Opinión | Política y moda
La puesta en escena escogida por Trump para humillar uno por uno a todos los líderes europeos, por Patrycia Centeno

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez saluda al presidente de Estados Unidos, Donald Trump, antes de la ceremonia de firma del plan de paz para Oriente Próximo, el 13 de octubre de 2025, en Egipto. / Moncloa / Borja Puig de la Bellacasa
Con la excusa de la paz, el presidente de EEUU se organizó una gran fiesta homenaje en Egipto. Todos los líderes europeos acudieron sin remilgos con la esperanza de agradar (o por lo menos no desagradar) al abusón de clase. Y así los dispuso: en fila detrás de él. Como si fueran fieles seguidores, lacayos, a su causa. No la de la paz, insisto, sino a la de adorar al faraón, el salvador del mundo. Uno a uno los fue llamando y ellos, sumisos, anestesiados por el miedo a ofender al manda más, le sirvieron pleitesía. Georgia Meloni, expresiva como buena italiana, no pudo evitar taparse el rostro (vergüenza ajena) cuando Trump obligó al presidente de Paquistán a que repitiera que el estadounidense merece el premio Nobel de la Paz.
Meloni era la única representación femenina de la reunión y el republicano resaltó de ella que “es guapa y joven”. Para apuntar a continuación que llamar “guapa” ahora a una mujer en EEUU suponía el final de una carrera política (Trump es presidente aun habiendo sido declarado culpable por abuso sexual). También hizo hincapié en la altura del canciller alemán. Aquello no eran bromas, eran burlas. Y la fórmula de caricia (para que la víctima se acerque, se confíe, albergue esperanza: “pero ven, si tú y yo somos amigos, ¿no? ¿Por qué piensas que te voy a hacer daño?”) para después sorprender con un buen puñetazo (aunque sea verbal) pertenece al manual para 'dummies' de cómo convertirte en matón de clase.
“¿Dónde está Reino Unido?”, preguntó Trump. Starmer, como un crío de 5 años, levantó la manita. El estadounidense lo invitó a acercarse al atril (pedestal), pero acto seguido le dio la espalda y lo dejó con la palabra en la boca. El primer ministro, cabizbajo, regresó a su lugar como al niño al que acaban de rechazar. Pedro Sánchez sonrió cuando Trump le reclamó un aumento de gasto en defensa. El presidente español tenía las manos escondidas en la espalda, señal de la incomodidad que estaba experimentando ante todo aquello. Ya en el saludo al anfitrión, más allá del intento diplomático por disimular, a ambos se les levantó el labio y arrugó la nariz (no te soporto).
Macron, con su mismo lenguaje
Y aunque el socialista no permitiera que el magnate lo llevara a su terreno (el tirón de brazo característico del republicano) y respondiera a su golpe en la mano (aquí mando yo) con un toque en el antebrazo (yo también mando); el único que es capaz de hablar el lenguaje alfa tóxico que practica y entiende Trump es Macron. De ahí el forcejeo (lucha física por el poder) que se llevaron. Habitual en ellos, pero que hasta hace poco los medios se empeñaban en disfrazar como amistad. “Macron está hoy muy discreto. Esperaba tenerlo detrás mío”, fue la pullita que le dedicó Trump. El francés, hábil en la escenificación del poder, supo ver que aquella disposición perpetrada por los trumpistas era una trampa y supo salirse del encuadre.
Detrás de Trump, todos le reían las gracias. No eran sonrisas de admiración (respeto), eran de nerviosismo (miedo). Las que practican las víctimas de 'bullying' para tratar de ablandar a su acosador (nota importante: esa táctica nunca funciona y fortalece al matón. Ante al abusón, ¡toca hacerse grandes!). “Hay dos líderes que me caen mal”, les advirtió Trump. Y ahí el acojone entre los mandatarios se hizo nuevamente palpable. Miradas de reojo, como cuando un estricto profesor anuncia que dos pupilos han suspendido el examen.
Y en este tono “jocoso y festivo” se perpetró la humillación. Desde Chamberlain queriéndose creer la paz de Hitler que no se escenificaba un bochorno mayor.
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