El disco más esperado
Crítica de 'Lux': Rosalía exige tanto como da en un exponencial álbum en el que desplaza el centro del pop
El cuarto disco de la cantante de Sant Esteve Ses Rovires deja muy lejos el imaginario urbano-tropical de ‘Motomami’ y ofrece un cancionero sinfónico a la vez celestial y humano con el que desafiar el orden del mercado musical
Rosalía y su nuevo disco, en directo: canciones y última hora de la cantante
El despertar de la 'Lux': Rosalía lidera el nuevo catolicismo pop

Rosalía en una imagen promocional de 'Lux' / EPC

Transcurridas tres semanas de un ‘crescendo’ promocional que no recuerdan ni los más viejos del lugar, llega la hora de la música, y ‘Lux’, con sus casi 60 minutos de recorrido, sus visiones marianas, su radical textura orquestal y su poética multilingüe, irrumpe como un nuevo punto de inflexión en la obra de Rosalía y más allá. ‘Berghain’, el adelanto divulgado la semana pasada, no está solo como desafío al canon pop: le acompañan 17 temas (tres de ellos, solo en vinilo y CD) en los que Rosalía se entrega a la figura divina, y juega con su luz y la suya propia, envuelta en cuerdas orquestales y disrupciones electrónicas, dejando muy lejos los hedonistas meneos tropicales de ‘Motomami’ (2022).
Pero no hay que tenerle miedo a ‘Lux’. No es un disco de ópera deconstruida y es accesible al común de los oyentes. Tan solo requiere un poco más de esfuerzo y atención que entretenerse y bailar con 'Despechá'. Es música pop, después de todo, un pop llevado a un extremo que, si nos atenemos al campo ‘mainstream’, resulta inaudito. Rosalía toca muchos registros vocales, de la vibración flamenca a la liturgia del ‘bel canto’, y la Orquesta Sinfónica de Londres es su sustento central, arropada en viertos momentos por los coros del Orfeó Català y la Escolania de Montserrat. Un embalaje resuelto con imaginación y matices, sin pompa ni voluntad intimidatoria, con el cual nos lleva de la mano hacia un sentido de la trascendencia que deja una estela de preguntas sin respuesta. Se trata de disfrutar del trayecto, y ‘Lux’ lo permite ampliamente, aun dejando a un lado las jeroglíficas tramas místicas que contiene.
Corazón de regalo
Álbum estructurado en cuatro movimientos, se abre paso con ‘Sexo, violencia y llantas’, un pórtico celestial en el que vemos a Rosalía situarse entre dos realidades, clavada ante la perspectiva de “primero amar al mundo y luego amar a Dios”. El anhelo de trascendencia baña todo el cancionero, y en el camino deja caer pistas que invitan a asociar ese impulso espiritual con la decepción ante ciertas experiencias mundanas. Como en ‘Reliquia’, el segundo tema, donde, en el camino a una implosión maquinal con ruido ‘glitch’ propio de algún error del sistema, habla de su corazón como de una piedra preciosa que no ha sido tratado como merecía: “Mi corazón nunca ha sido mío, yo siempre lo doy / Coge un trozo de mí, quédatelo pa’ cuando no esté / Seré tu reliquia”.
Abundan los mensajes de liberación personal que conectan con la feminidad torturada de ‘El mal querer’ (2018) y con su fondo de denuncia: “No seré tu mitad, nunca de tu propiedad”, canta en ‘Focu ‘ranni’, en siciliano y punteada por un arreglo exótico. Y qué decir de un par de temas explosivos (que los hay). Uno es ‘La perla’, rampante vals que contiene una antología de improperios dirigidos a cierto ex, al que tacha de “medalla olímpica de oro al más cabrón”, “’red flag’ andante” y otras delicadezas (al final se le escapa una risotada: el humor no es ajeno al mundo de ‘Lux’). El otro es 'Novia robot’, sarcástico número en el que combina un jugueteo techno-pop con la conclusión espiritual: “Me pongo guapa para Dios, nunca pa’ ti ni para nadie”.
