Opinión | PERIFÉRICOS Y CONSUMIBLES

Escritor y profesor de Literatura Comparada en la Universidad de Oviedo

Javier García Rodríguez
Javier García RodríguezEscritor y profesor de Literatura Comparada en la Universidad de Oviedo
Literatura con mayúscula y la vida muelle
La escritura siempre me ha parecido algo más cercano a lo que se propone la resistencia de materiales

El escritor peruano Julio Ramón Ribeyro. / ARCHIVO
Los autores (también -as y -os) importantes o destacados –por fama, por ventas, por glamur, por narices, por bocazas– pasan a la historia de la literatura a poco que se crea una pizca en la historia y se crea casi nada en la literatura. Las obras, en cambio, creo yo así, abuela pluma [sic], pasan, si es que pasan, a la literatura sin más. Dejan algunas obras un rastro, una traza, una huella, en esa delgada línea coja, en ese tobogán de ida y vuelta, en ese pulso con las formas y el lenguaje, que es la escritura que convencionalmente hemos dado en llamar, casi siempre con la presencia de la peligrosa mayúscula, "la Literatura" (no se quedan ahí el comité técnico de árbitros literarios, el VAR de las jugadas dudosas, la norma general de etiquetado, presentación y publicidad, que tienden siempre a anteponer a la etiqueta un enorme 'Gran' o un musculoso 'Alta' porque su 'mayusculidad' o 'mayusculismo' les parece poco explícito).
La Literatura se nutre de los cálculos que hacen los ingenieros de caminos, canales y puertos. Señalan estos profesionales la mejor manera de seguir caminos bien asfaltados, con un mantenimiento contrastado a lo largo del tiempo, con una señalización abundante y precisa, con una rigurosa línea continua que garantice una conducción solvente, y con arcenes amplios para los posibles momentos de riesgo controlado. Señalan y construyen canales de diseño, estructuras en las que canalizar o acanalar los posibles torrentes o corrientes que amenazan con desbordar los límites preestablecidos (¿queremos decir los géneros? Queremos, sí. Y lo decimos). Señalan, en fin, la mejor manera de llegar a buen puerto, a un puerto seguro al que se accede por una tranquilizadora bocana (boca de ná de ná), a resguardo de las inclemencias, con diques que garanticen la seguridad, y a ser posible con un faro que guíe desde la lejanía y que impida embarrancar o encallar.
Julio Ramón Ribeyro escribió de manera clarividente: "No perder nunca de vista: en la literatura todo es convencional, en la novela no hay reglas, en la prosa caben todas las formas del lenguaje"
La escritura, en cambio, siempre me ha parecido algo más cercano a lo que se propone la resistencia de materiales. Llevar a estos al máximo de tensión: "La resistencia de un elemento se define como su capacidad para resistir esfuerzos y fuerzas aplicadas sin romperse, adquirir deformaciones permanentes o deteriorarse de algún modo" (Wikipedia®). Julio Ramón Ribeyro lo definió a la perfección en 'La tentación del fracaso', título de uno de sus libros más redondos. Escribió allí, de manera clarividente: "No perder nunca de vista: en la literatura todo es convencional, en la novela no hay reglas, en la prosa caben todas las formas del lenguaje".
La escritura es un puerto de montaña, una carretera con curvas cerradas y pendientes peligrosas. Un tsunami imposible de canalizar. No acepta la escritura un pantalán de tergal bien planchado. No acepta muelles ni un colchón mullido. En la escritura, el que quiere atracar en lugar seguro es un atracador. ¡Manos arriba!
- ¿Quién es Owen Cooper, el joven actor revelación de 'Adolescencia'?
- PACMA pide que la edad mínima para asistir a los toros sea la misma que para ver 'Tardes de Soledad
- Penguin Random House viaja al futuro con un 'hub' logístico robotizado capaz de gestionar 40 millones de libros al año
- Óscar Nebreda, humorista: 'El peor invento que ha habido en este mundo han sido las redes sociales
- Un juzgado de Barcelona permite la publicación del libro sobre José Bretón
- Viaje al abismo de ‘El odio’: lo que cuenta (y lo que no) el libro sobre José Bretón
- Muere a los 78 años el actor y director de teatro Xavier Serrat
- Teodor Currentzis ofrece un Mahler glorioso y renovado