CRÍTICA DE LIBROS
Crítica de 'Que tenga una casa', de Florencia del Campo: yo soy otro
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La escritora Florencia del Campo, autora de 'Que tenga una casa'. / EPC


Ricardo Baixeras
Ricardo BaixerasCrítico literario
Doctor en Humanidades (Teoría de la Literatura y Literatura Comparada). Autor de 'Tres tristes tigres y la poética de Guillermo Cabrera Infante' (Universidad de Valladolid)
Un libro para "poner en paralelo la casa y el cuerpo" tanto como tratar de señalar que la escritura de ficción indica un lugar, un espacio antes que un tiempo: narrar desde la condición extranjera de uno mismo, como si se fuera otro, Arthur Rimbaud. Pero también un libro para no callar el duelo del exiliado, el desarraigo del que se siente extranjero en todas partes y en ninguna, para narrar qué significa no tener casa y querer comprarse una para tener un hogar. Un libro para narrar con tintes de autoficción ("Escribir con lo extranjero, con lo extranjero de uno mismo: ¿es eso autoficción?") si buscar una casa para poder volver es querer un lugar para guardar los libros, un sitio que «sane un poco la herida infecta que deja exiliarse». En eso consiste Que tenga una casa de Florencia del Campo (Buenos Aires, Argentina, 1982).
Por el libro (¿novela? ¿poema? ¿ensayo? ¿diario?) aparecen personajes como Antonio Machado, Javier Cercas y su exiliado interior Rafael Sánchez Mazas, Dionisio Ridruejo traduciendo 'El quadern gris' de Josep Pla. Aparecen citas de 'Casa tomada' de Julio Cortázar, de 'El amante' de Marguerite Duras, de 'Una habitación propia' de Virginia Woolf, de Siri Hustvedt, de 'La casa verde' de Mario Vargas Llosa, de 'Los despojos' de Rachel Cusk, de Natalia Ginzburg. Y aparecen cuentos infantiles: Hansel y Gretel, 'Caperucita roja' (y en Manhattan) y 'Los tres cerditos'. Entre esta nómina de seres de ficción y seres reales vive inmersa una narradora que se ha ido de Argentina con el sueño de ser escritora pero que acaba ejerciendo de niñera y asistiendo, en la distancia, a la madre muerta de cáncer. Una narradora que tiene encuentros con su tío, un personaje "amarrado al duro banco" del pasado, en el bar Barbieri, único espacio posible en toda la novela.
Aparecen personajes como Antonio Machado, Javier Cercas y Dionisio Ridruejo. Y citas de 'Casa tomada' de Julio Cortázar, de 'El amante' de Marguerite Duras, de 'Una habitación propia' de Virginia Woolf. Y cuentos infantiles
La escritura de este libro está hecha de retazos que conforman una suerte de palimpsesto corporal convirtiendo, como quería Michel de Certeau, la literatura en un cuerpo escritural (o escritura corporal) que busca afanosamente establecer analogías entre qué significa escribir y qué significa tener y habitar un casa: "Escribo y no veo palabras, veo casas. No tengo palabras, tengo cuerpo. No voy a escribir un libro de cuentos con la historia de España y con la historia de mi familia paterna a través de sus casas para llegar hasta mis casas, sino un libro sobre la ausencia y la lengua madre que me muerdo [...] Una escritura que poco a poco se va vinculando con la casa. Ensayo". Biografía, historia colectiva de una familia desde la distancia, historia íntima de un narradora extranjera de sí misma, porque escribir "es extranjerizarse» y porque «casa y cuerpo se debatirán a duelo y no vencerá nadie si y solo si lo indecible es la propia obra (es decir, si la escritura –a pesar de lo ajeno–)".
Demos por seguro que esta novela es tanto un mapa dialéctico del deseo a la intemperie como una gota ficcional "tratando de poetizar reflexivamente" (porque lo ensayístico es tan decisivo aquí como lo poético) en qué consiste estar a expensas de que los objetos te recuerden que necesitan también un hogar y qué significa "salir de un sistema", "pensar sobre lo abstracto, reflexionar sobre la memoria". Construir, como quería Martin Heidegger, es habitar y habitar es saber que no "hay casa sana para la escritura rota".

'Que tenga y una casa'
Autora: Florencia del Campo
Editorial: Candaya
160 páginas. 17 euros
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