Frank Ocean y Patti Smith
Más allá de su narrativa poética y de sus significados, ‘Lux’ reserva una audición llena de estímulos, con escenas álgidas en ‘Divinize’, donde canta en catalán y en inglés, entre texturas de guitarra y un ‘beat’ insistente. Sí, la ensalada lingüística es frondosa: el latín y el japonés se alían en ‘Porcelana’, pieza de inflexiones siniestras, con piano y palmas flamencas, en la que Rosalía canta “soy la luz del mundo” y donde se insinúa la voz dialogante de Frank Ocean.
Difícilmente abrirá el álbum enésimos debates sobre que es o deja de ser el flamenco, pero ciertos reflejos del arte jondo flotan en ‘De madrugá’, canción temperamental, una de las dos elaboradas con El Guincho. Más piezas de impacto: ‘Dios es un stalker’, la única que se acerca a una cadencia familiarizada con el reguetón, aunque su tacto sonoro no tenga nada que ver, y ‘La yugular’, con su enfoque oriental y su canto en árabe (pista con recitado de Patti Smith). Superadas las secuencias de mayor conflicto terrenal, Rosalía piensa en voz alta en la acogedora ‘Sauvignon blanc’, asentada en el piano, con estrofas purificadoras (“no quiero perlas ni caviar”), que conduce a ‘Jeanne’ y a la invocación de Juana de Arco, a su inmolación y transfiguración: “No seré un hombre, tampoco una mujer".
Volver a las estrellas
En el tramo final destaca ‘La rumba del perdón’, con un “nainonainoná” en el que Rosalía, acompañada de Estrella Morente y Sílvia Pérez Cruz, parece zanjar viejos agravios. En ‘Memória’, ella permite que sea la portuguesa Carminho quien se apodere de la canción, haciendo resonar ecos fadistas e invocando la identidad individual y el recuerdo de quien un día fuimos. Secuencia de tránsito a otra realidad que se consuma en ‘Magnolias’, la última cima del disco (clímax recogido como lo fue 'Sakura' en 'Motomami'). Esta pieza cierra el viaje evocando esa flor portadora de connotaciones de pureza y fuerza interior, con vistas a la última morada y envuelta en un halo de capitulación, de funeral previo al renacimiento en otra forma, allá en las estrellas: “Si vieras pasar a tu lao la muerte”, “todos habéis venido, hasta mis enemigos”, “traedme magnolias”.
‘Lux’ exige al oyente, pero también lo gratifica, aunque estas 18 canciones requieran de sucesivas escuchas serenas para capturar todos sus sentidos, poéticos y filosóficos, plásticos y culturales. Sin pasarse de solemne y buscando un modo propio de operar en medio de su descomunal parada de instrumentos, voces y fuentes sónicas, que no llega a abrumar. Tal vez Björk le haya inspirado, pero ‘Vespertine’ (su excelente disco orquestal y coral de 2001) tenía un pie en otro mundo, y ‘Lux’, pese a sus miradas a la bóveda celeste y sus rigores académicos, está bien anclado en este. Kate Bush, otra fuente de alimentación, se ponía en la piel de otras personas en 'Hounds of love' (1985), mientras que Rosalía es aquí siempre Rosalía.
Con su desfile de trece lenguas, Rosalía interpela al mundo ‘anglo’, tan ensimismado, y su puesta en escena de docenas de instrumentistas lanza un mensaje en la supuesta era de los discos hechos con ordenador, el ‘bedroom pop’ y los conciertos sin músicos (como los suyos en sus últimas y grandes giras). Todo es legítimo y practicable, pero Rosalía está ahí para tensar la cuerda y desplazar el centro del pop, burlando el algoritmo y dándonos cada vez algo que la máquina era incapaz de predecir.
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