro que, a todas luces, necesita a un salvador. El retrato social, enormemente vigente, que Johnson hace de su país prefigura, por un lado, la América devastada y alucinada de los relatos de Hijo de Jesús y, por otro, la epopeya definitiva sobre la guerra de Vietnam que es Árbol de humo.

Caldo de cultivo

De ese caldo de cultivo surge el protagonista de una novela de iniciación que sorprende por la vivacidad con que describe escenarios que podrían pertenecer al gótico sureño o a una fantasía posmilenarista estilo Mad Max y por el cariño con que caracteriza a sus personajes, a menudo definidos por su relación con la memoria.

Está míster Cheung, que cree que hay que recordar el nombre de los estados americanos en orden alfabético y defiende el poder de la música para formar comunidad. Está su abuela, que, a los cien años de edad, quiere perdurar en el tiempo recordando los desastres –y ahí aparece Vietnam como pecado original y trauma primigenio– que ha podido superar. Y está Fiskadoro, que, después de perder a su padre, se somete a un lavado de memoria para volver a nacer, en una suerte de resurrección –la imaginería crística es evidente– que podría convertirle en un nuevo mesías.

En su tránsito hacia ser líder, Johnson acompaña a su héroe con una prosa enigmática, a veces en exceso sentenciosa, que pretende elaborar la conciencia de ser especial de Fiskadoro con reflexiones sobre el tiempo y la memoria. «No es dormir bajo la luz de la luna lo que vuelve loca a una persona», le confiesa míster Cheung a quien fue su discípulo. «Es despertar y recordar el pasado creyendo que es real».

La novela tiene momentos conmovedores –la muerte del padre de Fiskadoro, él deshecho en lágrimas; la lenta enfermedad de su madre, cuya agonía ocupa las últimas páginas del texto–, aunque no siempre su discurso sobre la necesidad de forjar, cultivar y conservar la memoria individual para sostener una idea de comunidad es lo suficientemente claro para calar hondo. A Johnson le faltaba poco tiempo para pulir su retórica, para aligerarla de arrebatos místicos que lastran los innegables logros de una novela por otro lado singular y visionaria.

Fiskadoro

Denis Johnson

Traducción de Gabriela Ellena Castellotti

Random House

251 páginas. 22,90 euros