Opinión | ISLAS A LA DERIVA

Olga Merino

Olga Merino

Periodista y escritora

Katherine Mansfield y Virginia Woolf, amigas enemigas

Dos epistolarios de la neozelandesa permiten entrever la compleja relación que mantuvieron ambas escritoras, entre los celos y la admiración profesional mutua

Las escritoras Katherine Mansfield y Virginia Woolf.

Las escritoras Katherine Mansfield y Virginia Woolf. / EPC

Virginia Woolf se enteró del fallecimiento temprano de su amiga Katherine Mansfield, a los 34 años, cuando la cocinera irrumpió a voz en grito en el salón a la hora del desayuno, aireando la noticia que traían los periódicos. Una semana después de la muerte —la escritora neozelandesa padecía tuberculosis, como su admirado Chéjov—, Woolf se sentó al escritorio para palpar el hueco de la pérdida: "¿Qué experimenté? ¿Un repentino alivio? ¿Una rival menos? Luego, la confusión por sentir tan poco; y después, gradualmente, vacío y decepción; y un abatimiento al que no pude sobreponerme en todo el día. Cuando me puse a escribir, me pareció que escribir no tenía sentido. Katherine ya no lo leerá. Katherine ya no es mi rival" (16 de enero de 1923).

Esa entrada en el diario íntimo de la autora de ‘La señora Dalloway’ sintetiza a la perfección la compleja relación que mantuvieron las dos escritoras anglófonas, en la que se mezclaban los celos y bastante desconfianza, pero también la admiración mutua y un afecto que se prodigaba en regalos: cigarrillos belgas, pan de pueblo, café, flores. Se trata de un clásico entre las grandes enemistades literarias, quizá por la naturaleza radicalmente distinta de ambas. Woolf, refinada, con una vida cómoda; la otra, impetuosa y siempre al filo de la pobreza ("no puedo preocuparme por la mantequilla […], la cuenta del farmacéutico y también trabajar").

Ambas mantuvieron una compleja relación, en la que se mezclaban los celos y la desconfianza, pero también la admiración mutua y un afecto que se prodigaba en regalos

Carlo Citati, biógrafo de Mansfield, empleó una metáfora botánica para confrontarlas: Woolf, una esnob representante de la clase alta e intelectual británica, era un espíritu cultivado, semejante a un jardín italiano en su simetría geométrica; la cuentista neozelandesa, en cambio, parecía un jardín salvaje, en cuya mente "había un frondoso huerto donde oscuras ciruelas violetas caían sobre la tupida hierba, un bosque intrincado, un estanque cuyas profundidades nadie había sondeado". El elitista grupo de Bloomsbury nunca dejó de observar con la ceja levantada a aquella flor exótica de las colonias.

No fue un flechazo

Ambas mujeres se conocieron en Londres durante la Primera Guerra Mundial, a instancias de Lytton Strachey, quien escribió a Virginia contándole que encontraría "divertida" y "misteriosa" a la escritora de las antípodas. El primer acercamiento no fue precisamente un flechazo: a Woolf su contrincante le pareció un personaje de enjundia, sí, pero también algo desagradable y poco escrupulosa. Mansfield olía como "un gato civeta que se hubiera dedicado a caminar por la calle".  

Se frecuentaron y mantuvieron una intensa correspondencia, sobre todo entre 1917 y 1919, pero nunca se enfrentaron de forma directa; hay que rastrillar las cartas que ambas enviaron a terceras personas para encontrar trazas de animadversión. En los últimos meses se han publicado dos epistolarios de la neozelandesa —‘Cartas de Katherine Mansfield’ (Dos Hermanas) y ‘Poco tiempo en cualquier lugar. 1903-1922’ (Páginas de Espuma)—, y cuando esta escribe a Woolf lo hace de una forma algo envarada, expresándole una admiración casi servil. Se muestra mucho más suelta en las misivas a su marido, John Middleton Murry, o a su amiga amante Ida Constance Baker. Es en las cartas a otras amistades donde se refiere al matrimonio Woolf como los "lobos" (jugando con su apellido), los considera "apestosos" y confiesa que tampoco acababan de gustarle.

Se frecuentaron y mantuvieron una intensa correspondencia, sobre todo entre 1917 y 1919, pero nunca se enfrentaron de forma directa

Aunque el chismorreo literario resulte muy jugoso, lo cierto es que ambas se sabían iguales en su compromiso frente a la literatura. Mansfield da en el clavo cuando escribe en una carta a su colega británica el 21 de junio de 1917: "Te ruego consideres cuán raro es encontrar a alguien que comparte tu pasión por la escritura, que desea ser escrupulosamente sincera contigo". En efecto, fueron un espárrin la una para la otra.  

'Cartas de Katherine Mansfield'

Autora: Katherine Mansfield

Traducción: Jimena Jiménez Real

Editorial: Tres Hermanas

411 páginas. 27,95 euros

‘Poco tiempo en cualquier lugar. 1903-1922’

Autora: Katherine Mansfield

Traducción: Patricia Díaz Pereda

Editorial: Páginas de Espuma

367 páginas. 27 euros