CRÍTICA DE LIBROS

‘Mandarino’, de Ezequiel Pérez: Elogio de la conquista

El nuevo libro del escritor argentino es una suerte de artefacto extraño, un texto en verdad singular que podemos definir como ‘novela’ sobre el viaje no de retorno a casa, sino de salida

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El escritor argentino Ezequiel Pérez.

El escritor argentino Ezequiel Pérez. / EPC

Ricardo Baixeras

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Si es cierto que toda literatura que se precie delimita un determinado ámbito temático, no lo es menos que esa misma literatura debería ser capaz también de cartografiar un mapa estilístico lo más personal posible. Ezequiel Pérez (Villa Ramallo, Buenos Aires, 1987) ha sabido dar cuenta de estos dos ejes en un texto en verdad singular que no sé bien cómo llamar. Si quieren le podemos llamar 'novela'.

'Mandarino' es una suerte de artefacto extraño en el que de forma híbrida aparece una nueva mirada sobre el viaje no de retorno a casa, sino de salida, el viaje de una cincuentena de hombres recorriendo el río Paraná, capitaneados desde 'La Almiranta' por una mujer, La Mansa, saliendo en busca de un pez dorado que aliviará la hambruna de todo un pueblo.

Centro inveterado

El narrador, Mandarino, "el que nació con hambre", el que se convirtió por derecho propio en "Cronista Oficial daquesta expedición, cartógrafo indeciso que no sabe de distancias" y que acabó por ser "Cronista Mayor del Desamparo y Cartógrafo de una Sola Línea", es el centro inveterado sobre el que pivota lo poco que sucede en este libro, de cadencia lenta y antigua: atemporal, porque Mandarino busca conscientemente la semejanza con los relatos de las crónicas de las Indias, pero, a la vez, consigue que la artificiosidad del lenguaje, el manierismo exuberante de la forma –más que notable– acaricie con las yemas de los dedos la fuerza expresiva de la modernidad lírica. Si quieren le podemos llamar 'poesía'.

El autor busca la semejanza con los relatos de las crónicas de las Indias, pero, a la vez, logra que la artificiosidad del lenguaje acaricie la expresividad de la modernidad lírica

El bajo continuo intensivo de este libro que juega con la historia en la medida exacta en que la historia juega con la ficción es el terreno de una conquista que no pasa por alcanzar al pez, solventar el hambre, lograr la fundación o salir del puerto. No. Aquí lo que se conquista es el lenguaje con el que se va a contar la cosa: una voz "que hablaba a través del fuego", una lengua "por sí. La construimos con virutas de palabras", una voz "añublada que muchas veces se me cuela sin yo querer" y que sea capaz de cantar "una canción de pescadores que perdieron el rumbo"; el sueño doliente de un mensajero: "una carta escrita en lengua pájara". 

Sin conquista argumental

Es en verdad extraño este libro porque no hay conquista argumental, sino lenguaje en río de pérdida de sí, río que deja a aquellos intrépidos navegantes "encallados", pero no callados, sino con la voz bien alzada de quien ha sabido erigir un monumento a esa ausencia en forma de río, a esa desesperada "espera de los navegantes", una voz que sabe que "nada puede fundarse sobre aqueste arenal de huesos". El desvío en busca del pez dorado no es otro que el de quien habla una lengua desplazada, aquella que se bifurca del curso del río y se sale de sí para cantar la voz encorvada del lenguaje. 

Lo decisivo en la lectura de 'Mandarino' no es tanto la angustia del viaje de conquista cuanto su exigencia formal retomada por un narrador esforzándose por someterse a las fuerzas centrípetas y centrífugas de unas aguas imposibles de domeñar. Como las del lenguaje. Como aquel juego insensato de escribir que reclamaba Stéphane Mallarmé para borrar las fronteras de los géneros en un texto deslumbrante que si quieren podemos llamar novela o poesía. 

'Mandarino'

Autor: Ezequiel Pérez

Editorial: Eterna Cadencia

144 páginas. 17,50 euros