En el Palau de la Música Catalana
Anne-Sophie Mutter y su magia camerística
La violinista alemana inauguró la temporada de Palau 100 con obras de Beethoven y Chaikovsky junto a dos genios, Yefim Bronfman al piano y Pablo Ferrández al violonchelo

Anne-Sophie Mutter al violín, Yefim Bronfman al piano y Pablo Ferrández al violonchelo / ANTONI BOFILL

Que el Palau de la Música Catalana inaugure su temporada grande, la de Palau 100, con un trío de cámara, revaloriza un género que merece una apuesta decidida por parte de los programadores. La sala modernista, además, posee las características acústicas idóneas para el formato y es así como las dos obras maestras seleccionadas para el programa sonaron a gloria. Y con Anne-Sophie Mutter y su violín prodigioso como principal reclamo, junto a los brillantes Yefim Bronfman al piano y Pablo Ferrández al violonchelo, todo se prestaba para que la noche fuera memorable. Y así resultó ser.
El programa arrancó con un clásico entre clásicos, el ‘Trío para piano, violín y violonchelo Nº 7 en Si bemol mayor, op. 97, Archiduque’ (1811) de Beethoven, obra de referencia no solo de su catálogo, sino de la historia de la música. Nacida en un momento de efervescencia en la trayectoria compositiva del genio de Bonn, debe su sobrenombre a que está dedicada al arzobispo y cardenal archiduque Rodolfo de Austria, nieto, sobrino, hijo y hermano de emperadores, además de ser alumno de piano y composición de Beethoven, de quien también fue su protector.
Ya desde la breve introducción del piano y de la primera frase del chelo que abren el ‘Allegro moderato’ del ‘Archiduque’, la comunicación entre estos tres sabios emergió cargada de complicidad, con un Bronfman maravilloso marcando los tiempos y la armonía y fraseando con una belleza de trazo impecable. Mutter y Ferrández casi respiraban juntos en un diálogo que subrayó los ‘staccati’ del segundo tema y que volvió a renacer con fuerza en el movimiento final. En un ‘Scherzo’ casi susurrado y con un Ferrández pletórico en cada frase, Mutter mostró su gran clase y contrastó sus intervenciones en el precioso ‘Andante cantabile’. En el alegre ‘Rondó’ final Mutter y Ferrández disfrutaron como niños.
Y si el ‘Archiduque’ es una joya del período clásico-romántico, el ‘Trío para piano, violín y violonchelo en La menor, Op. 50’ de Chaikovsky lo es del Romanticismo. Melancólica y de tintes incluso trágicos, también nació con dedicatoria, en este caso “À la mémoire d’un grand artista”, Nikolái Rubinstein, uno de los pianistas más célebres de la historia y amigo cercano del compositor ruso. Tras el inquietante ‘Pezzo elegiaco’, con una Mutter impresionante en la zona aguda y con un Fernández muy expresivo, el piano impuso su protagonismo y Bronfman a ratos hizo de la obra algo así como un concierto con acompañamiento, aunque esto es un decir, ya que en realidad los tres intérpretes se apoyaron y dialogaron siempre de tú a tú. Una velada de auténtica música entre amigos.
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