Opinión | PERIFÉRICOS Y CONSUMIBLES

Javier García Rodríguez

Javier García Rodríguez

Escritor y profesor de Literatura Comparada en la Universidad de Oviedo

«De los sos ojos tan fuerte mientre lorando»

La espada es estos días una pala, un cepillo de barrendero, una fregona que no enjuga las lágrimas

Limpieza de calles en Paiport (Valencia) tras el paso de la DANA.

Limpieza de calles en Paiport (Valencia) tras el paso de la DANA. / Miguel Ángel Gracia

He vuelto al 'Poema de mio Cid' estos días. He vuelto a las afrentas, los destierros, los ultrajes, los vasallos y los señores. La pena, el abandono, el dolor por las pérdidas. He vuelto al héroe que en buena hora ciñó espada. Pero la espada es estos días una pala, un cepillo de barrendero, una fregona que no enjuga las lágrimas. Las caballerías parecen ser excavadoras y grúas. Y todo eran lágrimas camino de Valencia.

Mujeres, hombres, niños, que lloran preguntándose por la vida y por la muerte, por el valor de la palabra dada, por el honor de los que mandan y gobiernan. Y gritan sin saberlo, o de otra manera en la que el verso y las figuras no tienen razón de ser, que ellos serían buenos vasallos si tuviesen buen señor. Pero los señores solo quieren ser protagonistas de crónicas y romances, aparecer victoriosos en batallas que se dirigen desde la retaguardia, mostrar siempre una imagen impoluta, no mancharse de barro.

Señalar las vergüenzas

Al manuscrito actual también le falta una página primera. La que ha de contar lo que ha pasado antes de la acción. Dónde estaba quién. Qué hacía aquella. Qué movió a aquél a hacer lo que hizo. Por qué aquella no supo, no pudo. Le jode al que manda que le saquen los colores, que le señalen las vergüenzas, que le diga –una vez más– que el rey está desnudo. Pero siempre hay alguien que se planta, con hartazgo infinito, en este juego eterno de las siete y media, aunque su mano no sea ganadora, aunque suponga con razón que con sus cartas no se gana.

Los señores solo quieren ser protagonistas de crónicas y romances, aparecer victoriosos en batallas que se dirigen desde la retaguardia, mostrar siempre una imagen impoluta, no mancharse de barro

El juglar que se enfrente a esta historia no lo tendrá fácil. Tendrá que hablar de héroe, aunque querrá hablar de pueblo. Habrá también que enfangarse con conceptos resbaladizos que se le escaparán entre los dedos: patria, nación, batalla. Inventará quizás los datos que le falten, adornará episodios que no le parecen lo bastante épicos, tirará de lírica por aquello de que la realidad no le estropee un buen episodio.

Enmascarar verdades

Más tarde, los copistas interpretarán las tachaduras, llevarán las palabras difíciles o cultas a román paladino, rellenarán los huecos, harán sublimes los pasajes pedestres, pondrán más luz –o eso se creen– sobre otros inciertos, llegará la leyenda como forma sutil de enmascarar las verdades.

Llueve sobre mojado. Discúlpenme la frase hecha, tan poco afortunada. De arcilla, de barro, se construyen los seres humanos y también las ficciones. En todas sus variantes: tragedia, épica, lírica. Que no haya perdón para los malvados. Que mientras seguimos llorando tan fuertemente, alguien, quien sea, a todas horas, en cada minuto, rece –si ese es su consuelo– por los muertos, o bendiga de corazón a quien hizo el camino contra barro y marea para entregarse, a ese "que en buena hora nació".